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«Bergoglio siempre buscó ser líder y, justo cuando dejó de hacerlo, le llegó el papado»

Entrevista al escritor Javier Cercas, tras la publicación de su nueva, y muy exitosa, novela, titulada 'El loco de Dios en el fin del mundo' (Penguin Random House)
Herme Cerezo
lunes, 14 de abril de 2025, 11:06 h (CET)

Durante una firma de libros en la ciudad italiana de Turín, a Javier Cercas se le aproximó un hombre. Dijo pertenecer al Vaticano y le ofreció algo insólito: la posibilidad de escribir un libro sobre el papa Francisco con absoluta libertad y con todos los medios a su disposición. Al mismo tiempo le indicó que el Santo Padre volaría en fechas próximas a Mongolia y que él viajaría con él, incluido en el séquito papal. Cercas, tras mirarle extrañado, le respondió que si se habían vuelto locos en el Vaticano, porque él era un tipo peligroso. El hombre se inmutó poco. Nada. Sólo le dijo que se tomara un tiempo prudencial para pensárselo y darle una respuesta. Cercas es un ateo militante, un impío religioso, como él mismo señala, pero fue educado en una familia y un colegio católicos. Así que cómo iba a desperdiciar semejante oportunidad. Ningún escritor cuerdo la dejaría pasar. En consecuencia, aceptó, pero con la condición de poderle preguntar al Santo Padre lo siguiente: «¿mi madre verá a mi padre más allá de la muerte?» Poco tiempo después, el escritor extremeño se marchó a Roma, acompañó al papa Francisco a Mongolia y le hizo la pregunta en cuestión. Fruto de toda esta peripecia es la publicación de su nuevo libro, ‘El loco de Dios en el fin del mundo’ (Penguin Random House), donde relata todo lo acontecido en el viaje y bastantes cosas más. El libro ─Cercas lo considera una novela─, ha tenido una acogida más que excelente y el pasado nueve de abril se acercó a presentarlo en la Librería Ramon Llull de València. Pasadas las seis de la tarde, lo vi apearse del taxi que le condujo a ‘1 rato más’, la cafetería donde habíamos quedado citados. Tras los saludos rituales, comenzamos nuestra conversación. Disponíamos de media hora. Conecté la grabadora, piloto rojo ya encendido. Y el tiempo, tic-tac, avaricioso, comenzó a desgranarse. Un café con leche, un mini croissant y una botella de agua con gas animaron nuestra conversación. Entre tanto, la vida discurría por la calle, a nuestro alrededor, como un ruido silencioso.


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Javier, supongo que con el libro no paras de viajar durante estos días.

Sí, acabo de llegar procedente de Zaragoza. Mañana me voy a Siena, donde me han dado un premio muy bonito [Premio Visoni, nota del entrevistador].


¡Enhorabuena!

Muchas gracias… Y al día siguiente regreso a Barcelona para presentar allí la novela. Es ir de un lado para otro, pero está bien, porque es una experiencia muy especial, ya que ha salido publicada en castellano, también para Sudamérica, y en italiano. Nunca había tenido el libro más vendido en Italia y España al mismo tiempo. La reacción de la gente ha sido muy bonita y espectacular. No puedo decir otra cosa.


No hace mucho vi la película ‘Marco’, basada en ‘El impostor’, otro de tus libros, donde incluso sales en una escena filmada en vivo.

Sí, la escena donde aparezco es real. Han pasado cosas alucinantes con ‘El impostor’, porque, de repente, Marco aparecía en mis presentaciones del libro. Sin embargo, con ‘El loco de Dios en el fin del mundo’ suceden cosas más alucinantes todavía. Es lo que ocurre cuando te metes en líos. Recientemente, han estrenado en Barcelona otra película, titulada ‘Javier Cercas y el impostor’, rodada por Catherine Bernstein, una directora muy conocida en Francia. Filmaron cuatro películas sobre libros de Truman Capote, Murakami, Carrere y el mío, todos ellos novelas sin ficción. Bernstein utilizó grabaciones que yo le hice a Marco en su día, porque últimamente grabo mucho para mis libros, y lo ha hecho de tal manera que se ve al Marco real discutiendo conmigo. La verdad es que nunca había visto una cosa igual.


«Ad maiorem Dei gloriam» pasemos a hablar de ‘El loco de Dios en el fin del mundo’. Los escritores soléis decir que las historias os buscan a vosotros y no vosotros a ellas. En este caso es más cierto que nunca, ¿no?

