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Reconciliación a mogollón

Relato breve
Manuel del Pino
lunes, 10 de abril de 2023, 12:43 h (CET)

Lito decidió buscar un empleo honrado: Conductor de tren. Los candidatos, más de treinta, bajaron a las vías, en espera del convoy. Lito se situó junto a la vía, de espaldas, para ser el primero. Decía: “Je, je, je. A mí nadie se me llevará por delante.”


Llegó el tren como una exhalación. Los demás se apartaron, pero Lito continuó firme. TUUUTTT. El tren pasó afeitándole toda la ropa, la espalda y el trasero.


—Uahhh. ¿Pero qué es esto que me está ocurriendo?


Cuando pasó el tren, los demás candidatos le señalaban y se reían:


—Ja, ja, ja. Conque nadie te llevará por delante, ¿eh?


Lito tuvo que pasar la prueba de conductor cabreado y avergonzado, de espalda a la pared, para que no se le vieran su espalda y su trasero desnudos, rojos y doloridos. Se subió a la moderna locomotora, junto a los monitores, quienes le indicaron que arrancara el tren y lo pusiera a alta velocidad, pero frenase antes de llegar al túnel.


Lito lo hizo, aceleró el tren a gran velocidad. El túnel se acercaba. Se dio cuenta del problema. El tren medía más que el diámetro del túnel. Y no podía frenar a tiempo.


—Arghhh. ¿Qué culpa tengo yo de que el tren sea demasiado anchooo?


El tren entró en el túnel a toda velocidad. RIIISSSS. Y salió del túnel mucho más fino, como un lápiz afilado en el sacapuntas. Los monitores, que a duras penas se sujetaron y sobrevivieron, le miraban como asesinos: “¡Estás suspenso! ¡Fuera de aquí!”.


Por su parte, Lota se buscó la vida trabajando para el gobierno. Debía derribar el próximo globo chino espía que surcara el espacio aéreo. La acompañaban el instructor, el subsecretario y el director general. La armaron con una escopeta de dos cañones.


Lota veía globos chinos por todas partes. Apuntaba por doquier, dispuesta a disparar para demostrar sus méritos. El instructor le apartó la escopeta y le dijo:


—Cuidado, que le vas a dar al señor director general. He evitado una catástrofe.


¡BANG! Con el trajín, la escopeta se disparó, pero hacia el otro lado. El tiro le alcanzó de lleno al subsecretario, que quedó negro entero, hecho carbonilla y dijo:


—Grrr. Sí, menos mal que aquí no ha pasado nada.


En esto apareció un gran globo blanco por el cielo, con letras chinas. Carla apuntó con la escopeta, pensando: “Lo que sea, con tal de no ver a ese memo de Lito”. Apuntó bien y volvió a disparar, jaleada por sus jefes. ¡BANG! Aunque volaba muy alto, acertó al globo, que estalló en el cielo y desparramó todo su contenido a la tierra.


Lota, el director general, el subsecretario y el instructor quedaron cubiertos de polvo blanco, sacudiéndose con asco y temor, soltaban maldiciones. Lo peor fue que el globo llevaba en el interior un tripulante, que cayó al vacío. Y no impactó sobre ninguno de los jefes, sino sobre la orgullosa Lota, aplastándola en el suelo.


Los jefes agarraron al espía, que había caído muy lastimado del cielo. Lota se le encaró, le sopló con fuerza el polvo blanco que le cubría, para verle la cara. Esperaban descubrir a un importante espía chino, para llevarle a juicio y condenarle.


—¡Lito! Pero ¿qué hacías ahí, desgraciado? Casi me matas.


De modo que decidieron volver a las andadas. Lito sabía de buena tinta que los toreros El Tirolés padre y El Tirolés hijo organizaban su reconciliación con una capea benéfica. Allí que se presentaron Lota y Lito, vestidos de toreros, en la finca Bolinga.


Ante los periodistas, Tirolés padre e hijo escenificaban la reconciliación en la plaza de la finca. El Tirolés padre tiró del flequillo a El Tirolés hijo, fingiendo sonrisas, tan fuerte que al mozo se le saltaron las lágrimas y apenas pudo disimular el cabreo.


El Tirolés hijo le dio un tortazo cariñoso a Tirolés padre, que le cruzó la cara, se la puso roja y le hizo apretar los puños, sólo se contuvo porque estaban los periodistas. Tirolés padre le soltó al hijo una tremenda palmada en el hombro, que le hizo perder el equilibrio, tambalearse varias zancadas y por poco le derriba. Tirolés hijo se acercó riendo de rabia para darle un abrazo al padre, muy apretado, ambos se enzarzaron en agarrones mutuos, acabaron revolcándose por la arena.


