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«Me seduce el compromiso de convertir en verosímil cualquier asunto, por peregrino que sea, mediante las palabras»

Entrevista al escritor leonés Pablo Andrés Escapa. Su libro ‘Fábrica de prodigios’, editado por Páginas de Espuma, fue galardonado con el Premio de la Crítica de Castilla y León en 2020
Herme Cerezo
jueves, 6 de marzo de 2025, 10:14 h (CET)

No suele ser habitual entrevistar a un escritor sobre un libro que publicó hace ya tiempo. Pero es bueno hacerlo, aunque suene extravagante o sobrepasado. No siempre hay que hablar de novedades, en ocasiones, es conveniente mirar atrás. Y este es el caso del escritor Pablo Andrés Escapa quien, transcurridos seis años de la publicación de ‘Fábrica de prodigios’, aceptó recordar unos textos que, en su momento, no disfrutaron de la promoción debida a causa de la nefasta irrupción del COVID, que nos encerró en nuestros domicilios y provocó el desastre por todos conocido. ‘Fábrica de prodigios’, editado por Páginas de Espuma y galardonado con el Premio de la Crítica de Castilla y León en 2020, consta de tres relatos largos o tres novelas cortas, compuestos en tierra de nadie y que cumplen el requisito que el escritor leonés suele imponerse a sí mismo: «que tenga tantas páginas como sean necesarias y tan pocas como sean suficientes». En el primer cuento, descubrimos un pájaro exótico, de conducta nada convencional, que llama la atención de un viajante poco difuso para su profesión; en el segundo, trabamos conocimiento con un poeta, cuya trayectoria oscura desafía los razonamientos mínimamente cabales en cualquier realidad literaria; y en el tercero y último, un ciudadano como tantos otros, Serafín, que sale a recoger un paquete en correos, describe una travesía urbana con trazas de inesperada odisea, mediatizada por la intervención de un no menos inesperado diablo. Sobre todo esto, y también sobre el oficio de narrar, conversé con este escritor leonés un jueves de febrero a eso de la media tarde, poco después de que un camión de bomberos, con su sirena a pleno pulmón, atronase la avenida donde vivo. Teléfono mediante y según acostumbra, la grabadora ejerció de muda notaria de nuestra charla. El piloto rojo encendido expidió su acostumbrado, y silencioso, nihil obstat. Empezamos.


PABLO ANDRES ESCAPA

El escritor leonés Pablo Andrés Escapa - Imagen: (copyright) Elena Delgado


Pablo, ‘Fábrica de prodigios’ fue galardonado con el Premio de la Crítica de Castilla y León en el año 2020. Recuperado el libro un lustro después, ¿qué recuerdos de su escritura acuden a tu mente?

He revisitado y releído los textos. Y hacerlo ha supuesto un redescubrimiento, pues he visto que había cosas que no recordaba. Como bien dices el libro no tuvo apenas promoción. Tan sólo una presentación en Ávila y después vino el encierro domiciliario. Cuando me puse a escribirlo pretendí hacer algo más extremo, algo distinto a todo lo que había hecho hasta entonces. Mi punto de partida fue contar una cosa insólita o, al menos extraña, con el objetivo de alcanzar el crédito de los lectores usando solo la escritura y un tono que resultase verosímil. Contar lo increíble tiene menos que ver con el atrevimiento que con el acierto de las palabras, que han de llevar al lector de buena fe por senderos difíciles de transitar. En consecuencia, este trabajo fue exigente y en esa exigencia entró una especie de administración de la fábula, es decir, lo que callaba y lo que decía hasta lograr un clima de inminencia constante, que mantuviera al lector en la creencia de lo que leía. Sin duda esa fue la mayor dificultad con la que me tropecé.


Además de los cuentos, también has trabajado la novela. Por lo que he leído sobre ti, la escritura ocupa un papel muy importante en tu vida.

Nunca tuve prisa por publicar. Mi satisfacción se produce mientras escribo y cuando corrijo. Las presentaciones y demás me sobran. Creo que, si no publicara, escribiría igual, porque me viene bien. Es una necesidad. Mis periodos de sequía literaria me siento peor, me encuentro mucho mejor cuando llevo una fábula en la cabeza. Es algo que los que están a mi alrededor también lo perciben así [risas]. La escritura es una obsesión, no una manía.


