Tamames, Shakira, Sergio Ramos… y tantos otros… permanecen en una sempiterna lucha por no dejar de estar, por no dejar de remedar lo que fueron y que, allende el recuerdo, ya no serán. No en vano, la popularidad, ay, expira, es caducifolia, tiene su cénit. La clave de que su crepúsculo no sea llevado de manera elegante, morigerada, virtuosa… radica (creo atisbar) en la mala gestión del ego: ya les puede ir fetén en todos los órdenes de la vida, pero, oh, se sienten vacíos al no serles propicia esa suerte que creen seguir mereciendo, palpable, por ejemplo, en la rendición del común a sus rentas de carisma; al no seguir recibiendo de los hados ese qué sé yo que les granjeó otrora tantas adhesiones. Parece faltarles el vértigo de sentirse en la cresta de la ola… y en ese plan...
Tal cosa yo la he venido conociendo en las últimas décadas de la mano de las tonadilleras, esa estirpe, carne de escenario, que en casos muy notorios malasimilaron el no gozar de las mieles del éxito y la popularidad en la misma medida que en tiempos precedentes y, no queriéndose resignar, bogaron por mantenerse bajo el foco pagando el precio que fuere.
Paradójicamente, mucho del más luminoso bagaje cultural e intelectual con que contamos como sociedad y como especie, permanece “silenciado” en el mundo de las tinieblas, esto es, grandísimos científicos e intelectuales aportan en su día a día ingente valor social de la manera más discreta, a la sombra de las miserias y tragedias que jalonan nuestro diario existir, circundados por la luz que ellos mismos desprenden bajo la sombra de la colectiva indiferencia, una desatención guiada mediáticamente, dado que los medios se me antojan semejantes a “La Libertad” de Delacroix, pero guiando a su pueblo por y hacia la cochambre, un concepto abstracto este último acrecentado y replicado por las redes sociales, las cuales más son engrosadas con inmundicia que usadas para edificantes fines, mal que nos pese.
Pero bueno, a lo que vamos. Más allá de la pasta, que en el caso de los tres aludidos al principio del presente escrito no parece que les sea perentoria la misma, todo indica que les duele hallarse en la fase declinante de su profesional periplo, y en el caso de Tamames habría que incluir el adjetivo “emérito”, pues el bueno del apócrifo aprehensor de ideologías ya lo es en casi todo.
No es fácil asumir el paso del tiempo con dignidad, aunque ejemplos tenemos en tal dirección (Laura Valenzuela o Pepa Flores, verbigracia, por querer dejar un buen recuerdo o por el hastío brotado del discernimiento respectivamente). Los errores que vamos cometiendo nos habrían de servir para perfilar un acceso a las nuevas etapas vitales lo más aseado posible. ¿Qué hace Tamames prestándose, ya nonagenario a hacer un hilarante y cameral paripé? ¿Qué hace Sergio Ramos postulándose con casi cuarenta años como imprescindible seleccionable? Que diga qué compañero de los que han sido llamados ha de dejar de ir para que pueda él señorear dicha plaza en vez de esgrimir su currículum, el cual está basado en el hecho de haber ejercido como comparsa de grandes formaciones (remunerándosele, además, tal desempeño cojonudamente), pues, ¿si no hubiese tenido la fortuna de recalar en el Real Madrid o de coincidir con una selección antológica, hubiera sido tal la susodicha hoja de servicios? ¿Y si en nuestra liga de fútbol ocurriese como en la NBA y se hubiera apostado por que hubiese una cierta equidad por el bien del espectáculo, no preponderando presupuestariamente unos pocos equipos, ni quedando, de este modo, el resto ejerciendo prácticamente como figurantes del sainete? En cuanto a Shakira: ¿es necesario orear las macilentas miserias maritales a lomos de la más expeditiva malevolencia en pos de seguir asida a las listas de éxitos de temporada?
En fin, estos son los tiempos que nos contemplan: unos en los que siguen muriendo infelices por unos u otros caprichos del destino, así como de unos cuantos aupados a los resortes de mando por aquí o por allá, mientras en los medios la punta del iceberg de tales atrocidades comparte espacio con las antedichas malas gestiones del ego de unos cuantos oferentes de ocio frívolo.
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