La generación que despertamos a la vida entre las cenizas de dos grandes tragedias del siglo pasado como fueron la guerra civil española y la segunda guerra mundial, solo conocíamos el drama y el horror que vivieron millones de familias por los relatos de nuestros padres, abuelos o las películas con las que los vencedores de ambas contiendas, mostraban las batallas y matanzas de las que fueron protagonistas la insensatez y la crueldad del hombre.
Los años de penuria económica y social que le siguieron fueron felizmente superados por la regeneración intelectual, moral e incluso biológica de una gran parte de la humanidad que víctima de aquellos enfrentamientos decidieron unir sus fuerzas y potencialidades para garantizarse décadas de crecimiento, de paz, desarrollo y entendimiento entre los pueblos.
Lo cierto y verdad es que aunque a lo largo de estas últimas décadas hemos vivido momentos de cierta tensión y angustia por las escaramuzas de algunas guerras regionales, ataques terroristas o fuertes movimientos migratorios provocados por la hambruna o la persecución política y religiosa, es la primera vez que un microscópico virus ha convulsionado a cientos de millones de hombres y mujeres que hoy han pasado de gozar de la más absoluta libertad a verse recluidos en sus hogares, incomunicados y bajo un toque de queda casi bélico.
“Resistiremos, venceremos o ganaremos esta guerra” son las soflamas con las que algunos dirigentes políticos, imitando las que lanzaban los generales y mandatarios de las guerras tradicionales, nos conjuran para hacer frente a un enemigo de origen desconocido que se incrusta en los pulmones del hombre, le hiere y también le mata.
Como el devenir de la humanidad lo atestigua, siempre han sido las enfermedades o catástrofes naturales, las guerras, los genocidios o las grandes hambrunas las que han hecho aflorar en el hombre los sentimientos de solidaridad, compasión o unidad frente a un enemigo común. Lo cierto es que en la era digital en la que vivimos se vuelve a reproducir la incertidumbre y angustia como consecuencia de una nueva pandemia de origen viral aun desconocido.
Para hacer frente a este enemigo de la vida nos encontramos ante un nuevo escenario mundial. Se ha desequilibrado el poder económico y militar que hace unas décadas estaba en manos de dos grandes superpotencias como eran EEUU y Rusia para pasar a ser, además, detentado por naciones estratégicamente avanzadas en la industria tecnológica como China, Corea, la India o incluso Irán que se han convertido algunas de ellas en nuevas potencias imperialistas que dominan gran parte ya del mundo gracias a su gigantesca capacidad productiva y su fortaleza financiera.
Europa por el contrario, mejor dicho la Unión Europea, languidece por la fuga traumática de Gran Bretaña y su incapacidad para articular una unión política soberana. Hoy, ante esta nueva guerra mundial contra el COVID-19, ha demostrado su incapacidad para afrontar la batalla con autoridad y prontitud además de no ser capaz de articular una estrategia común, con el objeto de poner en manos de los Estados miembros todos los recursos materiales y humanos necesarios de los que dispone. Italia y España, las naciones por ahora más castigadas, son el ejemplo más evidente del fracaso europeo.
En España, al igual que en Italia, estamos en estado de shock: resulta inimaginable el confinamiento de millones de familias españolas en sus hogares, ciudades enteras paralizadas, hospitales saturados, asaltos a los supermercados, iglesias y templos cerrados, los enfermos aislados y lo que es peor aún muriendo en la más triste soledad. La historia de la humanidad está repleta de dramáticos acontecimientos como éste provocados por la propia naturaleza o por el desprecio del hombre a la vida y a la libertad.
Benedicto XVI en un discurso a la plenaria de la Academia Pontificia de las Ciencias apelaba a la “urgente necesidad del diálogo constante y la cooperación entre los mundos de la ciencia y de la fe para la construcción de una cultura de respeto del hombre, de su dignidad y de su libertad, para el futuro de nuestra familia humana y para el desarrollo sostenible a largo plazo de nuestro planeta”
¿No habrá traspasado el hombre los límites de la razón y el equilibrio que exige la búsqueda de la verdad con el propio respeto a su dignidad como ser humano? ¿No es hoy el hombre enemigo de sí mismo? El virus biológico tarde o temprano será derrotado pero ¿derrotaremos también el virus de nuestra soberbia que nos hace creer que “solo” el hombre es capaz de crearse y destruirse a sí mismo?
Tenemos toda una cuarentena por delante para que el coronavirus nos ayude a reflexionar y descubrir quien es el verdadero enemigo interior contra el que tenemos que luchar sin necesidad de guantes y mascarilla.
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