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Esto permite sopesar, pensar en las ciudades como un puñado de calles, hoteles, moteles, bares, restaurantes, cantinas, edificios de todo estilo, lo cual es más que importante pensarlo como el lugar que habitamos, trabajamos o vivimos y convivimos, como una manifestación viva de nuestra propia cultura.
Dentro de los pedidos, encomiendas que en ciertas ocasiones me expresó en vida mi gran amigo Ruy Téllez Solís, imaginariamente hacíamos un recorrido cultural por varias partes del mundo y eran tan maravillosos esos viajes que desbordaba los límites de la imaginación. Entonces, ahí nos decíamos sentados en una banca de concreto ubicada en la calle del calvario, en el parque central, en mi casa, lo interminable de las culturas del mundo.
Es domingo por la mañana y el frío no cede ni un ápice en la temporada invernal. La posibilidad de dejar las sábanas para empezar un nuevo día con optimismo se ve tan lejana como si se tratara de viajar a la luna, pero ya son las nueve y de un momento a otro Inés pasará por él para ir a desayunar.
Ensimismado, como quien busca hallar algo que los demás no ven, rompió en dos, en tres, en miles —si es que pudiéramos ver cómo los pensamientos abren brechas donde no las hay— la bruma que cubría la plaza universitaria. Aquel conjunto de lajas, lustradas por las interminables protestas, pertenece a un mundo que no necesita cambiar si fue hecho para servir de jaula.
En una habitación inundada por el aroma de café recién hecho, Javier, un poeta de mediana edad con ojos hundidos y cabellos encanecidos, observaba los montones de papeles desperdigados sobre su escritorio. Había recibido el diagnóstico apenas unas semanas atrás: cáncer terminal.
Relatar es “volver a traer”. Relatar es redactar una construcción narrativa para dar sentido a los datos que se han producido. Es decir, complementar una noticia. Constantemente estamos utilizando el “relato” como una forma de aclarar si es necesario una noticia, a fin de hacerla más comprensible por el lector.
Sara estaba de pie frente al restaurante donde trabajaba, observaba incesantemente y con una miraba furtiva, melancólica pero optimista en todos los sentidos. Sara entró al restaurante y expresó buenos días Lola, ¿qué tal todo? la encargada se encontraba tras la barra ordenando unas copas recién sacadas del lavavajillas, no le escuchó.
La primera vez que Degas, un hombre de firmes convicciones conservadoras, un marcado antisemitismo, y un ingenio que a veces era cruel e irascible, se quebró, fue a través de un cuadro de Mary. No era la mejor de las personas, pero sabía reconocer el talento, que es básicamente todo lo que le importaba. Cuando vio en el Salón de París el cuadro de una mujer con un vestido azul, de pronto se sintió conmovido. “Aquí hay alguien que siente como yo lo hago”, dijo.
Corría mayo de 1993 y me dirigía al colegio normalmente. Al llegar a la sala, estaba el profesor y un inspector, extraño momento. El Inspector preguntó en qué comunas vivíamos. Hubo un grupo de alumnos, -yo diría aproximadamente el 25% del curso-, al que se nos dijo, debíamos volver a casa sin mayor explicación. En ese momento, no sabíamos mucho, nos alegró tener un día “libre”.
Había algo en la manera en que ella me miraba, un gesto silencioso que hablaba más que cualquier palabra. Esa noche, mientras el viento susurraba entre los árboles, me mostró su pecho desnudo, pero no era el cuerpo lo que se ofrecía ante mí, sino el alma.
La jefa de policía de aquel pequeño pueblo del norte de España, no estaba preparada para lo que estaba sucediendo. Había crecido en aquel sitio, conocía a sus habitantes como si fueran de su familia, su trabajo era la mayor parte del tiempo aburrido, pero a ella le gustaba, desde pequeña sabía lo que quería ser de mayor, al igual que sabía que nunca se iría de aquel sitio, su vida estaba allí.
Este texto brota desde la memoria de Eduardo Galeano y Mark Twain. El inmenso Galeano y sus venas aún abiertas de América Latina y Twain, el buscavidas irónico del rio Misisipí que soñó un diario de Adán y Eva. Su fértil memoria mueve la mano que escribe de modo misterioso. Las venas abiertas siguen bien abiertas para la rapiña de las elites criollas y el impero yanqui.
¿Quién puede sentir mi dolor? solamente mi madre, que me defendía mejor que cualquier abogado para hacerlo con todos sus secretos de amor. En consecuencia, que hubiera sido si mi madre no actuaba, a lo mejor una catástrofe o quizá a saber qué. Reflexionando y actuando sobre mi viaje haciendo un recorrido por mi mente, he logrado encontrar y comprender que, estoy lleno de emociones, gratitud y asombro.
Edición y publicación en pdf de mi novela corta "Me ocurrió lo mismo", es una trama con sentimientos encontrados, noble, y malediciente, pero al final el tiempo dictaminó la felicidad y estuvo el premio. Siempre es más que seguro que el Señor Tiempo siempre tiene la razón al final del camino y te da tu premio. No expreso más para que ustedes estimados lectores discurran lo que tengan a bien.
Las manecillas del viejo reloj sobre el baúl continúan su marcha incesante. Como disciplinadas soldados y constantes obreras, cumplen su imparable labor al ritmo del ¡tic!, ¡tac!, ¡tic!, ¡tac! Libros y más libros abarrotan la habitación, una computadora negra en modo de ahorro de energía, y una botella de mezcal recién abierta que deja escapar su inconfundible aroma a agave.
La intermitencia en la iluminación no se debe a la falta de suministro eléctrico, es a causa del filamento del amarillento foco que está próximo a expirar. El vaivén en los lúmenes remarcan las imperfecciones de la pared que alguna vez fue blanca.
La anciana dentro de su soledad. Silencio. Silencio. ¿Qué le sucede a ese joven, dónde estará metido? Mientras tanto, la anciana apuradamente se quitó los anteojos hasta el nivel cuasi de las fosas nasales y observando en los alrededores del aposento; posteriormente se los bajó hasta la barbilla.
California, media tarde del 10 de marzo de 2024. Teatro Dolby, mismo centro de Los Angeles. Entrega de los Premios de la Academia. Fila 4, pasillo central. Butacas 20 y 22. Conversación informal entre dos de los rostros más buscados de la velada: Christopher Lanon y Bob Roberts, guionista-director y productor, respectivamente, de “El físico nuclear que odiaba a Mattel”, película favorita para esta edición.
Con justa razón se dice que vivimos en una “realidad” sumamente reducida, recreación de la “verdadera” realidad, imposible de captar a través de nuestros limitados sentidos y la serie de prejuicios mentales que cada quien arrastra consigo.
Sólo un experto podría diferenciar si aquella escena trata de una pareja devorándose a besos o dos seres engulléndose aparejadamente. Parece que es lo mismo, pero no lo es. La diferencia radica en el punto donde se originan las facciones, las contorsiones que más parecen convulsiones nacidas de muy adentro, de esa región que es una especie de zona profunda de los agujeros negros.
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