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Selección de escritos del poeta Abel Pérez Rojas

Códigos del ayer

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I

En una oscura sala de control, oculta en las profundidades de la ciudad subterránea, una terminal antigua parpadea débilmente. Los códigos corren por la pantalla, líneas interminables de programación que guardan los secretos de una humanidad que eligió esconderse del caos en la superficie. En una esquina de la sala, entre cables desconectados y restos de tecnología obsoleta, un pequeño libro de cuero se mantiene cerrado, ajeno a la frialdad de los monitores. La figura solitaria que ocupa la sala observa el libro con una mezcla de miedo y curiosidad, consciente de que su contenido es la clave para abrir las puertas de un mundo olvidado.


II

La terminal continúa trabajando incansablemente, pero la mente de la figura está atrapada en el misterio del libro. Se supone que todo el conocimiento está en la red, que las palabras impresas ya no tienen lugar en este nuevo orden, pero algo en ese libro llama, una promesa de revelación que ni los más avanzados algoritmos pueden ofrecer. Sus dedos tiemblan al rozar la cubierta, sintiendo el peso de lo prohibido.


III

Reconozco que te he visto,
aunque tú no a mí.
He grabado tu rostro desde cada ángulo,
tomando nota de tus trazos,
uno a uno.
Tus detalles llenaron el espacio en blanco,
mi memoria se desbordó con tus líneas,
la vuelta de tuerca amplió el lienzo,
pero fue en vano:
todo fue cubierto por la sombra de tu ser delicado.


Ahora,
desde la cumbre de mi soledad,
comprendo que es imposible atrapar tu esencia,
golondrina fuera de estación,
presencias que se disuelven sin remedio
cuando no hay respuesta.


Y sí,
los implacables algoritmos
intentan dirigir mi búsqueda,
alienar mi espíritu,
doblegar la fuerza de mis tobillos.


Los ogros juegan, se disfrazan de niños
cuando están a cubierto de la vista ajena.
Así yo,
me recreo persiguiendo la verdad
más allá de la mirada indiscreta.

(Ecos en el vacío. APR. Agosto, 2024)


La pantalla emite un pitido insistente, pero la figura apenas lo escucha. Las palabras del poeta fluyen en su mente como un torrente imparable, reflejando el vacío de una existencia que, aunque rodeada de información, carece de verdadero sentido. El libro se abre lentamente, revelando páginas que huelen a historia y humanidad. La figura sabe que está cruzando un límite, pero el silencio de la sala le parece demasiado ensordecedor para detenerse.


IV

El sonido mecánico de las puertas al abrirse resuena por toda la sala, pero la figura sigue inmersa en las páginas del libro. La terminal, ignorada, sigue arrojando resultados que nadie mira. El conocimiento se convierte en un río incontrolable que arrastra a la figura a un lugar donde los códigos no pueden llegar. Fuera, en la ciudad subterránea, el día no existe, pero dentro del libro, el amanecer es constante.


V

Dentro de la sala, el caos se ha convertido en una quietud casi religiosa. La figura cierra el libro, pero no puede sacudirse las palabras impresas en su mente. La terminal sigue trabajando, los códigos siguen fluyendo, pero la verdad ya no está en ellos. Un nuevo mundo se ha abierto, y la figura sabe que no hay vuelta atrás.


VI

Las luces de la sala parpadean cuando el libro es guardado de nuevo en su lugar. Todo sigue igual, pero algo ha cambiado. La figura se levanta y se aleja de la terminal, consciente de que el libro ha dejado una marca indeleble en su ser. La promesa de conocimiento está ahí, pero no en la red, no en los códigos. El verdadero poder reside en la memoria, en lo que se atesora en silencio.


VII

En lo más profundo de la ciudad, donde ni la luz ni el sonido llegan, algo se ha despertado. La figura, cargando con el peso del libro, se encamina hacia la salida, sabiendo que las respuestas ya no están en las máquinas. El camino hacia la superficie es largo y difícil, pero el silencio del conocimiento recién descubierto es la única guía que necesita.

