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Interesante concepto este por el que pasamos a diario sin darnos cuenta, o mucho peor despreciando sus repercusiones sobre la existencia particular y social. Accedemos a una playa, entramos en la oficina, llegamos al domicilio particular, deambulamos por plazas o avenidas; como meras piezas mecánicas o como entes pensantes sabedores del posible sentido de dichas acciones.
La vorágine nos atrae, nos aturde, con una enorme potencia de arrastre; seguimos sus directrices con una fruición inusitada. No por convencimiento, eso no, cómo iba a serlo si el pensamiento no es la principal actividad puesta en marcha. Aunque no se avizora la pausa reparadora. Nos caen los chuzos desde cualquier ángulo, dependemos de botarates empecinados, mientras descuidamos las propias condiciones particulares.
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