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Un Estado que regule

“Pero sí hay una paradoja: los ricos de las sociedades se han vuelto más ricos, y los pobres son más, pero más pobre que antes”
Cristian Iván Da Silva
jueves, 18 de abril de 2019, 10:25 h (CET)

No tiene porque ser incompatible la idea que heredamos de la globalización con la eficiencia, con el tan formulado “laissez faire”, la competencia y la justicia social. Pero tal como hoy en día están planteadas las cosas, la respuesta política clara y contundente es que hay que cambiar el modelo económico – neoliberal.

Algunos suelen afirmar que ante la crisis del populismo y la grave situación en que se encontraban algunos países, había que entrar a la línea política de la desregulación del Estado al imperio del mercado, que al final de ese túnel habría luz. Sucede que han pasado algunos años y parece no haber tal luz. Pero sí hay una paradoja: los ricos de las sociedades se han vuelto más ricos, y los pobres son más, pero más pobre que antes.

Comparto aquellas posturas que hoy hablan de la necesidad de mirar cómo está el mundo para advertir oportunidades, para para pararse desde la integración y el desarrollo. No podemos limitarnos a ser sujetos pasivos de la historia. Sin dudas, tiene que haber regulación, porque los que estamos viviendo las experiencias neoliberales, y sobre todo la población joven, asistimos a un vaciamiento, a los índices más altos de desocupación, a la imposibilidad de acceder a derechos que ya estaban plenamente consagrados.

Obviamente el mercado tiene que funcionar, pero, ante la imperfección del mercado, ante eso que con lógica el mercado no puede hacer (el mercado no construye escuelas ni hospitales), tiene que haber un mecanismo de equilibrio, de regulación y ese debe ser el rol del Estado en este siglo donde el mundo va muy rápido. No repitiendo viejas recetas, pues los partidarios del liberalismo ortodoxo me dirán que las experiencias Keynesianas no fueron perfectas. Hablo de un Estado que controle, regule, pero ante todo promueva. ¿Es necesario dar un giro en la historia, cambiar el modelo?

Por supuesto que sí. Ante las consecuencias, no de percepciones, sino de números y en la forma que está hoy la calidad de vida de las personas, ponerle un rostro humano a la vorágine que nos consume, nadie puede negar que los resultados sean inmorales. Quiero también rescatar que es inmoral la obsesión de los organismos internacionales.

No es que el Estado haya que achicarlo porque sí, casi por precepto de la ambición. Sí, el Estado se puede achicar, más bien, regular. Si cabe la expresión achicar al que lee, hay que hacerlo en los sitios donde hay vicios y excesos, donde hay desborde. Pero hay otros lugares donde no hay Estado y hay que llevarlo debidamente modelado. El Estado no puede ser abandonado y tampoco poder abandonar a los sectores por los que quizás esté haciendo muy poco. La globalización fue económica, pero ante todo también fue social y la multipolaridad nos obligó con justicia a buscar equilibrios, a procurar diversidad e inclusión, ante todo, jurídica y política. Los ejemplos son de los más variados.


A los que admiramos al Desarrollo, y tratamos de darle un sentido progresista, nos debe quedar la esperanza de marcar caminos pero también de establecer rupturas. Sobre la necesidad de impulsar un desarrollo de las economías a través de “Big Push”, es decir, inyección de capital, que articularan armónicamente distintos sectores de producción, hemos visto que el circulo vicioso no se ha podido romper: la falta de capital se presenta no como un dato aislado, sino como el eslabón de una cadena en la que del lado de la oferta está la poca capacidad de ahorro (un gran dilema), que resulta del bajo nivel del ingreso real. El escaso ingreso real es un reflejo de la baja productividad, que a su vez se debe en gran parte a la falta de capital; y la falta de capital es el resultado de la poca capacidad de ahorro, y así el círculo se va tejiendo.


En este sentido, y quizás ahondando más en el aspecto teórico para establecer una guía, no vendría mal citar a Albert Hisrchman cuando hablamos de situar oportunidades, hallarlas, y ubicarlas para que el Estado las regule. El desarrollo de un Estado equilibrado, y por lo tanto de un país, depende no tanto de encontrar las combinaciones óptimas para los recursos y factores de producción, como de provocar e incorporar para el desarrollo, recursos y capacidades que están ocultas, diseminadas o mal utilizadas, y que el mercado presente absorberlas sin justificación. Y Cuando hablamos de establecer rupturas, también debemos seguir en la línea de Hisrchman, “porque el recurso escaso, e imposible de economizar en los países en vías de desarrollo, es la capacidad de tomar nuevas decisiones de inversión” (A.Hirchsman, “La estrategia del desarrollo económico”, México, FCE, 1961).

En la misma línea, y para concluir, si se planifica todo, con la lógica absoluta y determinista del mercado, no se deja espacio para el desarrollo de la creatividad de los empresarios, que desde luego no son enemigos. El Estado debe ir guiando, sugiriendo, un curso de acción, también empresarial, no suministrando recetas, sino propiciando sectores modernos. Las necesidades son las mismas de siempre, pero las necesidades de las nuevas actividades, esas que surgen en un mundo y que propicia la integración para que haya desarrollo, en términos de insumos, y la oferta de productos deben aparecer como apetecibles para otros sectores, todos son motores del desarrollo. La acción del Estado debe dirigirse a favorecer el surgimiento y la consolidación de nuevos sectores de la economía. 


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