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El consumo y el procesado de productos lácteos y de derivados del cerdo llegó al Pirineo al menos en los inicios del Neolítico, hace unos 7.500 años. Esa es la conclusión de un estudio en el que los investigadores encontraron la primera evidencia directa de que la explotación de esos productos en la cordillera pirenaica empezó antes de lo que se pensaba.
La 8ª edición de GastroPirineus, las Jornadas Profesionales de Gastronomía y de la Cocina de los Pirineos, se celebra a 2.000 metros de altitud, en el hotel Port Ainé 2000, los días 11 y 12 de abril. Dos jornadas en las que más de 20 profesionales reivindicarán la cocina y la gastronomía del territorio. Y lo harán, como ya es habitual, con sesiones de cocina en directo y maridajes de vinos y de productos del Pirineo y otros lugares de la geografía catalana.
De pequeños, por lo menos a los de mi generación, nos enseñaron que España formaba parte de Europa, pero que estaba unida o separada de ella por los Montes Pirineos. Desde entonces me he sentido atraído y a la vez intrigado por qué a esa cadena montañosa se le denominaba de esa manera.
La economía de los Valles Pirenaicos se ha basado en las últimas décadas en la conocida “dieta alpina”, cuyos ingredientes principales eran el turismo alpino, la explotación agropecuaria y forestal y la industria agroalimentaria. Dicha fórmula creaba excelentes platos minimalistas, de apariencia altamente sugestiva pero con fecha de caducidad impresa (2020), debido a la irrupción de la borrasca pandémica del post coronavirus.
Este año la nieve, por suerte para los amantes de la práctica del deporte del esquí, ha llegado antes de lo habitual. Las cimas de las montañas han cambiado de color, trocando los tonos ocres por el blanco nuclear que ha llenado las pistas de esquí de una nieve apta para deslizarse sobre su superficie, lejos de la polución de las grandes urbes.
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