Corría mayo de 1993 y me dirigía al colegio normalmente. Al llegar a la sala, estaba el profesor y un inspector, extraño momento. El Inspector preguntó en qué comunas vivíamos. Hubo un grupo de alumnos, -yo diría aproximadamente el 25% del curso-, al que se nos dijo, debíamos volver a casa sin mayor explicación. En ese momento, no sabíamos mucho, nos alegró tener un día “libre”.
Estuve en un bus entre las 14.00 y las 20.00 horas aproximadamente hasta llegar a mi hogar. La distancia era para un tiempo mucho menor, pero el nivel de atochamiento era poco usual en Santiago de Chile. Se trataba de tiempos sin celular, no podíamos revisar Google ni X, pero se usaba conversar con el del lado y durante esas horas en el transporte público nos fuimos enterando de la situación.
Pasaron unas horas más, hasta que nos enteramos de que un compañero, -Rojas su apellido-, estaba entre los damnificados por un aluvión, en la zona sur de Santiago. Afortunadamente, su familia no tuvo fallecidos ni desaparecidos, aunque claro, las consecuencias materiales afectaron a más de 30.000 personas y ellos estaban ahí.
A esa edad, empecé a entender la fragilidad de la vida, de un momento para otro, muchas personas pueden fallecer y la vida continúa, aunque nos duela. Mientras tanto, hay otros que producto de designios que no somos capaces de entender sin ampararnos en la fe, siguen contribuyendo a la sociedad como era el caso de mi compañero Rojas, quien tenía un hermano mayor que estaba en nuestro mismo colegio.
Volviendo a la situación de Valencia, una arista que no es el objetivo de analizar en este momento trata sobre los motivos que impidieron una reacción pronta o la mitigación del riesgo.
Cuando hablamos de la mitigación del riesgo, el mejor escenario es que no se materialice el riesgo. Para ello existen los controles preventivos. Entonces si existen alertas rojas, entregar señales de tranquilidad desde el poder político es un despropósito, debiera estar en el manual básico del político.
Ahora bien, el escenario ideal era prevenir debiera abordar tomar medidas de fondo para las que no falta conocimiento, sólo falta decisión. Algo como lo que hizo Franco tras la riada del 57. Un punto importante es que no porque sea ese hombre quien tomó decisiones en dicho sentido debe ser enaltecido personalmente o menospreciada su obra. Las personas piadosas pueden cometer malos actos, así como las personas despiadadas pueden cometer acciones positivas, el mundo no es Disney.
La familia de un compañero de mi hijo, amigos de nuestra familia, viven en Paiporta y hoy enfrentan una situación similar a la que vivieron los Rojas. Están con vida, pero sintiendo lo tan difícil de describir cuando no lo has vivido en primera persona.
Ayer fueron los Rojas en el sur de la ciudad de Santiago de Chile, hoy son los Monedero y muchos más en la Horta Sud.
El lema de nuestro colegio era “Labor Omnia Vincit”, en base al trabajo es posible recuperar lo material. Afortunadamente, en los dos casos mencionados las pérdidas no han sido humanas. Sólo queda trabajar para acompañar en estos momentos y que estas historias que se van repitiendo sirvan de moraleja para que no sigamos tropezando con la misma piedra eternamente tal y como Sísifo.
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