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La historia no se puede escribir al albur de unos incompetentes falsificando la tozuda realidad. Es la que es o la que fue, guste o no guste. Su conocimiento sirve para potenciar lo que fue bueno y no cometer los mismos errores del pasado. Mientras no se remedie la vasta incultura que nos rodea, las personas que por su cuenta quieran salir de la supina ignorancia, se privarán de un conocimiento global de la historia de su país y del engrandecimiento de su propio espíritu.
El revisionismo subjetivo de la historia suele generar la involución político social. En todo caso, si se procediese a una revisión de la historia, lo jurídico y democráticamente justo sería no poner limitaciones ni en cuanto a la época, ni en cuanto a las personas, ni en cuanto a los hechos.
Los que no somos ni separatistas, ni socialistas ni comunistas ni de cualquiera de estas múltiples tendencias con las que las izquierdas se manifiestan en Cataluña estamos perplejos, desconcertados, indecisos y, por qué no decirlo, desanimados y desesperanzados ante lo que está ocurriendo con los partidos que se podrían considerar más “conservadores”, menos extremistas y partidarios, sin fisuras aparentes, de lo que dispone nuestra Carta Magna.
Un historiador que se precie y sea digno de su profesión, debe de ser un notario de los hechos sucedidos. Solo ha de reflejar lo que los documentos manifiesten, después de haberlos contrastado y cotejado con otros.
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