Empecemos este relato, el del segundo triunfo del Real Madrid en la serie de semifinales contra el Gran Canaria, con dos datos históricos: Laso sumó su victoria 414, lo que le sitúa a la altura de los registros de Pedro Ferrándiz; el otro número tampoco es menos importante y con Reyes como protagonista, al disputar su encuentro 756 en ACB, los mismos que Rafa Jofresa. Lo superará en cuestión de horas. Puestos en mención estos logros, sólo decir que el Real Madrid ganó cuándo y cómo quiso ante un notable adversario. Los blancos olfatean su presencia en la final tras hacer valer el factor campo, aunque todo sea dicho: deben subsanar esas desconexiones que padecen de manera incomprensible.
Porque si en el primer asalto, el Real Madrid tardó en adentrarse en el encuentro, en esta ocasión mostró una mayor intensidad desde el vestuario. Había dosis amplias de energía, en defensa y en ataque, donde veían canasta con fluidez. No se reflejó en el marcador, no obstante (7-6). Era más la sensación; una sensación engañosa. Porque el Real Madrid, sin motivo aparente, se desconectó y se echó en las manos de Campazzo y Ayón (6 puntos cada uno en el primer cuarto). Enfrente, el Gran Canaria atisbó sus opciones y se deshizo de complejos. Con Báez, primero, y Radicevic, después, los canarios cerraron gobernando el primer acto (19-21).
En la espesura pareció moverse mejor el Gran Canaria, y eso que no era el Gran Canaria que agradó, hasta desfondarse, en su primera comparecencia en Madrid. Con Eriksson al frente (10 puntos en el cuarto) dibujaron las primeras ventajas. De ese 19-21 se pasó a un 33-39 con llamada a capítulo de Laso. Los blancos volvían a las andadas ante un Gran Canaria cada vez más crecido y marcando un baloncesto de buenas transiciones y defensa fuertes. Estaban sujetando al Real Madrid, huérfano de algún líder. O de una señal de arrebato. Como cuando se empeñan en mostrar su capacidad de anotación desde el perímetro.
Si hace dos días todo recayó en Carroll, ésta vez hubo más nombres. De ese 33-39 se pasó a un 52-50 al descanso. Entre medias, dos triples de Doncic, otros dos de Llull y otro más de Carroll, que también sumó una canasta más adicional. Así en cascada, en cuestión de tres minutos. Así es este Real Madrid, hasta cuando parece que hay espesura siempre vislumbra el horizonte soleado. Cómo y cuándo quiere, y justamente, como sucedió en el anterior cruce, cuando mejor estaba los biorritmos canarios. Y para el aficionado neutro, un gran cuarto de muchos puntos: 33-29.
Llull, su momento
El descanso enfrió a los tiradores. Se vivió un tercer cuarto con más errores que aciertos, con menos canastas y con más respeto. Cualquier movimiento podía significar un cambio en el sino del encuentro. Las distancias eran escuetas y en ese panorama de incertidumbre, el Gran Canaria tuvo más poso: del 55-50 (con triple de inicio de Carroll) se pasó a un 63-70 a poco más de un minuto para adentrarse en el nudo de desenlace. Quedaba un suspiro. Lo que necesita el Real Madrid para recuperar terreno. Ésta vez, como en los viejos tiempos, con Llull (y Doncic, a los mandos). Cinco puntos seguidos (7 en el cuarto) y todo equilibrado: 70-70.
Todo o nada en 10 minutos. O la segunda victoria blanca y rozar una nueva presencia en una final de Liga Endesa o la primera canaria y la recuperación del factor campo. Y de repente, dos triples (Thompkins y Doncic) para situar al Real Madrid con viento a favor (76-70). Y la defensa, como cuando se ganan partidos. Marca de la casa. Todo en orden, otra vez, cómo y cuándo quieren. Y la ventaja psicológica la acarició Causeur con su triple (81-72). El Palacio bullía con la ebullición del Real Madrid. Al Gran Canaria le falto, aparte del poderío de recursos blancos, el saber manejarse en momentos en los que se ganan partidos. Lo tuvo cerca. Le faltó calma en ataque. Aguantó hasta el final, pero este Real Madrid es mucho Real Madrid cuando decide conjugar todas sus virtudes: tiro, defensa y velocidad. Así está a un solo triunfo de verse en la final de Liga Endesa.
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