Su entrega vital enteramente a la escritura dejó, según cuentan y confirman, miles de folios escritos y archivados en baúles que hoy están custodiados en la Biblioteca Nacional de Portugal. En ocasiones me pregunto ¿Quiénes leen a Fernando Pessoa?. Posiblemente, bueno con toda garantía, aquellos que venimos de vuelta de demasiadas cosas. Tengo la impresión, como de otros autores de línea de inconformista que han palpado y vivido las sociedades, donde se han visto obligados a convivir y desvivir sin buscar el pienso diario de la existencia y la vanagloria, a veces el “triunfo” dentro de lo establecido. Es la pregunta que me vuelve ahora con este pequeño libro de El mendigo y otros cuentos, de Fernando Pessoa, editado por Acantilado. Edición de Ana María Freitas y traducción de Roser Vilagrassa.
“A veces me entran ganas de aplaudir una madrugada y de poder besar una puesta de sol. Los amo con una fraternidad” Pessoa fue un solitario soñador, que cambiaba estaciones imaginarias a la espera de solitarios personajes, afianzados a sus propios criterios de viajes. Eso es lo que representa al protagonista de su primer relato: El mendigo, que ya nos advierte por donde anduvieran sus personajes. “Soy antiquísimo –dijo- Ada es un ignoto de tan posterior a mí. Por eso no puedo dar consejos, porque el que conoce es superior como padre al que ignora”. Ahí su amor a la naturaleza a la que vive viviendo. Es un metafísico poético, soñador de espacios que se transforman en creencias que representan el poder divino de las cosas: “El alma como algo esencial”
En un bar de Londres, es el segundo cuento. Un diálogo de desafío ocioso, algo incompleto, donde el personaje a la vez que se pregunta, sentencia el sentir de la vida. Como una ficción constante: “Por nuestra tendencia a la mentira. La sociedad se mantiene a base de mentiras. El arte se mantiene de mentiras” Los monólogos de En un bar de Londres, es una figuración insistente en una especie de callejón sin salida, vive un estado constante de desasosiego.
El eremita de Serra Negra, su tercer relato, Pessoa plantea el ser y poder, mente viva de su propia obra, la entrega total a la creación literaria. Un claro y angustioso retrato de sí mismo, desalentado de ser consciente que “Al principio el hombre no tiene conciencia de su pequeñez ante el espacio, y nunca comprende claramente su insignificancia ante el Tiempo” La lucha solitaria, la angustiosa pregunta de: “Qué valor tiene el sistema del mundo y de los seres en nuestra ínfima intimidad” Hiriente y desesperada da interrogación en la soledad del creador. El sendero indefinido que uno mismo se construye en una ensoñación que, al final de la batalla de la vida. es una ficción derrotada de la misma vida. Dentro de esta constancia interrogativa se encuentran los doce cuentos que integran esta obra: El mendigo, En un bar de Londres, El eremita de Serra Negra, La perversión de Lontananza, El peregrino, Memorias de un ladrón, Alegaciones finales, Empresa Suministradora de Mitos, S. L., El filatelista, Maridos, El gramófono, El papagayo. Pessoa fue el creador de unos personajes inmortales, creados dentro de su desasosiego personal y literario. Su entrega vital enteramente a la escritura dejó, según cuentan y confirman, miles de folios escritos y archivados en baúles que hoy están custodiados en la Biblioteca Nacional de Portugal. Cuya conversión en libertad literaria puede ser una incógnita. Aunque siempre, en la medida que pueden ir apareciendo editados, podrán contar con sus insobornables seguidores, pese a la nada fácil lectura de estos borradores incompleto que no llegaron a ser corregidos por el propio autor.
“¿Es usted artista? ¿Pintor? ¿Poeta?
—No; soy simplemente un hombre atónito.
Alcé la cabeza y lo miré sin responderle.
—“Para mí—continuó—, el hecho esencial y pasmoso de las cosas es que éstas existan realmente. El hecho de que cualquier cosa exista es milagroso. El otro hecho milagroso es que yo esté aquí, consciente de que existen.” Sin autobiografía prefabricada como las de las mediocridades sedientas de permanencias y figuraciones.
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