La llegada de Lota y Lito vestidos de maletillas les hizo recuperar su dignidad.

—¿A que nos parecemos mucho? —dijo el hijo junto al padre.


—La verdad es que no —replicó Lota con mala uva, viendo el percal.


Tirolés hijo comenzó a llorar desconsolado.


—No me digas eso. Con el trabajo que me ha costado. 54 años.


El Tirolés padre intentó ligar con Lota en seguida. Lota le hizo tragar un puñado de viagras azules. El padre apañó tal empitonamiento, que perseguía a todos en la plaza. Lota le esquivó. A Lito le pilló por sorpresa el ataque machote, salió corriendo por la arena, no estaba acostumbrado con esas zapatillas, cayó y mordió la tierra.


—¿Así que sois toreros? —dijo El Tirolés hijo—. Pues veámoslo.


Les dio capote, muleta y banderillas. Luego les persiguió muy en serio con un carretón taurino de madera. Los periodistas grababan y hacían fotos divertidos. Lito se hizo un lío con el capote, envolvió la cabeza de Lota, que anduvo a ciegas, hasta que Tirolés hijo la embistió de lleno con el carretón.


—¡Ahhh! Eso no vale. Me habéis pillado a traición.


Lota salió despedida y también probó el sabor de la arena. Regresó con tremenda rabia, tomó las banderillas para acertarlas en el carretón con todas sus fuerzas y destrozarlo. Pero El Tirolés hijo era muy hábil, la esquivaba siempre, con Lito de por medio. Lota clavó las banderillas en el lomo de Lito desprevenido.


—¡Uahhh! Lo que hay que aguantar por pillar una recompensa.


Lito agarró el estoque, dispuesto a vengarse de Lota, quien se dio prisa en correr. El Tirolés hijo alcanzó a Lito por detrás con el carretón y le mandó a volar. Lito aterrizó de mala postura, con el estoque debajo y se lo atravesó a sí mismo entero en el brazo. Se acercó El Tirolés padre y le extrajo el estoque a lo vivo.


—Eso no es . Más cornás da el hambre.


—¿Que no es nada? Huy que me desangro.


Lito se desmayó. Lota acudió para hacerle un torniquete y abanicarle.


—Veo que sois unos grandes maletillas de verdad —dijo El Tirolés hijo—. Que empiece la corrida. Esto va a ser divertido de la muerte.


Todos reían, en especial los periodistas, menos Lito y Lota. El mayoral abrió la puerta de toriles y apareció una vaquilla negra bastante grande. El Tirolés padre se empeñó en torearla, aunque fuera con la ayuda de un andador. Lito corrió a esconderse tras el burladero.


—Je, je, je. Aquí no me alcanzarán. Ya estoy harto.


Tirolés padre hizo lo que pudo por torear con capote y muleta, sujeto al andador. Dio unos pases, pretendió hacer el salto de la rana, como antaño, pero cayó de rodillas al suelo.  La vaquilla le embistió de lleno. El pobre viejo salió despedido y aterrizó encima de Lito, por mucho que quiso ocultarse, cabeza contra cabeza. ¡Crokkk! Ambos cayeron tras el burladero, con sendos chichones, viendo las estrellas y cantando alucinados.


El Tirolés hijo, impetuoso, lideró el festival taurino montado en un patinete eléctrico, capote y estoque en mano. Así daba vueltas a la plaza, saludaba a la concurrencia. Le perseguía la vaquilla. El torero hijo la regateaba acelerando el patinete eléctrico. Le hacía quiebros, la recortaba a su gusto. Los periodistas grababan y aplaudían. Pasaba una y otra vez ante el burladero desde donde observaba Lota.


Lo que El Tirolés hijo quería era impresionar a Lota, para llevársela después de la corrida. Por su parte, Lota se dejaba admirar por el torero, ya se veía rica, llena de alhajas, modelo y actriz famosa, gracias a la influencia del Tirolés hijo.


La res acechaba al torero con ahínco. Tanto aceleró El Tirolés hijo el patinete, que salió disparado y cayó a su vez contra la cabeza de la sorprendida Lota. Con un enorme chichón, Lota voló del albero hecha una furia, hacia la puerta de arrastre.


Se señalaba la vaquilla con una mano la sien y decía para sí:


—Están locos estos humanos. Luego la bestia soy yo.

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