| ||||||||||||||||||||||
Todo es lo mismo. Éramos un grupo de cuatro o cinco reunidos después de clases. Todos los días volteábamos a ver cuándo pasábamos hacia la cuneta de enfrente, en donde los zapatos negros seguían embelleciendo la ventana de vidrio de la tienda de la muchacha de ojos color almibarados.
Sé que cada vez es más difícil confiar en la bondad de las personas. No es para menos, la bondad es usada como una especie de careta para timar, defraudar, enriquecerse, mentir, aprovecharse –paradójicamente–, de quienes aún confían en la bondad.
Siempre fui egocéntrica, y vanidosa. Odiaba tener que sacrificar horas de mi vida para oír a la gente. Me amparé en la excusa de que era tímida. Y me compraba libros porque en ese caso yo elegía qué quería saber y por qué destino ir.
Al final, decidí entrar a la Casa del Café. Segundo piso de Metrocentro. Esperé a una dama que desconocía por completo. Me ubiqué frente a las paredes de vidrio de dicho local, por donde miraba transitar a la gente. Los negocios, a lo largo del pasillo, esperaban a sus clientes, mientras la multitud avanzaba en distintas direcciones. Estaba a la deriva, convertido en mitad hombre y mitad celular, no había término medio.
“...me acerco, casi en el cruce con Maipú, y digo que me gustaría saber si tengo alguna chance. Suspende la mirada mientras me oye. Se detiene toda. Transido parpadeo ante la aparición incuestionable de súbita trompita. Gira la cabeza hacia mí. Comienza a pesquisarme desde la barbilla".
El amor de un payaso no es tan distinto. Me recuerdo a los 18 trabajando de mesera en un restaurante donde llegaba un payaso y no precisamente por la comida, su juego era distinto, eso sí, no daba una propina tradicional, sino una flor o un corazón de globo. A mí me gustaba imaginarme ser la esposa de un payaso.
Después del sonido característico de la tienda, me acerqué a la gran estantería de libros clásicos. Veía los nombres de cada autor con sus grandes obras maestras. Me decanté por Pablo Neruda. Me senté en una mesa un poco alejada con un gran ventanal, pedí un café y me dejé llevar por la maravillosa sensación.
Lito decidió buscar un empleo honrado: Conductor de tren. Los candidatos, más de treinta, bajaron a las vías, en espera del convoy. Lito se situó junto a la vía, de espaldas, para ser el primero. Decía: “Je, je, je. A mí nadie se me llevará por delante.”
Ethel era una pintora decadentista excepcional. Sin duda, una joven promesa en las artes y no solo a nivel local, la buena crítica a su obra le había llevado a trascender a pesar de su corta edad en el ámbito internacional. «Paku» como le apodaban de cariño era una chica que siempre estaba experimentado con su obra y sus cuadros, ella agregaba elementos que ningún otro artista podía imaginar.
Tuvieron la virtud de hacerse varios ofrecimientos, mientras tanto el tiempo examinaba su libro de apuntes cotidianos, y resultaba que diario se dan cosas distintas, que dan a algunos sabor y a otros sinsabores editando su propia versión de cultura, y que maquillan al día y, aunque el tiempo no hace siesta, su alimento es la misma realidad dentro del tiempo, ese es su plácido plato.
“...me acerco, casi en el cruce con Maipú, y digo que me gustaría saber si tengo alguna chance. Suspende la mirada mientras me oye. Se detiene toda. Transido parpadeo ante la aparición incuestionable de súbita trompita. Gira la cabeza hacia mí. Comienza a pesquisarme desde la barbilla..."
Hace 41 años sucedió. En parte les voy a relatar detalles de mi estadía en el hospital en el año 1982. Al discurrir estos breves datos podrán descodificar a su (s) mejores estilos lo pertinente. La mente me orientó, me exigió, me condujo para que no quede en el olvido semejantes realidades, a hacer un recorrido desde cuando fui internado en el hospital de la capital de Managua-Nicaragua, en el año 1982 el 19 de octubre.
Esta breve historia, como muchas que les he relatado, son un o mi libro abierto. Para mí es un nuevo comienzo en el tiempo, y quizás, es parte del futuro de las nuevas generaciones. Habrán momentos, en el desplazamiento de su (s) lectura, que el lector tendrá que hacerse algunas imaginaciones.
Es un recuerdo en la memoria escrita en la realidad. Lagrimas de alegría se producen ante todos estos y otros recuerdos de mi Masaya florida, denominada desde antaño ¡ciudad de las flores! Una historia de historias. Mañana será nuevamente más bonito.
El joven Aylan de Alarcón se aburría como una ostra, viendo entre el escaso público un anodino partido de voleibol en Abu Dabi. Se levantó y echó a correr entre las gradas. El guardaespaldas Lito, vestido de vendedor de palomitas, le cortó el paso. Aylan chocó contra Lito, cabeza con cabeza. Las palomitas salieron volando. Acabaron en el suelo, con sendos chichones y cubiertos de palomitas de maíz.
Un día la hormiguita y la liebre se encontraron y se hicieron amigos en el momento que más lo necesitaban, fue una obra espléndida y prodigiosa del destino, pero el mismo destino del tiempo se encargó de dejar inconclusa esa amistad, fue todo un misterio, pero por algo fue así ese tiempo.
Nací en Cabra del Santo Cristo. Tuve que abandonar mi tierra cuando me quedé embarazada, aún no había cumplido 16 años. Yo era y continúo siendo, pequeñita y fea; razón por la que me contrató doña Ramona:, esposa de un marido aficionado a “beneficiarse” de las mujeres que contrataba su señora.
Cómo olvidar estos momentos idos. Jamás. En el año 1982, cuando ya graduado como instructor deportivo con especialidad en Baloncesto, trabajaba en mi ciudad natal Masaya Nicaragua para el Ministerio de Deportes. Era una notable mañana silenciosa, su fuerza era su propia debilidad, y era como que, mejor me hubiesen dejado morir en medio de la calle y ver desde ahí mi seráfico sentimiento...
Precavida realidad, se ajustaba precisamente con un suspiro de satisfacción, y espléndido menú cotidiano, como contemplarse de soslayo en un espejo y ver a través de el colgado el reloj en la vieja pared derruida por el tiempo, como una ráfaga de viento. Era algo muy especial.
En la búsqueda, allá por el año 1980, vivía en la capital de Nicaragua, Managua, dónde fue el cine Dorado una cuadra al sur, en una casa de madera con un arranque de concreto. Tenía poco de haber triunfado la Revolución Sandinista, zona muy poblada.
|