Sí, siempre es así pero, tienes razón, en este caso es más verdad que nunca porque vinieron a buscarme. Y es insólito porque jamás la Santa Sede le había propuesto a nadie que escribiera sobre el Vaticano, ni le había abierto sus puertas para ello. Yo he podido escribir lo que he querido. Ni siquiera han pedido leer el libro antes de publicarlo. La única pregunta que me he hecho durante todo este tiempo es por qué, de entre todos los escritores del mundo, me eligieron a mí. Y, desde luego, lo que tengo claro es que ningún escritor, en su sano juicio, hubiera rechazado entrar en el Vaticano, hablar con todo el mundo y escribir lo que le diese la gana.


Desde el primer momento en la novela dejas claro que eres un ateo militante, cautivo y confeso. Y afirmas que, lo primero que hiciste para sentarte a escribir fue limpiarte de los prejuicios de un ateo. ¿Cómo se consigue eso?

Haciendo un esfuerzo descomunal. Pero no son sólo los prejuicios de un ateo, sino los que tenemos todos sin excepción: católicos, ateos, mediopensionistas… Todos. Y cómo se consigue eso? No lo sé, pero es el principal esfuerzo, llegar allí con los ojos limpios, sin olvidarme de lo que sé. En el fondo es lo que haces siempre, tú lo estás haciendo ahora mismo: escuchas, preguntas y objetas cuando no ves clara una cosa. En esta ocasión, el desprejuiciamiento era especialmente difícil, porque todo el mundo cree saberlo todo sobre el Vaticano, porque llevamos dos mil años de civilización cristiana, algo que se dice pronto, y porque, en mi caso particular, mi familia es católica. Toda mi educación transcurrió en un colegio católico y mis prejuicios se multiplican exponencialmente. Si tú haces ese esfuerzo, como he intentado hacerlo yo, el resultado es sorprendente. Como dijo Shklovski, el gran formalista ruso, «la literatura consiste en mostrar la realidad como si la vieses por vez primera»…


Es decir, sorprenderse continuamente…

Exacto, continuamente, porque la realidad es continuamente sorprendente. Y no digamos el Vaticano. Lo he dicho todos estos días: Mongolia es un lugar muy exótico, pero el Vaticano lo es veinte veces más.


Has comentado que tu libro tiene forma de thriller. Pero en estas casi quinientas páginas no hay ningún crimen, ningún asesino por descubrir. Aquí has de responder a una pregunta que repites a lo largo de la narración: «¿Mi madre verá a mi padre más allá de la muerte?» A partir de ahí y al más puro estilo Agatha Christie, reúnes en una escena final a los tres personajes claves para conocer el desenlace, la solución del enigma. Y, además, montas una pirueta final.

Sí, pero no la monto yo. Salió así [sorbo de café. Mini pausa]… Y organizo la narración como un thriller porque, como intento explicar en mi libro ‘El punto ciego’, las novelas que a mí me importan desde el Quijote para acá, funcionan como thrillers. En todas hay un enigma que alguien intenta descifrar. En eso consiste la esencia del género policial y, en este caso, está más claro que nunca. No porque yo fuera a buscarlo, sino porque era elemental. Cuando a mí me proponen escribir el libro, enseguida pensé en mi madre. En mi vida, el papa y mi madre están íntimamente unidos. Ella era una persona profundamente católica, como mi padre y tanta gente de su generación, y me transmitió el catolicismo. Lo primero que pensé cuando mi padre falleció fue que, tras su muerte, ella vería a su marido, tal y como le había prometido su religión. Es algo muy elemental. Y lo que iba a hacer en este libro era visitar al loco de Dios, y lo iba a visitar yo, el loco sin Dios, para formularle la pregunta fundamental, escuchar su respuesta y llevársela de regreso a ella. Así que en el corazón de esta novela está el enigma principal del cristianismo, es decir, uno de los enigmas fundamentales de nuestra civilización: la resurrección de la carne y la vida eterna.


Llama mucho la atención la importancia de tu madre en tu literatura. Ya aparecía en ‘El monarca de las sombras’ y en esta ocasión desempeña un papel tan determinante que desencadena la escritura del libro. No sé si ella es el motor de tu escritura.

Es verdad. Y en esta novela ocupa un papel central. Tal vez sea la protagonista secreta [nuevo sorbo de café]… Sin ella este libro no existiría, o al menos, no existiría tal y como está concebido. Sería otra cosa. Lo hubiera escrito de otro modo o no lo hubiera escrito. No lo sé.


