| ||||||||||||||||||||||
El día de los Reyes celebramos la luz que brilla para todos, las tinieblas que cubren la tierra dejan paso a una aurora. Se habla en la Epifanía o fiesta de los Reyes que desde Tarsis (Tartessos, Andalucía) vendrán a esa Luz del mundo ofreciendo oro y otros dones. Esos magos que siguen la estrella pierden la luz en algún momento, pues hay crisis en todo camino, pero luego se alegran cuando reaparece con su fulgor.
Hicieron sus cálculos, cogieron provisiones para el camino y las ofrendas que le llevarían al Hijo de Dios. Partieron con sus caravanas, al encuentro del Autor de la Vida. Con ellos, llevaban unos sencillos tributos: el preciado oro, que sería como reconocimiento de la realeza del Niño; el aromático incienso, que se traduciría en dejar constancia de la Divinidad de Jesús; y la balsámica y relajante mirra, indicando su pertenencia a la calificación de Hombre, de ser Humano.
Esta adoración por parte de Melchor, Gaspar y Baltasar se produce tras un viaje que se inicia en tres puntos territoriales diferentes pero que se unen en un momento determinado convirtiéndose dicho viaje individual en una cabalgata cuya finalidad es la adoración: «¿Dónde está el rey de los judíos recién nacido? Porque hemos visto su estrella en el Oriente y venimos a adorarlo» (San Mateo 2:2).
Precisamente, el adviento es la preparación a ese corazón sensible, que ha de hacerse poesía ante un alma brotando, para glorificarse con el mejor de los objetivos, la entrega a los que se hallen sin luz para hacer el camino de la vida.
|