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No es fácil gestar y cultivar entornos en los cuales la dignidad sea su cimiento, pero quienes lo han conseguido, sostienen que es clave para la libertad individual y colectiva, y pieza vital de la felicidad. La otredad emerge y está siempre presente en medio de este tipo de reflexiones, porque la dignidad solo puede ser aquilatada a la luz del “otro”, de los “otros”, es decir, del “nosotros”, del “ustedes”.
El mejor uso de los recursos disponibles, con las cualidades bien administradas es el bagaje para afrontar las acechanzas. La respuesta DIGNA exige el testimonio de unos comportamientos entroncados con la sociedad y con el mundo; sopesará la actitud negligente con la franqueza colaboradora; ahí radica su meollo.
Arrastramos el carácter menesteroso a través de los tiempos; cuando nos vemos boyantes, pronto nos acogotan las inquietudes, a sabiendas del invariable final. También en la actualidad acechan los augurios destemplados, a los que oponemos conductas arbitrarias, dejando a la razón y la responsabilidad en aparcamientos desvencijados. Contribuimos a la desorientación sin mirar con fundamento hacia los horizontes; padecemos una encerrona consentida.
La idea de dignidad es descubierta desde la filosofía y la religión. Gracias a ellas, si son usadas de modo adecuado, podemos ver encada ser humano algo que escapa a la observación científica: posee un valor que supera los límites del espacio y del tiempo, porque está destinado a lo eterno.
Aunque se dan pasos para la erradicación definitiva del mismo, el problema que presentan hoy los discapacitados, tanto físicos como psíquicos, creo que merece muchísima más atención por parte de la misma Administración y también por parte de quienes conformamos el resto de la colectividad.
Hay términos expresivos muy afectados por la flecha del tiempo, esa introductora de tantos sinsabores para los humanos. Echemos un vistazo a la FIDELIDAD, sus oscilaciones son patentes. Ya no sabemos si tiene razón de ser, si fue cosa del pasado o lo será del futuro. A las personas, este concepto no cesa de interrogarnos con descaro.
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