La atención internacional está centrada en la guerra arancelaria provocada por quienes gobiernan el vecino país del norte, desde donde se nos recuerda lo endebles que son los hilos que hacen posible la frágil paz mundial.
En el ámbito nacional, como parte de nuestra problemática interna, las desapariciones forzadas, los inocultables fraudes a las arcas públicas —que en todos los niveles de gobierno salen a relucir— y la violencia desenfrenada nos empujan a la amnesia, al olvido de que el sol existe más allá de los nubarrones.
Pero no todo es negativo. Por ejemplo, esta semana causó gran asombro y esperanza mundial la “desextinción” del lobo gigante. Dicha noticia trajo aparejada otra similar, la cual había pasado prácticamente desapercibida: la misma empresa que logró la hazaña con el Canis dirus, hace unas semanas consiguió la "creación de ratones cuyo genoma se había editado con la técnica CRISPR para incluir varios rasgos genéticos del mamut..." (La empresa que creó los ratones lanudos anuncia la “desextinción” del lobo gigante, El País, 7/04/2025).
Por otra parte, en el ámbito personal, han sido días repletos de actividad. Entre teatro, literatura y poesía, me he visto en la fortuna de recapitular sobre muchas cuestiones que suelen pasar desapercibidas en el trajín diario.
Gracias a mi participación en la producción de la puesta en escena de la obra de teatro Ángelos y el Desapego (Calva Morales, Salvador. Abril, 2025), inevitablemente he reflexionado sobre el arte de “soltar” sin sufrir.
Han sido días de pensar en torno a la necesidad de aprender a no aferrarse a las personas, a las cosas o a las situaciones. Lo cual no significa que no importen, sino que hay que entender que nada es para siempre, y que podemos estar bien consigo mismo, aunque las cosas cambien o se vayan.
En fin, conviene tomar la vida con serenidad, dejarse asombrar por lo inesperado y sostener, como un faro interior, la esperanza intacta de un mañana mejor.
Son tantas las situaciones sobre las cuales hacer múltiples metanarrativas o metanálisis, que la poesía, una vez más, sale al paso para atisbar rincones que permanecerían a oscuras sin la riqueza de la lírica, sin la fuerza del simbolismo.
Después de pensar en todo lo anterior —y en tantísimas otras situaciones— quise cerrar esta semana escribiendo el poema Tropo y fulcro, el cual les comparto con la esperanza de que detone en usted, caro lector, algo que la prosa no consigue.
Tropo y fulcro
Hoy canto para mí, en este reencuentro inevitable de los ojos mirándose a sí mismos, del río que vuelve a su cauce como un recuerdo que se niega al olvido.
Canto porque, con ello, el tropo es fulcro, el trino troca en pétalo. Canto para que nuestras palabras abran las espesas nubes.
No es nostalgia lo que me guía, sino esta brújula interior que tiembla al compás del silencio, esta certeza de lo hondo que florece en la oscuridad.
He sido tacto y llanto, he sido viento entre columnas caídas, y ahora soy canto que se levanta sobre la piel del agua, sobre la llama del tiempo que regresa.
Porque el alma también se escribe con lo impronunciable. Y hoy me escucho, por fin, como quien se descubre en el reflejo tibio de su propia voz.
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