Está muy difundida la idea de que los cuentos son como el escalón previo que un escritor debe subir antes de escribir una novela. Pero el género del cuento es difícil y exige el cumplimiento de unas normas muy concretas para alcanzar los objetivos apetecidos.


Decía Pereira que el cuento es el género más complicado que existe para escribir, porque estás trabajando en uno de ellos, te llaman por teléfono o te interrumpen y no puedes retomarlo. Has de comenzar de nuevo. Por otro lado, es muy intenso y requiere una mayor concentración. En la novela, en cambio, resulta más fácil recuperar el hilo narrativo.


Respecto a la extensión de los relatos, ¿qué criterio sigues? ¿Cada cuento impone la suya propia?

Bueno, cada texto, cuento o novela, va generando su propia poética y es la clave que interpreta el texto y la que tiene que reconocer el lector. Te diría que la propia escritura de estos relatos iba alimentando la trama, porque yo no sé habitualmente a dónde voy, ya sea en distancia media o corta. Normalmente, empiezo un relato a partir de una asociación de ideas, de unas palabras. Si nos fijamos en ‘Pájaro de barbería’, el relato inicial, yo pensé en la frase «Pasan las generaciones y sigue inmóvil el pájaro», que es la primera del texto y vi que contenía un cierto misterio, una cierta premonición. A partir de ahí empecé a escribir sin saber a dónde iba a llegar. De esa manera, la escritura iluminaba la historia y, cuando surgía una duda, viajaba hacia atrás, porque nunca me ha gustado depender del accidente, de la casualidad. Las historias bien tejidas van sembrando materia suficiente para volverla a coger y anudar los cabos sueltos. Pero también te digo que las novelas cortas coinciden con los cuentos en la concisión, la intensidad y la tensión narrativa. No establezco diferencias entre unas y otras. En estos relatos más largos, para mí la clave radica en crear un ritmo de lectura, administrar bien las palabras, tan pocas como sean suficientes y tantas como sean necesarias, lo que constituye un equilibrio difícil, al que yo procuré ajustarme al máximo. La verdad es que no he vuelto a escribir este tipo de relato de media distancia, pero seguro que más adelante volveré sobre estas dimensiones.


¿Cómo sabe Pablo Andrés Escapa que un puñado de cuentos, en este caso tres relatos más extensos, pertenecen a un mismo volumen de relatos?

A mí me gusta concebir los libros como un ciclo y escribir los cuentos en torno a una idea. En el caso de ‘Fábrica de prodigios’, por un lado, fueron las historias extrañas y, por otro, los personajes que tropiezan con ellas. En cuanto termino un cuento, me pongo con otro y, en seguida, pienso que conectará con el anterior a través de una idea, un paisaje, una anécdota, un personaje o un simple objeto. Cuando ya tengo escritos varios cuentos, que se acomodan entre sí, establecer las conexiones que les unen cada vez resulta más sencillo. Es algo que me gusta y lo he hecho desde siempre, desde mi primer cuento. De este modo puedes llevar las historias al punto que te conviene. Estas tres novelas cortas presentan situaciones narradas en un mismo tono. Más tarde les incorporé pequeños detalles que se me ocurrieron mientras las corregía.


Las tres historias son urbanas, pero ignoramos el nombre de la ciudad donde ocurren, aunque sí se citan otros lugares como Lisboa, por ejemplo. ¿Por qué esa desubicación geográfica? ¿Mientras escribías tenías en tu mente algún lugar concreto?


No es necesario conocer en qué ciudad discurre la peripecia para disponer de una noción más profunda del cuento que si no lo sabes. Yo escribo imaginando y visualizando lo que escribo. Los desmontes y las afueras de las ciudades que aparecen no pertenecen a ningún lugar concreto, porque todos esos barrios me parecen iguales. Yo sólo pretendía disponer de un escenario más o menos clave en mi cabeza, algo funcional, nada más. En el caso del poeta, por ejemplo, la ciudad es León y quien sea de allí lo va a reconocer porque se alude a un gallo, a una catedral y a las callejas de la parte vieja de la ciudad, pero sin dar más detalles.


Y, adentrándonos en el primer relato, ‘Pájaro de barbería’, ¿cómo se asoma a tu imaginación la figura de un pájaro, alojado en una jaula, que no dice ni pío, que no se mueve, excepto para santiguarse los domingos, y se convierte en la obsesión de un viajante?