Códigos del ayer

Selección de escritos del poeta Abel Pérez Rojas
Abel Pérez Rojas
lunes, 26 de agosto de 2024, 10:51 h (CET)

I

En una oscura sala de control, oculta en las profundidades de la ciudad subterránea, una terminal antigua parpadea débilmente. Los códigos corren por la pantalla, líneas interminables de programación que guardan los secretos de una humanidad que eligió esconderse del caos en la superficie. En una esquina de la sala, entre cables desconectados y restos de tecnología obsoleta, un pequeño libro de cuero se mantiene cerrado, ajeno a la frialdad de los monitores. La figura solitaria que ocupa la sala observa el libro con una mezcla de miedo y curiosidad, consciente de que su contenido es la clave para abrir las puertas de un mundo olvidado.


II

La terminal continúa trabajando incansablemente, pero la mente de la figura está atrapada en el misterio del libro. Se supone que todo el conocimiento está en la red, que las palabras impresas ya no tienen lugar en este nuevo orden, pero algo en ese libro llama, una promesa de revelación que ni los más avanzados algoritmos pueden ofrecer. Sus dedos tiemblan al rozar la cubierta, sintiendo el peso de lo prohibido.


III

Reconozco que te he visto,
aunque tú no a mí.
He grabado tu rostro desde cada ángulo,
tomando nota de tus trazos,
uno a uno.
Tus detalles llenaron el espacio en blanco,
mi memoria se desbordó con tus líneas,
la vuelta de tuerca amplió el lienzo,
pero fue en vano:
todo fue cubierto por la sombra de tu ser delicado.


Ahora,
desde la cumbre de mi soledad,
comprendo que es imposible atrapar tu esencia,
golondrina fuera de estación,
presencias que se disuelven sin remedio
cuando no hay respuesta.


Y sí,
los implacables algoritmos
intentan dirigir mi búsqueda,
alienar mi espíritu,
doblegar la fuerza de mis tobillos.


Los ogros juegan, se disfrazan de niños
cuando están a cubierto de la vista ajena.
Así yo,
me recreo persiguiendo la verdad
más allá de la mirada indiscreta.

(Ecos en el vacío. APR. Agosto, 2024)


La pantalla emite un pitido insistente, pero la figura apenas lo escucha. Las palabras del poeta fluyen en su mente como un torrente imparable, reflejando el vacío de una existencia que, aunque rodeada de información, carece de verdadero sentido. El libro se abre lentamente, revelando páginas que huelen a historia y humanidad. La figura sabe que está cruzando un límite, pero el silencio de la sala le parece demasiado ensordecedor para detenerse.


IV

El sonido mecánico de las puertas al abrirse resuena por toda la sala, pero la figura sigue inmersa en las páginas del libro. La terminal, ignorada, sigue arrojando resultados que nadie mira. El conocimiento se convierte en un río incontrolable que arrastra a la figura a un lugar donde los códigos no pueden llegar. Fuera, en la ciudad subterránea, el día no existe, pero dentro del libro, el amanecer es constante.


V

Dentro de la sala, el caos se ha convertido en una quietud casi religiosa. La figura cierra el libro, pero no puede sacudirse las palabras impresas en su mente. La terminal sigue trabajando, los códigos siguen fluyendo, pero la verdad ya no está en ellos. Un nuevo mundo se ha abierto, y la figura sabe que no hay vuelta atrás.


VI

Las luces de la sala parpadean cuando el libro es guardado de nuevo en su lugar. Todo sigue igual, pero algo ha cambiado. La figura se levanta y se aleja de la terminal, consciente de que el libro ha dejado una marca indeleble en su ser. La promesa de conocimiento está ahí, pero no en la red, no en los códigos. El verdadero poder reside en la memoria, en lo que se atesora en silencio.


VII

En lo más profundo de la ciudad, donde ni la luz ni el sonido llegan, algo se ha despertado. La figura, cargando con el peso del libro, se encamina hacia la salida, sabiendo que las respuestas ya no están en las máquinas. El camino hacia la superficie es largo y difícil, pero el silencio del conocimiento recién descubierto es la única guía que necesita.

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