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Visto que el deporte oficial de la semana es sacudir a Ridley Scott por las inexactitudes históricas de su última película, me he sumergido en su filmografía para comprobar que esto no es casualidad. Por ejemplo, en Blade Runner (1982), el 2019 de su película no se parece ni por asomo al 2019 actual. Para empezar apenas llueve. Lo curioso es que ningún crítico se queja de esta enorme metedura de pata.
La fascinación que Napoleón Bonaparte ejerce sobre los historiógrafos contagió al cineasta Ridley Scott, cuyos errores y omisiones historiográficas resultan intrascendentes ante el placer que produce ver cobrar vida a personajes tan intensos recreando un gran momento en la historia universal.
Aspiró al poder supremo y lo consiguió. Apoyó los ideales de la Revolución francesa e impulsó el Código napoleónico y otros códigos que afirmaban y garantizaban los derechos y libertades amparados por los revolucionarios a finales del siglo XVIII en Francia.
Recuerdo que leyendo a historiadores revisionistas argentinos, durante los años que tuve el privilegio de estudiar en la Universidad Nacional de Tucumán, empecé a conocer las contradicciones de una historia tan balcanizada como la misma Latinoamérica.
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