Eso de santiguarse fue una humorada [risa leve]… En este caso lo que hay es un ejemplo de ese valor simbólico que yo busco en la fábula. El pájaro, o mejor su inmovilidad, es un emblema de la vida apetecida por el viajante, un hombre abrumado, un poco tímido, cansado de las vicisitudes de un oficio tan itinerante como el suyo, que un día descubre que existe una criatura que lleva una vida envidiable para él. Es algo así como la tentación para los monjes, una tentación envidiable que el viajante desea alcanzar para librarse de los virajes de la vida. He dicho lo del monje porque el barbero posee elementos que rozan con lo místico, pero, bueno, el mutismo del pájaro y la proyección que ejerce a su alrededor resulta algo inquietante para el viajante y esa sensación me permitía proyectar el cuento hacia un territorio, digamos especulativo, que implicaba la curiosidad del lector. Y ojalá la implique, porque si no es así, el cuento falla. El lector ha de preguntarse qué ocurre con el pájaro y por qué impone esa vocación de silencio a su alrededor.


Otros autores también han utilizado la figura de un viajante en sus obras. Desde el punto de vista de un escritor, ¿por qué resulta tan atractivo escoger un personaje con estas características?

Sí, es cierto que resulta muy atractivo. En mi caso, hay un elemento biográfico que explica esa atracción por los viajantes, ya que la familia de mi padre tuvo un comercio general en Villaseca de Llaciana, el pueblo donde crecí, y yo conservo muchísimos recuerdos de las llegadas de los viajantes a la tienda. Era admirable el desparpajo y la seguridad con la que predicaban las virtudes del género que traían y su vestimenta trajeada. Además, daban noticias de dónde comer, dormir o veranear y, de niño, todo eso me fascinaba. Me proporcionaba placer verlos manejar su muestrario y, en el fondo, el acto de vender su producto no es algo tan distinto del trabajo de un escritor. Diríamos que son dos oficios que podrían resumirse en hacer atractivo un relato.


Es curioso que el asunto del viajante sea un rescoldo de tu niñez. La escritura hace aflorar los recuerdos más olvidados de manera inesperada.

Sí, sí, es verdad. Creo que era Piglia el que decía que la memoria es la tradición del escritor. Y es así. En realidad, aunque uno fabule, siempre parte de algo que vivió o de una anécdota. A partir de ahí tu capacidad como escritor puede remontar y llevarte muy lejos. En cualquier caso, la memoria es fundamental para la escritura, es su fermento. Igualmente, se afirma que toda ficción es autobiográfica y, en mayor o menor medida, creo que es cierto, aunque, a lo mejor, ahora con la Inteligencia Artificial deja de serlo.


¿Te interesa o te preocupa la inteligencia artificial?

No la he utilizado nunca y espero no hacerlo. Soy muy reacio a las nuevas tecnologías, de hecho escribo a medias entre el ordenador y a mano. Viendo quienes se ocupan de estos asuntos, gente que se dedica, fundamentalmente, a autopromocionarse y ganar dinero, la IA me produce inquietud. Utilizarla para escribir sería un demérito porque, si yo no soy capaz de escribir algo y apretando un botón la IA lo consigue y todo sale bien, entonces ¿dónde queda la opción del fracaso del escritor? Fracasar y levantarse de nuevo son inherentes a la escritura. Como autor has de equivocarte, no puedes decir que tienes la fórmula, que le das y ya te sale un cuento perfecto. El valor de un relato radica en el tiempo que te ha costado hacerlo, en las lecturas previas, en los caminos que has desechado. Lo otro es un mecanismo que hace desaparecer la parte humanística, que es en lo que consiste precisamente la literatura. En medicina y otras ciencias, la IA puede tener una buena aplicación, pero en todo lo que dependa del espíritu, que obre el espíritu.


Regresamos al viajante, al que también llamas charlatán. Sus productos lucen denominaciones pomposas: tijeras Dalila, peines Campeador o cepillos Almanzor, enseres con aroma de otra época. ¿Se detuvo el tiempo en la barbería del pájaro mudo e inmóvil, que regenta el peluquero Belarmino Santos?

