Por un instante ha callado todo y la tarde se ha vuelto de oro. En los tejados, el reflejo de las ramas moviéndose rompe la fotografía de una tarde de tránsito. Es la cadencia de un viento que quiere ser calma, de un viento al que el otoño obliga a ser rudo, un viento suave, de paso entre tormentas.
Ayer todo era un huracán demoliendo el mundo. Cataratas en los sótanos y ríos en las calles. Una jornada en un infierno de lluvia y truenos. Pero todo pasa y en este crepúsculo, con la humedad en el olfato y los huesos, todo está más tranquilo, casi balsámico, una terapia de silencio.
Mas, al igual que todo pasa, todo regresa. Y la tormenta acecha para volver a ser protagonista. Pero aún está lejana. Y la tarde es tan hermosa, en este justo instante, que el tiempo parece haberse detenido; parece querer ser calma siempre. Unas voces rompen el sereno mutismo de humanidad. Los pasos acompasados resuenan en este ocaso quedo, de púrpura trascendencia a un paraíso de asfalto. Solos, sin más acompañamiento que el tañido de la campana en la iglesia que los llama, los pasos se alejan.
Cuando el silencio vuelve no viene en soledad, un silbido frío entra junto a él por la ventana abierta. La noche ya ha ceñido su cinto de negrura e invita a ser parte de ella. Respirar su aliento de hielo revitaliza, trae de nuevo a la vida que dormitaba a resguardo de la lluvia. Y noche, vida y silencio se conjuran para brindarme paz; esa paz necesaria para recibir a la tormenta que atraviesa cordilleras rumbo a mi madrugada.
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