La estructura del año litúrgico de la Iglesia católica nos indica que la Navidad finaliza el 6 de enero, fiesta de la Epifanía del Señor.
Esta festividad en el mundo occidental hace referencia a la conmemoración de la adoración del Niño Jesús por los Reyes Magos. Mientras en el oriental, la Epifanía es la fiesta del bautismo de Cristo en el río Jordán.
Esta adoración por parte de Melchor, Gaspar y Baltasar se produce tras un viaje que se inicia en tres puntos territoriales diferentes pero que se unen en un momento determinado convirtiéndose dicho viaje individual en una cabalgata cuya finalidad es la adoración: «¿Dónde está el rey de los judíos recién nacido? Porque hemos visto su estrella en el Oriente y venimos a adorarlo» (San Mateo 2:2).
Esta adoración se escenifica con la entrega de regalos, concretamente oro, incienso y mirra. Una escena que se puede contemplar en los belenes que por tradición se montan a inicios de la Navidad. Con el paso del tiempo, esta cabalgata de adoración se ha transformado en un acto de fiesta popular organizada en la tarde del 5 de enero. Y en este sentido, la Epifanía también es conocida con el término de día de Reyes, ya que esta cabalgata es el preludio del día de los Reyes Magos, el 6 de enero, cuando los niños reciben con ilusión los regalos, en recuerdo a esos dones que recibió el Niño Jesús.
Debido a la importancia de esta festividad, el 6 de enero es día de precepto, es decir, se trata de una solemnidad de la Iglesia que contempla la obligatoriedad de participar de la misa de dicha jornada.
En esta celebración litúrgica, los ministros se revisten con las vestiduras de color blanco para celebrar la manifestación de Jesucristo como el Salvador de todo el mundo, y no solo del pueblo judío.
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