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Leí La lluvia amarilla, de Julio Llamazares, hacia 1998, unos diez años después de su publicación. Para entonces, ya era uno de esos libros que había que leer. Recuerdo que me caló hondamente el lirismo de la novela. Ahora, tras asistir a la función teatral que la adapta, compruebo que solo recordaba una de las muchas caras de la obra; las otras me han asaltado durante la representación como un río desbordando los diques que lo contienen.
Asiste uno a Género imposible, el espectáculo de Sílvia Pérez Cruz que ella misma ha ideado y dirige en las Naves del Español de Matadero. La honestidad obliga a reconocer que, salvo algunas canciones y, en particular, su disco Farsa (género imposible), que la artista toma como referencia para el montaje que comentamos, poco conocía quien esto escribe de la obra y el recorrido de la cantante.
En esta obra Juan Diego Botto es Federico García Lorca, pero, a un tiempo, y en determinados momentos, Federico es Juan, lo que le permite al autor moverse de una época a otra con ingeniosa facilidad. El texto se vale de la excusa de la tendencia a la dispersión del personaje para engarzar anécdotas, reflexiones, discursos y confesiones en una pieza que, hecha a retales, da un resultado monolítico, indisoluble, redondo como piedra de molino, porque quien está ahí es alguien tan real, tan palpable como quien lo escucha.
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