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Una de las más graves consecuencias de la democracia, es que permite imponer lo que diga una mayoría bajo el sofisma de que es lo mejor, lo cierto, lo verdadero, lo auténtico. Hacer que la voluntad de los más sustituya a la certidumbre; suplantar la sustancia por la entelequia, la evidencia por la irrealidad, la cantidad por la calidad.
Reunión de falsos alfareros, hace días, llenaron todos los medios. Presidentes de reinados comprados con votos serviles, trajeados con ropa pagada por todo el gremio laboral, plantaron cara para la foto de familia unida antes de la herencia. El pueblo murmuraba porque, la verdad, no podía hacer otra cosa; alguien vendría a callarle. Los disfraces suelen ocultar burdas situaciones, físicas, cívicas o morales.
La historia de una nación debería ser "referencia social" para todos sus ciudadanos. Cuando una nación pierde su "referencia histórica", está abriendo la puerta a la decadencia, a la frustración, a la indiferencia...
Hace unos días me atreví a comentar el “paradisiaco futuro” que nos espera con el nuevo Plan Marshall, “RECUPERACIÓN, TRANSFORMACIÓN y RESILIENCIA”, propuesto por el gobierno de Pedro Sánchez.
La calle habla de muchas cosas que las Redes Sociales no recogen, porque no les interesa los jubilados, ni saber de las salas de estar de los mayores, ni revolver los supermercados de La gente normal, en definitiva, no conocer las “cotidianas VÍAS de la vida obrera”.
La sequedad mental, no es el paso previo a la indiferencia.
Septiembre de 1920, amanece en una ciudad de provincias cualquiera. Lo rural se despinta tenuemente en el casino. Allí, entre veladores de mármol blanco y sillas de nogal, varios estudiantes, vástagos del caciquismo local, apuran la última cazalla antes de marcharse a casa a dormir la tajada.
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