Emergen en el cenit del día los insectos crujientes del verano, desterrados de un nido que ayudaron a construir.
Así se edifican las desérticas tardes del estío urbanita, con exiliados de colonias dictiópteras y con nómadas sin hogar en el que reposar.
Tarde árida, deshidratada y desprovista de hospitalidad, tarde que invita al umbrío frescor de un techo, tarde de un julio agónico, implacable verdugo para los desheredados.
Tardes de asfalto pegajoso atrapando las alpargatas podridas, tardes de pieles de bronce arrugadas buscando un rincón a la sombra en el que la muerte dará un pisotón o la libertad eterna.
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