El Brexit, que para muchos parece ser sinónimo de caos y confusión, entra en su fase final. A pesar de que la mayoría no lo considere posible, existen ciertas pruebas de que Gran Bretaña comete un suicidio económico de forma colectiva si abandona la UE sin acuerdo.
Según diferentes estudios no oficiales, Gran Bretaña ya ha sufrido daños irreparables por la pérdida acumulada de varios cientos de miles de puestos de trabajo. Dyson, ferviente partidario del Brexit, ¡ha trasladado tranquilamente sus operaciones a Singapur! Son innumerables los ejemplos del comportamiento hipócrita de los conocidos defensores del Brexit. Resulta extraño que, a pesar de todas las desgracias, el británico de a pie no esté tras las barricadas hace tiempo. Probablemente tampoco esté escondido. «Guardar la compostura» no es algo que guste a todo el mundo.
Difícilmente podemos imaginar cómo sería la situación, por ejemplo, con nuestra vecina Francia, amante de las huelgas.
Sin embargo, el muy aclamado Parlamento británico parece incapaz de avanzar hacia la solución, y mucho menos de definir cuál es «la solución». Completo fracaso de la democracia representativa. Hasta la actuación de Theresa May resulta prácticamente ineficaz. Sin mayoría en el parlamento, es el paradigma del «pato cojo» (una presidenta que está en la última parte de su mandato no volverá a ser elegida). Ni siquiera su último intento de poner orden en la confusión de las votaciones tuvo éxito.
¿Mejorará la situación esta semana? Parece complicado. Confiamos en que poco antes de que finalice el proceso se llegue a un acuerdo y que el Brexit vuelva a la normalidad. No obstante, no debería celebrarse un segundo referéndum. El país está profundamente dividido entre partidarios y detractores, y carece de sentido ahondar aún más en las diferencias. En el fondo, sigo convencido de que un problema tan complejo como el del Brexit no se presta a un referéndum, lo que también se aplica a una segunda o incluso tercera votación. Crucemos los dedos y confiemos plenamente en la Reina.
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