Vivimos en los últimos días atribulados miedos, vértigos sinconmensurable ante la llegada de la ultraderecha a la escena política española . Y todo ello cuando aún, realmente esta derecha nunca se fue y siempre estuvo agazapada bajo otras siglas en la cotidianeidad de una joven democracia que parece no haber enterrado los fantasmas del fascismo y el totalitarismo radical que antaño tanto daño hicieron a nuestro país.
Y es que, no cabe duda de que son tiempos de escoramientos, de populismos y de mensajes vacuos que buscan el afecto rápido de lograr el apoyo electoral de esa ciudadanía huerfana necesitada de un liderazgo político real que sirva a la postre para aportarles esa seguridad, bienestar y progreso al que toda sociedad aspira. Hoy, en la España del Siglo XXI, volvemos así a la política del choque de carneros, al conmigo o contra mí, al de la guerra de banderas y al de patriotismos exacerbados que sólo sirven a la generación de un conflicto social que en nada ayudaran a la construcción del país que todos queremos.
Pero, llegados a este punto, tal vez la culpa de esta realidad que hoy vivimos sea de quienes hoy ven con preocupación el ascenso de estos movimientos sociopolíticos en España. Se encuentran así en este listado de presuntos culpables en primer lugar los propios partidos constitucionalistas ineficaces en haber logrado procesos de regeneración democrática o de eliminación de clientelismos que sólo han venido a generar la imagen más pobre de la política, los medios de comunicación impulsores como generadores de opinión de mensajes que sólo han servido para reforzar el populismo de quienes hoy siguen sumando casillas en ese avance permanente desde concepciones antidemocráticas y por supuesto el de una joven democracia que junto con sus instituciones han sido incapaces de lograr a través de la educación política y el impulso de la cultura de la participación ciudadana en la escena civil la eliminación del analfabetismo político, ese que es incapaz de discernir las verdades de las mentiras, esas que hoy utilizan partidos como VOX en España o la CUP u otros partidos radicalizados del nacionalismo en Cataluña para lograr la captación de voto del descontento popular desde un discurso populista y falaz que busca dinamitar los pactos de convivencia democrática con los que hemos vivido en paz en los últimos años. Causas y consecuencias que han tenido además en otros factores como el de la crisis económica profunda vivida en nuestro país , el de la incertidumbre de los jóvenes a su futuro o la falta de soluciones ante los problemas de la ciudadanía en materia de empleo así como el de la aparición de los nuevos modelos de comunicación en la red ,un caldo de cultivo perfecto y un útil canal de propagación y expansión de las ideas de la intolerancia de la ultraderecha, esa que a golpe de mensajes xenófobos, misóginos y belicistas ha logrado en Andalucía el apoyo de 400 mil personas. Y todo ello, aún cuando su líder político Santiago Abascal , adalid de las clases populares patrióticas de España, es un producto más del sistema que el dice combatir, ese del que lleva viviendo desde su adolescencia a golpe de cargo y dinero público. En definitiva, tiempos manos para la lírica.
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