La suspensión del tiempo también es un elemento que ayuda a afianzar la condición legendaria de lo que se cuenta e incluso la ejemplaridad que pueda tener una fábula, ya que si no es de ningún tiempo, entonces lo es de todos y, en consecuencia, sigue vigente. La palabra literaria nunca es contemporánea, ha de buscar un registro que esté como antes y después, ha de nacer para la eternidad. Y aquí sucede eso. La barbería está suspendida en el tiempo. No se gastan los aceites y los líquidos, ni siquiera el propio viajante, que parece un icono, percibe cambio alguno. Todo se encuentra allí reunido para crear una atmósfera hechizada, como sucede en los cuentos de siempre: «Érase una vez en un país lejano…» Qué más da! Son maneras de dejar la fábula suspendida en el espacio.


Además de Belarmino Santos, el barbero taciturno, y del viajante sin nombre, que transita una ruta de la seda muy sui generis, nos encontramos con Corino, un camarero con poca clientela. Tres tipos que transpiran vidas solitarias. ¿La soledad permite cincelar mejor a los personajes? ¿La necesitas para escribir?

Es cierto que el viajante carece de nombre. Me ha ocurrido ya con otros personajes y me sucede porque no encuentro uno apropiado o, simplemente, porque no quiero que lo tenga. Con relación a la soledad, he de decirte que a mí la soledad no me ha estorbado nunca. Se escribe y se fabula en soledad y se vive, en buena medida, dentro de un mundo propio. En consecuencia, no me cuesta nada crear personajes que comparten este trasfondo. Ahora bien, como todo, la soledad tiene un grado. Y es lo que les ocurre a los personajes. La soledad del barbero es auténtica, natural, intrínseca; la de Corino es un disfraz, él vive pendiente de que caiga en sus manos un alma cándida, como el viajante en este caso, para echársele encima con una historia; y por último, la del viajante, es una aspiración, una vocación, un aprendizaje que él cree que va ir afianzando a medida que menudeen sus visitas a la barbería. Si te fijas bien, Serafín, el viejo del tercer cuento, es otro solitario más, y su soledad la entregaría para construirse un mundo propio, un territorio fantástico donde él se siente más justificado que en la vida real. Por eso, en un momento dado, dice «vivimos como soñamos, solos», una frase de Conrad que le cuadra perfectamente.


Nos asomamos al segundo cuento, ‘Continuidad de la musa’. Aquí el protagonista trabaja sobre Hilario Luna, un escritor que nunca leyó libro alguno, para que su estilo no se contaminase con la literatura de los demás. Me pregunto si se puede escribir sin haber leído nada.

Todo esto no es más que una pura licencia del relato, que viene repleto de paradojas. En la vida real no creo que el mejor camino para escribir sea el de no leer, todo lo contrario, gracias a la lectura llega uno a ser mejor escritor. Incluso te diría que leer es una parte irrenunciable del oficio de escribir, es la escuela, la manera que tenemos de aprender a hacerlo. Este cuento, además, tiene un componente humorístico bastante grande, lleno de personajes disparatados, especialmente Porfirio Aldama, que es un disparate puro. Todo el texto circula por ahí.


¿Qué papel juega el humor en tu literatura?

Es muy importante, fundamental, no escribo nada que, en mayor o menor medida, no contenga humor. Creo que lo hago porque lo tengo muy presente en mi vida. En ‘Fábrica de prodigios’ aparece especialmente en el segundo de los relatos. El humor es un punto de vista, una forma de enfocar o desenfocar la realidad que me resulta muy útil y conveniente para encarar los trastornos de la vida. No puedo prescindir de él. Siempre tengo una especie de propensión a buscar lo ridículo que hay en cada cosa y, normalmente, lo encuentro.


Porfirio Aldama, al que acabas de citar, es un escritor que lleva la elipsis hasta tal punto que incluye en su libro numerosas páginas en blanco. Viéndolo con ese humor que impregna ‘Continuidad de la musa’, ¿podríamos considerar que ese «silencio en blanco» es la elipsis perfecta, la definitiva?

En ese mismo relato aparece un bibliotecario que dice que la página en blanco siempre tiene arreglo, así que mejor no escribir [risas]. Porfirio Aldama es la parodia de un pésimo escritor y las elipsis que cultiva no son fruto de una exigencia formal como narrador, sino pura comodidad. Como digo, Aldama es un disparate y el método de escritura que él alumbra, eso que él mismo llama la escritura geométrica, incluye la elipsis, pero no como un recurso estilístico, sino como un atajo para terminar antes la novela. Así que lo suyo es pura vaguería, una falta de honestidad, el retrato de todo lo que no debe ser un escritor. Y como está urgido para rematar la obra, lleva las emisiones y las elipsis hasta el punto de que la novela no se entiende y el editor se la devuelve. En resumen, son bromas en torno a la literatura o, mejor aún, en torno a la urgencia por publicar.


