El recepcionista del hotel mantenía una sonrisa postiza, impuesta por la normativa interna de atención al cliente. El viajero, un hombre todavía joven, se acercó al mostrador y solicitó la habitación que reservó el mes pasado.
–Hay un contratiempo, señor, intentaremos solucionarlo pronto–, el empleado de recepción mostraba perplejidad en su rostro al comprobar la documentación.
–¿Se puede saber qué ocurre?–, inquirió el joven cliente, algo contrariado.
–No me va a creer, pero otra persona con su mismo nombre y documento de identidad ha ocupado la reserva hace una hora–, el atónito recepcionista no sabía cómo actuar.
–Pero eso es imposible, no pueden haber dos DNI iguales–, el desconcertado cliente no daba crédito.
–Intentaremos solucionarlo. Nunca nos había ocurrido algo así–, el recepcionista había perdido hasta la sonrisa impostada.
–Denme una solución lo antes posible–, el joven pensaba ya en demandar al hotel.
Dos horas después, el viajero seguía esperando respuesta por parte del hotel. Su abogado ya estaba redactando la demanda. Mientras tomaba un té en la terraza de una cafetería próxima, observó a un transeúnte con un rostro profundamente familiar para él. No podía ser, eso es imposible, pensó por unos instantes antes de olvidar al curioso peatón. La llamada del hotel le hizo abstraerse de todo.
–Hemos comprobado todos los trámites realizados y son correctos. El fallo no es nuestro–, dijo el director del hotel. Estaban reunidos en el despacho de dirección. Le proponían darle otra habitación, pero el cliente quería aclarar quién era la persona con su mismo nombre y documentación. O lo aclaraban allí o llamaría a la policía. El otro cliente estaba a punto de llegar. También quería aclararlo todo y había accedido a acudir a la reunión improvisada.
Dos golpes en la puerta avisaron de su llegada. Al entrar, tanto él como el joven quedaron estupefactos. Ambos eran la misma persona con treinta años de edad separándolos.
Nadie supo dar explicación lógica a este extraño suceso. El caso es que, desde ese mismo momento, las dos edades del mismo yo no han vuelto a separarse. Al fin han aprendido a convivir consigo mismo.
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