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Tamames, Shakira, Sergio Ramos… y tantos otros… permanecen en una sempiterna lucha por no dejar de estar, por no dejar de remedar lo que fueron y que, allende el recuerdo, ya no serán. No en vano, la popularidad, ay, expira, es caducifolia, tiene su cénit. La clave de que su crepúsculo no sea llevado de manera elegante, morigerada, virtuosa… radica (creo atisbar) en la mala gestión del ego.
Resulta que Sergio Ramos, futbolista de profesión, se casó el otro día en Sevilla. Los fastos han sido babilónicos, al parecer.
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