Pasamos al tercer relato, ‘El diablo consentido’, el más extenso de los tres. Su protagonista, Serafín, sale por la mañana hacia la estafeta de correos. Durante su periplo le ocurren cosas, que trata de transcribir a un diario. Y tú lo cuentas alternando la primera y la tercera persona.

No tardé en ver claro que el diario tenía que ser escrito en tercera persona y que la realidad, los pasos que Serafín va dando por la calle, en primera. Es el pulso entre lo que escribe y lo que percibe y, en ese enredo, el propio lector nunca termina de diferenciar lo que ve y lo que le pasa. Nunca sabe si está fabulando o no, o incluso si tiene un principio de Alzheimer, porque lo que anota en su diario es mucho más fabuloso que lo que describe. Mientras lo escribía ensayé un pulso entre lo maravilloso y lo fantástico. Lo maravilloso demanda la aceptación de la credulidad, de la buena fe y de la inocencia del lector. Sin embargo, lo fantástico exige una escritura con un tono que tiene más que ver con la razón. Para que el lector se crea algo fantástico hay que presentarlo de manera concisa y con una prosa racional, mientras que lo maravilloso exige fascinación. En el caso de Serafín, sus percepciones son maravillosas, pero cuando trata de llevarlas al diario desarrolla una explicación que tiene mucho más que ver con el género fantástico.


Serafín presenta trazas de caballero andante durante sus deambulares, inciertos e insospechados, por las calles de otra ciudad ignota. ¿Cuánto le debe a Cervantes este texto?

Mucho, todo lo que le debo yo como lector, todo lo que le deben las tres fábulas del libro. ‘Fábrica de prodigios’ arranca con una cita donde Cervantes deja un recado para escritores y otro para lectores. En el texto pide una especie de cortesía al escritor y le dice «que facilite los imposibles y suspenda los ánimos llevando la admiración y la alegría juntas», es decir, que cuente de manera amena y allane los imposibles. Luego cierra la cita reclamando verosimilitud al escritor: «todo esto no lo podrá hacer el que huyere de la verisimilitud y de la imitación, en quien consiste la perfección de lo que se escribe». Aquí, cuando Cervantes habla de imitación, no se refiere a la imitación de otros escritores, sino de la realidad, a la que reclama verosímil dentro de un registro literario.


En pocas palabras, Cervantes demanda a los escritores que desempeñen su oficio con honradez e integridad, ¿no?

Mientras escribía ‘Fábrica de prodigios’ volví a leer las ´Novelas ejemplares’ y ahí vi que Cervantes proponía contar con propiedad un desatino. Esto es, lograr un equilibrio deseable entre la imaginación y la forma. Volvemos a lo mismo, el compromiso de convertir en verosímil cualquier asunto por peregrino que este sea. Y ese intento genera una ética de la escritura o de la ficción, que consistiría en levantar una mentira y hacerla verdad con todo el rigor ante el lector. Ahí radica la clave de toda la ficción. La manera más honesta de respetar esta máxima por parte del escritor es crear un hechizo con las palabras para conseguir que la ficción resulte verosímil para el lector, algo que sólo conseguirá si él también se lo cree. Esto último es muy importante.


Casi me parece innecesario preguntarte qué significa El Quijote para ti.

El Quijote me colma, es una escuela de escritura, es el catecismo para mí. Ahí está todo… No hay trucos, hay magia en sus páginas. Todo lo que quiero saber ya lo probó Cervantes en ese libro. En lugar de soltarte un rollo teórico, te lo cuenta de manera dramatizada a través de los personajes y tú lo vas viendo entre líneas. Yo vuelvo periódicamente al libro, no lo leo entero, pero sí que releo pasajes. Muchas veces lo hago de manera aleatoria, abriéndolo al azar. El propio Serafín lo lee en su cama y, en ocasiones, su discurso se impregna del estilo cervantino, incluso vive la realidad de una manera idealista y ese ánimo le lleva a descubrir que los trastornos que padece son una especie de aviso para navegantes, como una advertencia que nos obliga a abandonar lo más trillado de la realidad y observarla tal y como la defendía Cunqueiro, que decía que lo que nos distinguía como seres humanos era una necesidad perpetua de azar, misterio y prodigios. Y Serafín padece eso, tal vez a causa del diablo que le persigue.


