Los romanos eran tipos muy astutos; y esta astucia se materializó, entre otros aspectos, en la ingeniería civil… y social. Un ejemplo de ingeniería social es aquella locución latina que reza: “Panem et circenses”. Con esta locución, se plasmaban los intentos de eclipsar las dificultades de Roma con pan y circo; es decir, con algún medio que evadiera a la ciudadanía de los problemas reales. Los españoles de los siglos XIX y XX acuñarían: “Pan y toros”. En el siglo XXI, advierto: “Pan —y no mucho— y fútbol”.
No tengo criterios futbolísticos suficientes como para aseverar que De Gea es un buen o mal portero. Sospecho, eso sí, que malo no es; pues, si no, no sería el cancerbero titular del combinado nacional. ¿Que Kepa es mejor? Pues ya no lo sé. Lo que sí que sé es que la corrupción que creíamos patrimonio del PP también anega al PSPV —federación valenciana del PSOE— y a Ciudadanos de Arroyomolinos, que hay una crisis migratoria sin precedentes y que Europa se está debatiendo entre el cierre o no de fronteras, que se están dando nuevos episodios del machismo que abriga a nuestra sociedad, que nuestra televisión pública nacional amaga con convertirse en el altavoz del otro lado del tablero político, que Trump exige a nuestro presidente que incremente su gasto en Defensa… Pero el debate es si De Gea debió de ser o no titular; o si Rubiales es más terco que Florentino Pérez, y al revés.
Mientras haya quien insulte a De Gea, de alguna forma, se está envolviendo con la impunidad a delincuentes, desalmados, populistas… Mientras el foco del escarnio público se sitúa en De Gea, el Poder amplía su ventaja frente a la ciudadanía. Mientras más se hable de De Gea, más razón tendrán los romanos que anunciaron que, con pan y con circo, la conciencia social del común de las gentes se anestesia. Mientras De Gea sea la llave para la paz social, más peligroso será el virus inoculado por los que quieren que no pensemos.
Hoy, por desgracia, en nuestro querido país, hay muchos nombres que habrían de recibir la mitad de la rabia con la que se le embadurna al apellido del joven guardameta madrileño. No obstante, esos nombres nos han ganado. Han ganado una batalla; una batalla sin ideología, y, a la vez, cargada de ideología. Una batalla en la que está en juego la madurez política de una sociedad. Sin madurez política, estamos ante una sociedad huérfana.
Qué necesario sería hoy Vázquez Montalbán. Este escritor catalán supo disfrutar las mieles del fútbol, sin entronarlo como el ídolo que durante estas semanas lo han erigido los medios de comunicación. Empero, Vázquez Montalbán también supo diferenciar qué es el circo y qué son los problemas, y en qué cajones deben estar el circo y los problemas. Leyendo los artículos de Vázquez Montalbán sobre el Barcelona F.C, cualquiera puede reparar en que el fútbol es belleza; una suerte de arte popular que muchos, aún, no acertamos a paladear. Pero lo que nunca debió de ser nunca el fútbol es el mecanismo de ciertas élites para apartar a una nación de los problemas que la aquejan.
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