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Ese día, el doctor Odrayab antes que llegaran sus invitados, rememoraba: el asiento continuaba vacío, y al llegar el tren que llegaba del norte, compartirlo o no, prefiero la soledad por la comodidad que representa, aunque siempre una hermosa mujer con quien pueda establecer una conversación estimulándome de futuro, esto nunca me ocurrió en más de diez años de viajar todos los días.
Chema Blanco es un escritor peculiar al que no me gustaría perder de vista. Su primer libro se sale de la línea habitual de publicación, pues es un libro de relatos que algunas personas han catalogado como erótico, y que impacta con el título, ¿Santifornication?, pero que él defiende lejos de etiquetas. Su deseo es no ser encasillado en ninguna temática concreta y sus planes futuros pasan por escribir desde teatro hasta novelas en gallego.
El sol descendía sobre el caserío como un manto de cobre. Entre las casas de adobe, María moldeaba una olla de barro con la paciencia que sólo se adquiere escuchando historias antiguas y sintiendo el pulso de la tierra. Su abuela le había enseñado que el barro, el fuego y las estrellas eran más que materia; eran la memoria de un pueblo que resistía, que soñaba.
La imaginación es tan extraordinaria como la realidad, aunque a posteriori te diré por qué. La abuela con rostro inexpresivo, y con respuesta corta en su interior, a su nieto Matías, bajo una incertidumbre sin precedentes le exteriorizaba: ya vine de la iglesia, no me confesé, vengo llena de miseria.
Todo comenzó con un destello de luces verdes y azules en las pantallas de la ciudad. Una lluvia intermitente de datos digitales caía sobre las calles como un rocío invisible, mientras los habitantes miraban sus dispositivos con una mezcla de fascinación y temor.
La noche caía como un manto de seda negra sobre el horizonte, mientras Lucía caminaba por las calles de un pueblo olvidado por el tiempo. La última luz del sol dibujaba sombras alargadas que parecían extenderse para abrazarla. Había llegado allí en busca de respuestas, de algo que diera sentido a las grietas que sentía en su interior.
Eva y Luis se miraron al borde de un puente donde las aguas, como ellos, se encontraban y entrelazaban sus destinos. En la quietud del atardecer, los dos eran tan opuestos como el día y la noche, pero en ese momento, sintieron que el mundo comenzaba a partir de allí, sin memoria de caminos previos, sin el peso de las decisiones antiguas.
Cabe puntualizar, le decía Mauricio a José, que las notas de lo cotidiano no son registradas con fechas, pero dicho documento adquiere la categoría de diario, y no de libro de apuntes, porque fíjate que Ariel, cada vez que escribía, señalaba si era un lunes, jueves o sábado; envolviendo una historia lineal en una secuencia circular de días de la semana.
Miguel Ángel Díaz Pintado lo tiene claro. No está dispuesto a escribir sobre el horror humano, pues ya se encargan de mantenernos al tanto de ello las noticias. Elige el otro lado, lo bello, lo luminoso, aquella parte de lucha que se despierta en las personas cuando más hace falta. Por eso, Cuentos para el Camino, su obra formada por un compendio de relatos sobre el Camino de Santiago, nos muestra la parte del ser humano que sí merece ser contada.
Silencio, un silencio tan denso que parecía llenar cada rincón. Héctor se detuvo en medio del campo devastado, observando las sombras que la luz del atardecer proyectaba sobre las colinas. El campo, alguna vez fecundo, ahora yacía como una osamenta desnuda, un testimonio de lo que fue y de lo que ya no volvería.
La denominación de mito, leyenda o rumor, suele tomarse por ficticio, simplemente porque no existen pruebas para demostrarlo, todas las pruebas son destruidas o meticulosamente protegidas por las grandes esferas. Creo que la sociedad tampoco estaría preparada para asumir las verdades y los secretos mejores guardados de la historia.
La ciudad es un laberinto, y Guadalupe lo sabe. Cada mañana enfrenta el caos de autos y murmullos que parecen consumir a quienes transitan. Sin embargo, ella escucha algo más profundo: la vida que persiste entre el caos. La corrupción, la inseguridad y los rostros endurecidos están ahí, pero dentro de Lupita, como algunos la llaman, hay una certeza.
Con los ojos cerrados y el corazón latiendo al compás de sus pensamientos, decidió entregarse. No había marcha atrás. Desde lo alto del acantilado, el flujo la llamaba, susurrándole promesas de transformación. El miedo se disolvía, reemplazado por una certeza que no lograba explicarse.
En un pequeño rincón del mundo, Marta había desarrollado una habilidad peculiar: hablaba poco, pero cuando lo hacía, cada palabra parecía gravitar hacia los oídos con una precisión quirúrgica. No era que temiera hablar, sino que había aprendido con los años que las palabras, como los cuchillos, pueden cortar en ambas direcciones.
"The Last Letters" de Jesús S. Rodríguez no es solo un libro, es un descenso a los abismos más oscuros del alma humana. A lo largo de sus 12 relatos, Rodríguez demuestra una maestría inigualable al canalizar las influencias de gigantes del terror como Ramsey Campbell, Brian Lumley y T.E.D. Klein.
En una oscura sala de control, oculta en las profundidades de la ciudad subterránea, una terminal antigua parpadea débilmente. Los códigos corren por la pantalla, líneas interminables de programación que guardan los secretos de una humanidad que eligió esconderse del caos en la superficie.
Me apasiona la literatura gótica, esas historias y relatos de suspense, fantasía, tenebrismo y con dosis de romanticismo, y por eso me atrevo a explicar, a mi manera, los rasgos característicos que hacen único el género literario gótico.
En el soliloquio que se tenía y lo lóbrego del filo de la media noche, acompañado por alaridos de perros, de seres humanos y el medio canto de los gallos, Elsa soltó un grito de temor. -¿Qué ocurre? -preguntó Renato su acompañante de sentimientos-.
Si la “Sirena y el Tritón” hubiesen tenido conciencia, habrían no cometido aquel día ese atropello contra lo ajeno. Pero lo hicieron y huyeron. Fueron tan ladinos, que no hubo remedio porque los dioses del tiempo y su destino eran incapaces de penetrar en su fuero interno, pero ahora si todo está claro.
Somos todos los mismos. Los hombres se peinan, se disfrazan. E incitan al espacio. Nosotras nos aparecemos como contingencia, médano solidario. Los hombres truecan sus fichas sinuosas: apuestan porque viene de lejos que vienen de lejos; con la implacabilidad de los insoterrados, procuran la esperanza y su verde boca: el sueño; si nadie nos desdice, somos los mismos, todos.
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