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En el 2000 ya me maliciaba lo que iba a suceder… pero no me esperaba esto
Manuel Montes Cleries
lunes, 25 de febrero de 2019, 15:49 h (CET)


En la primavera de aquel año estuve una temporada en Roma. Mi trabajo como voluntario en los actos del Jubileo del 2000, me obligaba a moverme constantemente a través de la Ciudad Eterna por medio del transporte público. Me sorprendió la forma de comportarse de los romanos en los autobuses y trenes de superficie que unen las siete colinas de la capital de Italia.

Su actitud se diferenciaba notablemente de la que aparentan en las películas de los años sesenta del pasado siglo. No gritaban ni hacían grandes gestos con las manos. Hablaban solos. Perdón, hablaban con alguien… pero a través de sus teléfonos móviles conectados por un cable al oído y a la boca. Sí. Ya sé que ahora es corriente en nuestra tierra esta actitud. Pero entonces, aún no proliferaban en España esos malditos –o benditos artilugios, según el criterio de cada uno- que también inundan nuestras calles.

Cuando estoy en la consulta del médico, en un restaurante, esperando el autobús, o simplemente, deambulando por las calles, observo como la gente cruza semáforos, se sienta a la mesa o asiste a un funeral enchufados al aparatito y hablando solos como una especie de orates modernos.

Días atrás estábamos representando una obra de teatro a un numerosísimo grupo de personas mayores que, por cierto, se lo pasaron bomba. Durante las dos horas largas del evento, se escucharon cerca de medio centenar de llamadas, se apagaron precipitadamente los aparatitos, o nos informaron al resto de los presentes que les estaba gustando la obra y que tenían que recogerlos a las diez.

Creo que nos estamos pasando de la raya. Y lo que nos queda por ver. Además el negocio es redondo. Por lo que le auguro larga vida. Hoy surgen novedades a cada momento. Salen colecciones de primavera, verano y otoño. Mis seres más cercanos se burlan de mi “celular” porque no friega, plancha, ni te recita el oráculo de Delfos.

Un servidor que se sentía feliz con el primer “zapatófono” de Airtel que tuve hace muchos años, se ve impelido a cambiarlo cada dos o tres para estar en “la onda”. Ahora estoy mirando los dos últimos que he visto en las páginas del digital Código Uno, un aparatejo denominado iPhone XS Max que solo cuesta 24.420 $, o el que me parece que voy a pedir: el SAMSUNG NOTE 9, que vale un poco más (58.710 $) porque va bañado en oro. Estoy en la duda. ¡Lo que nos queda que ver!

Termino con mi “buena noticia” de hoy. En mi casa ha entrado un bicho que anda por los rincones y que estoy convencido que cualquier día me tira al suelo. Una especie de mezcla entre una rata y un platillo volante que echa a andar solo y cuando se harta vuelve a su ratonera. Mientras, deja el suelo como los chorros de oro. “Pogreso”, que dirían algunos tertulianos en su “pograma”. Otro día les hablaré de los what-Asp (guasaps) y sus grupos. A esos hay que echarles de comer aparte.

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En un mundo que presume de avances sociales, tecnológicos y morales, hay un virus antiguo que sigue latiendo bajo la superficie, “el egoísmo”. No se trata de una simple preferencia por uno mismo, sino de una actitud enquistada que se manifiesta, con demasiada frecuencia, en la avaricia y la indiferencia hacia quienes solo aspiran a algo tan básico como vivir con dignidad.

Muchos se interesan por mi opinión sobre el nuevo papa. Y yo que sé. Un montón de personas, alguno de mi familia, hablan de Robert Frances Prevost como si le conocieran de toda la vida. Ciertamente, estuvo en Málaga durante unos días en mi querido Colegio de los Olivos, lo hizo en función de su cargo dentro de la Orden agustiniana. Anecdóticamente, tengo un ahijado que comió con él en una ocasión. Pues muy bien.

Existen hoy periodistas, si se les puede llamar así, que buscan la conformidad fácil reivindicando un ateísmo moderno y un antitradicionalismo de manual progre, y perdonen, pero no estoy de acuerdo. Es triste que basándose en tópicos y estereotipos que son minoría en muchos sentidos, se pierda el respeto a las tradiciones y a la cultura religiosa, que es mucha.

 
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