Once segundos polémicos directos a los libros de Historia. La final de la Copa del Rey de baloncesto entre Real Madrid y Barcelona será recordada por ese efímero espacio de tiempo. No fueron suficientes los 44 minutos y 49 segundos anteriores, aún con mayúsculos momentos de baloncesto. No, todo se decidió en esa franja corta de tiempo. Y de qué manera. No sólo hubo intriga, sino una polémica como nunca se vio en el baloncesto moderno. Los graves errores arbitrales se sucedieron: falta antideportiva sobre Singleton, técnica no indicada sobre Pesic (invadió el campo) y una canasta de Tomic que no fue canasta, ni tampoco tapón ilegal de Randoph, pero que sirvió para coronar al Barcelona como campeón de la Copa del Rey. Hasta esa jugada histórica, el Real Madrid tuvo el trofeo en su mano (llegó a ganar de 16 puntos) y se escapó porque Heurtel -considerado MVP del torneo- se empeñó en rescatar a los azulgranas.
Hasta esa jugada y esos errores de bulto de los colegiados (y eso que revisaron esa jugada en los monitores), tanto Real Madrid como Barcelona ofrecieron un maravilloso espectáculo deportivo. De esos encuentros que enganchan aficionados. Hubo momentos de calidad; otros episodios más intrascendentes. E intriga, excesivas dosis de emoción, con tintes dramáticos. Hasta esa jugada, cualquiera pudo haberse apuntado el encuentro. Incluso antes del tiempo suplementario, al que se llegó merced a una canasta salvadora de Llull. Hasta esa prórroga fue bien recibida por todos. Había ganas de ver más baloncesto. El encuentro era antológico. Lástima que los árbitros encadenaran tantos errores decisivos.
Sucedió a la vista de los 13.468 espectadores que se congregaron en el Palacio de los Deportes, un recinto repleto de aficionados madridistas. En circunstancias así, o el factor público en contra hace encogerse a los equipos o suele ser un elemento motivador. El Barcelona lo experimento en positivo. Tuvo una salida convincente. Al contrario que el Real Madrid: atenazado en el tiro y ralentizado en su juego. En consecuencia, tras un breve intercambio de canastas, los azulgranas firmaron su primer parcial: 0-9 para un marcador de 7-14. Nada preocupante o ilusionante, según desde el bando que se analice. Había otros elementos a analizar: 14 puntos azulgranas en la pintura (Tomic, al frente) y un Ayón muy defendido.
De poder a poder
Factores que no escaparon a los técnicos. Laso comprendió que debía dotar de solidez a su defensa. Tavares detuvo la sangría y tanto Reyes como Taylor bregaron con el resto. La anotación fue un tema de Llull. Sus dos triples consecutivos propiciaron el primer estirón del Real Madrid: de un 19-25 se pasó a un 27-25. Y Ayón comenzó a estar más cómodo (al descanso, 8 puntos y 11 de valoración, el mejor de todos). No hubo ya más réditos. Se alcanzó el descanso inmerso en una tregua de aciertos y errores. Y otro dato a estudiar: la pizarra de Pesic había rebajado a un 38% los aciertos anotadores del Real Madrid.
Se podría defender que el técnico balcánico tenía al Real Madrid en su casilla. O lo tenía. Contener a la fiera es una experiencia complicada. El Real Madrid afrontó el tercer cuarto como cuando se huele la sangre. Quiso y atacó al Barcelona. Lo golpeó. Lo hizo como sabe, con un baloncesto coral y brillante, con una defensa de alta escuela y con un certero acierto desde cualquier ángulo, con Causeur, Ayón y Randolph como anotadores y Campazzo como director de una orquesta muy afinada, tanto como para endosar un parcial contundente: 25-11. El Barcelona, huérfano de Tomic y sin un relevo en Pangos, Hanga o Heurtel estaba abocado a la derrota.
Heurtel, el resucitador
Nadie se explica cómo lo consiguió, pero el Barcelona esquivó a la muerte deportiva. Lo hizo. Pesic debió agitar conciencias al tiempo que el depósito energético del Real Madrid se agotó súbitamente. En cuestión de minutos, o más bien de triples, el Barcelona se subió al partido. Con Heurtel en un estado de ebullición absoluta, los azulgranas fueron devolviendo el golpe. Hasta recuperaron la garra defensiva. El parcial fue igual de contundente: 3-16. Quedaban otros 5 minutos. Otra final dentro de una final. Y tampoco se sabe cómo, pero si el Real Madrid no había golpeado definitivamente antes, tampoco lo hizo ahora el Barcelona. Llull condujo la final al tiempo suplementario.
Errores y aciertos fueron alterándose mientras el tiempo trascurría a una velocidad de vértigo. Se pensaba que ganaría uno y prontamente se pensaba lo siguiente. Hasta que llegaron los momentos, los segundos ya históricos. No sólo porque Carroll situó al Real Madrid en ventaja a falta de cuatro segundos, sino porque los árbitros no vieron una clara antideportiva sobre Singleton (que hubiera cerrado el encuentro), y tampoco una invasión de campo de Pesic, sino porque validaron una canasta de Tomic que nunca llegó a entrar y consideraron como tapón ilegal lo que fue un rebote legal de Randolph. Lo peor fue no equivocarse, sino que mantuvieron su grave error a pesar de visionar la jugada en televisión. Y esta decisión y esta jugada coronaron al Barcelona de Heurtel.
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