Bastantes argumentos a los que aferrarse en el camino hacia la victoria; pilares sobre los que edificó un triunfo de prestigio. A saber. Vayamos enumerándolos: buenos momentos defensivos (intimidación de Tavares); rápidas transiciones y movimientos de balón; notables porcentajes (77 por ciento en tiros de 2 puntos y 53 por ciento desde el perímetro) y un despliegue de fondo de armario inigualable. Porque todos los jugadores se marcharon al descanso habiendo anotado puntos, con la excepción de Prepelic, aún sin participación activa. Era un buen Real Madrid. De menos a más. Era un equipo, un grupo coral. Y el marcador iba con viento a favor; aunque corto, demasiado corto (54-46).
Era una exigua distancia a tenor de lo visto durante esos 20 minutos. El Olympiacos se movía a base de oleadas. Al comienzo, el equipo heleno se echó en los brazos de Spanoulis: 10 puntos y 4 asistencias. El eterno jugador daba otra clase. Su gasolina se acabó pronto. O mejor dicho en cuanto el Real Madrid se esforzó en defensa (léase Taylor). Ya sólo se computaron 2 puntos en su haber. Sin su presencia, no hubo muchas alternativas grupales, sino más bien individuales, en Williams-Goss y Leday. A pesar de esa situación de orfandad, los griegos alcanzaron con vida el descanso. Porque tres minutos antes, el Real Madrid marcaba máximos registros: 54-41. Parecía ser el final de un encuentro de ‘enemigos íntimos’. No lo fue. Otra oleada aislada y unos errores en ataque de los blancos insuflaron aire a los chicos de Blatt.
A la vuelta, el Real Madrid mostró su cara más espesa: fallos absurdos en ataque (salvo que estuviera Ayón en la jugada: 9 puntos en el cuarto) y concesiones defensivas. Los griegos, ésta vez sustentados en otro histórico como Printezis (6 puntos del tirón), fueron acortando distancias (60-54) al tiempo que se rozaba el ecuador del tercer acto. Entonces, las tornas cambiaron. La oleada fue del Real Madrid. Un triple de Campazzo y un mate de Randolph volvieron a impulsar a los blancos: 67-56. Quedaban 4 minutos aún de cuarto; de un tira y afloja; de un querer irse y de un desear engancharse al partido. Y así se consumió el resto del tiempo. Con el Madrid volvieron a los 13 de diferencia y los helenos recortando puntos a base de exprimir talento individual. No parecían contar con muchas más variantes. O ideas, quizás que se suponen para un técnico como Blatt.
Pero ahí seguían, cerca de la estela del Real Madrid. Con diez minutos en el horizonte, el marcador no estaba despejado: 72-63. No era una renta para estar cómodos. Hay que recordar que el Olympiacos es de los pocos equipos que tiene tomada la medida al Real Madrid: tres triunfos consecutivos. Pero en estas jornadas de doble sesión, el contar con un abanico de opciones tan colectivas es tener una excelsa ventaja. El Real Madrid lo sabe y lo explota. Siempre había recursos a los que agarrarse. Había frescura. Enfrente, sólo el talento puntual; y encima Spanoulis seguía desaparecido (sólo se gustó al comienzo). Tampoco Papanikolau o Printezis ofrecieron su versión. Y tampoco funcionó la idea de reconducir la cita a lo físico. Entonces, todo se acabó. En un santiamén. Taylor, Randolph y Rudy, sentenciaron: 88-72 (a poco más de tres minutos). El Real Madrid cerró una semana de dobles dígitos victoriosos. Lo hizo con una victoria de equipo. En eso radica el éxito de este Real Madrid de Laso.
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