Acabas de citar al diablo, que merodea por este tercer relato. Aunque yo pensaba que ya estaba jubilado, parece que continúa viviendo a nuestro alrededor, acechante.

Yo lo veo ocupadísimo [risas]. No hay más que ver cómo está el mundo. Desde luego, jubilado no anda. Ojalá! Volvemos a lo de siempre. El diablo es un símbolo de la injerencia de lo prodigioso en lo cotidiano y eso está presente en todos los relatos: en el primero es un pájaro; en el segundo es un poeta oscuro de quien no sabemos ni tan siquiera si existió o no; y en el tercero, es un diablo que, por momentos, adquiere el aspecto de un perro sin amo. De cualquier modo, en los tres casos se trata de presencias misteriosas, seductoras, que orientan la reflexión en torno a la fábula. Creer en lo anómalo es una tentación, sobre todo para un carácter soñador como el de Serafín y, si un lector se cree lo que le cuento, es que he ejercido bien mi oficio de escritor y he puesto en práctica los preceptos cervantinos.


Tú trabajas en la biblioteca del Palacio Real. Imagino que, por un lugar así, desfilarán individuos de perfiles bien diversos y manejarás libros y documentos llamativos. De alguna manera, ¿tu cometido interviene o incentiva la construcción de tus relatos?

En estos personajes concretamente, no, pero mi trabajo se desarrolla entre libros y no me estorban nada, sobre todo porque para catalogarlos hay que abrirlos un poco y hacerte una idea de qué tratan y de quién los escribe y, en ocasiones, te tropiezas con autores curiosos sobre los que investigas y descubres cosas que te sirven para atar cabos. Pero es cierto que hay una cosa completamente aprendida de mi trabajo: los colofones, que he visto en muchísimos volúmenes antiguos de la biblioteca. Yo siempre cierro mis libros con un colofón creativo, que intenta sacar la fábula de los límites físicos del volumen y echar a rodar las fábulas que contiene. El de ‘Fábrica de prodigios’ dice: «Quédate, lector amable, con estas tres venturas y llévalas por donde vayas para nunca errar tú solo». Es decir, guarda en tu memoria estos tres relatos, porque cada uno lleva su verdad.


Llegó la última pregunta por hoy: ¿dónde queda Pablo Andrés Escapa en estos relatos?

Bueno, en lo que hemos hablado ya han aparecido algunos detalles de la memoria, que es la tradición del escritor. Yo he conocido familiares, ya fallecidos, con un hermetismo cercano al del barbero, y viajantes expansivos, que de chaval me parecía que estaban cansados de viajar. Y siempre pensaba dónde tendrían estos seres su casa. El aspecto físico de la barbería, situada en un patio oscuro, con una pared llena de desconchones al pie de una escalera, corresponde a una barbería que conocí de niño y que regentaba un minero en horas sueltas, porque había entonces mineros con un segundo oficio. Y ese minero tenía canarios, pero estos cantaban y él hablaba con ellos y competía con sus trinos. Además, tenía una radio, que también aparece en el cuento, donde sonaba Juanito Valderrama. Sin embargo, quizá lo más personal en este libro sea la tendencia a dejarse invadir por lo fabuloso, que experimentan los personajes, o de convertir la realidad en una gran fábula que va repartiendo recados para quien sepa leerlos. Por la vida, yo ando más cerca de Serafín que del viajante, aunque siempre voy buscando algo, un atisbo del que pueda arrancar una buena historia. 

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Sorprendido por las llamaradas de la realidad. Tu transparencia de vivir y vivir, no es ser intruso, pues, las brasas han encendido tus noches y madrugadas.

Tapada con sábanas va mi corazón, que volando entre olas no encuentra el amor, Manuel, Norberto, Gregorio, Lucrecio, estoy tan confusa que no sé qué hacer. A casa de Gilberto me pienso marchar, ese amor maduro me hará feliz y progresar, salir de las penas admirando el mar en su inmensidad.

 
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