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Allá por los años sesenta del siglo XX, en el contexto de la España del desarrollismo, publicó Díaz Plaja un ensayo de éxito, titulado “El español y los siete pecados capitales”. Al de la envidia se le dio el papel de intérprete principal. El autor relacionaba, según se desprende de su obra, la aludida pulsión con una supuesta idiosincrasia española, y temo que se trata de una índole asaz universal.
Los celos, dice el escritor noruego Jo Nerbo, “son una fuerza motriz detrás de muchas de nuestras acciones. Nuestra competitividad la mueven los celos. Se dan distintos grados, está claro. No es lo mismo pegar a tu hermano en una lucha por una mujer que correr en una pista. Un poco puede ser bueno. Cuando terminas en asesinato o en gente atormentándose a sí misma, no. ¿A Putin le mueven los celos, y la envidia? ¿A Bush cuando invadió Irak para superar el legado de su padre?
Los españoles denigramos y rechazamos todo lo nuestro, la envidia es nuestro principal pecado, y basta con que alguno sobresalga en algún arte, disciplina o cualquier otro tipo de valía, para que lo ataquemos sin piedad. La Historia de España está llena de gestas incomparables que no han podido ser superadas, pero denostadas por nosotros mismos.
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