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El perro callejero y la bandera de Paraguay. Y la América mágica

Por razones profesiones y buscando tiempo y tranquilidad para terminar un libro, en 2004 pasé las navidades en Asunción
Ángel Manuel Ballesteros
jueves, 17 de abril de 2025, 09:24 h (CET)

Parece tarea ímproba sublimar el grado máximo de curiosidad en un continente que, teórica y realmente, es mágico. Es tan portentoso, que hasta el río más caudaloso del mundo resulta ser un capricho de la naturaleza -según leí y copié literalmente en aquellas tierras- en una de las cordilleras andinas del sur peruano, la sierra de Chila, las nieves perpetuas alumbran centenares de arroyos que se dejan caer hacia occidente, en busca del océano Pacífico, ciento y pico kilómetros más lejos. Pero uno de los regatos, brotando de una pequeña laguna de aguas heladas, en el nevado del Mismi, a 5595 metros de altura, rompe la norma, desobedece a la madre naturaleza y decide escapar hacia oriente e ir hacia el Atlántico. Ese manantial rebelde es el Amazonas.


Quizá sea por eso, por el inmenso reino de lo feérico que cubre aquellas latitudes, que hasta las aproximaciones más simples a cuestiones muy menores puedan seguir produciendo consecuencias impensadas. Véase si no. Por razones profesiones -lejos de la irreversible levedad del ministerio de Asuntos Exteriores, por si fuera poco aquejado en aquel 2004 por el problema del naftaleno que obligaba a buscar una sede nueva – y buscando tiempo y tranquilidad para terminar un libro, pasé aquellas navidades profesionalmente en Asunción. Poco que hacer y casi lo mismo que ver, en un Paraguay siempre bonito en su naturaleza pero donde la dura realidad planea vital y negativamente.


El periódico “Última hora” publicó el 5 de enero del 2005, víspera de Reyes, un artículo mío, “El perro callejero”, que además de un cierto eco que aquí importa menos, acabaría produciendo otro de esos efectos imprevisibles, sólo acaecibles en la conjunción de lo ordinario y lo mágico, ese punto etéreo que bordea la lógica inmediata y que nadie encuentra de forma deliberada, ni en el mundo árabe donde elixir es “al-iksir”, nada menos que la piedra filosofal, ni en el asiático, con tantos mosaicos coloristas que la magia, como los dragones o como la filosofía, es polícroma. Y que en América gira en torno al verde, centro del arco iris y color supremo, símbolo de vida para los olmecas y los mayas, con las joyas y las máscaras del verde jade en las tumbas de sus soberanos. Los dioses verdes de los aztecas, el continente más verde, el verde esmeralda que es la propia piedra preciosa, y próximo, pero detrás, el azul celeste y cobalto y turquí, del mar interminable por donde llegaron los dioses blancos.


En la plaza de la Independencia, delante de la catedral, cerca de la columna pluriconmemorativa, enfrente del edificio del antiguo cabildo y no lejos de una desgarrada bandera nacional, se encuentra, rodeada del exuberante verdor típico paraguayo, una bellísima escultura representando al perro callejero. Se trata de un magnífico bronce, presumiblemente del mismo autor que el resto de las esculturas de la plaza, que puede calificarse de sobresaliente sin que obste para ello su carácter de reproducción, y desde luego, es una de las más conseguidas a nivel planetario sobre los pobres perritos y sus escasos momentos de alegría al comer un hueso tan abandonado como el mismo can.


Son poquísimos los habitantes de Asunción que me han dado razón de la escultura - ni siquiera la gentil srta. Solís, con su incansable labor pro canes, a cuyos pies me pongo- aunque nadie ha podido hacerlo de forma completa sobre el autor, salvo el profesor Luis Hernáez: ”Hacia el 1917, bajo la intendencia de Albino Mernes, se colocaron en las plazas, en su reemplazo, reproducciones “compradas del catálogo de Funderies de Val d’Osne”. Tampoco parece ser objeto de atención para los escasos viandantes que por allí transitan cansinamente y sólo algún domingo, una de esas familias que vienen a pasar el día desde el interior, la utilizan para hacer una foto al niño que se sube encima a guisa de improvisado caballo.


Al terminar una breve y grata misión diplomática aquí (incluida al parecer la consecución del voto olímpico para Madrid, según se me dijo, aunque a la postre la capital de España sería derrotada en sus aspiraciones) y naturalmente, al felicitar a la querida ciudad de Asunción por la magnífica escultura así como al mandatario que tuvo la idea de encargarla y de instalarla, resulta automático, inevitable, asociar la figura con la dura realidad de los animales abandonados, esperando que una simbólica caricia sobre el bronce, frío pero vivo, sirva para estimular la debida sensibilidad hacia el perro callejero”.


Pues bien, la metáfora-realidad de “la bandera desgarrada” surtió un efecto no directamente buscado y a los pocos días el mismo “Ultima hora”, posiblemente el periódico paraguayo de concepción más moderna, en primera página y bajo el doble título de “Municipalidad asumió culpa y Comuna repuso la bandera e inició sumario”, publicaba que “desde la mañana de ayer una nueva bandera flanea frente al edificio del Congreso. Reemplaza a los jirones de estandarte que hasta ayer ondeaban en ese sitio importante de la capital. La Comuna asumió la culpa de la vergonzosa situación e inició una investigación para hallar responsables…”.


Así, tras largo tiempo, la bandera tricolor paraguaya, única en el mundo cuyo anverso y reverso son diferentes debido al escudo que campea sobre del primero, distinto de la figura del segundo, volvió a ondear dignamente. Y tango para mí que el hasta entonces ignoto perrito callejero influyó sobremanera en el evento.

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