‘El loco de Dios en el fin del mundo’ es muchas cosas: una novela, un reportaje, un libro de entrevistas o, incluso, una historia de amor especial, una intriga… También es un libro de viajes a Mongolia y al interior del papa Francisco.

Sí, es una mezcla absoluta de géneros. Al igual que otras obras mías. En este sentido, conecta con ‘El impostor’, con ‘Soldados de Salamina’, con ‘El monarca de las sombras’, libros híbridos, mestizos, que participan de muchos géneros. En parte es crónica, es libro de viajes, es biografía del papa, es ensayo sobre la Iglesia, es autobiografía sobre un tipo normal y corriente que fue educado en el catolicismo y que lo perdió, como tanta gente. Entonces, al final qué es? Pues para mí, obviamente, es una novela. Una novela sin ficción, porque la novela es el único género capaz de integrar otros géneros, trascenderlos y convertirlos en otra cosa. Yo lo veo así. Si alguien quiere llamarlo de otro modo me da igual. Pero decir que es una crónica o un ensayo me parece algo limitado. Es todas esas cosas a la vez y algo más.


¿Es, quizá, tal y como el escritor Hipólito G. Navarro denomina a sus novelas, un «artefacto literario»?

Es que la novela es un artefacto literario. El otro día en El País, en su reseña, Domingo Ródenas lo definió como «un magnífico libro friki», que es exactamente lo que yo digo. La novela es el género friki de todos los demás géneros, el género de géneros, un banquete con muchos platos. Para un cierto tipo de novelas siempre ha sido de esta manera. Pero lo que ocurre es que estamos muy acostumbrados al sota, caballo y rey. Si lees ‘Tristram Shandy’ o ‘El Quijote’, te das cuenta de que son así, libros caóticos, mezclados.


La gracia consiste en sostener la línea argumental a pesar de todo, ¿no?

Claro, se mantiene el enigma, la idea motora, en el centro de la narración.


Como todos los seres humanos, Jorge Bergoglio tiene una personalidad contradictoria: amable, algo autoritario a veces… Sin duda tenía dotes de mando, adquiridas gracias a sus responsabilidades dentro de la orden de los Jesuitas, es decir, sabía manejar el poder. A la hora de la votación, crees que, realmente, él quería ser elegido papa?

Muy buena pregunta. Creo que él tenía una idea para la Iglesia, un proyecto que había formulado por escrito pocos años antes. Siempre fue muy ambicioso, un hombre de poder, de autoridad, pero creo que cuando le llega el papado ya no se lo esperaba. Hay una frase de Platón que dice: «el auténtico líder nunca busca serlo». Bergoglio siempre buscó ser líder y, justo cuando dejó de hacerlo, le llegó.

Creo que en el cónclave anterior, el de 2005, el que eligió a Benedicto XVI, él sí tenía sus ambiciones.

Sin embargo, a pesar de ser uno de los favoritos, no salió elegido. Y la prueba de que ya no esperaba salir en 2013 fue que, meses antes, ya había reservado una habitación en una residencia en Buenos Aires y se disponía a retirarse. Esta es una paradoja que, a veces, ocurre: cuando no quieres una cosa es cuando sale. En la vida esto nos pasa a todos muchas veces: cuando buscas algo no lo consigues, y cuando no lo buscas, te llega.


¿Realmente, Bergoglio fue elegido por el cónclave de cardenales para «revolucionar» la Iglesia, para reformarla? Durante los doce años transcurridos, ¿el papa Francisco ha podido cumplir con este encargo?

A la primera pregunta, la respuesta es sí. A la segunda, es no. Sin la menor duda, los cardenales eligieron a un tipo que podía sacar a la Iglesia del embrollo monumental en el que andaba metido el Vaticano entonces. Recordemos que, a la salida del papado de Benedicto XVI, estaba el Vatileaks y la banca vaticana era un paraíso fiscal, donde campaba la mafia y compañía. Benedicto XVI ya no tenía capacidad, ni fuerza, para desentrañar aquel embrollo de mil demonios. Por eso se marchó. En relación con los cambios, en el fondo era imposible realizarlos todos. Ese tipo de transformaciones requieren mucho tiempo y la Iglesia es muy lenta. Estamos hablando de una institución única. No existe nada ni siquiera remotamente parecido. Ha resistido durante dos mil años, mientras han caído todos los imperios. Si yo fuera creyente, diría que esto es un milagro, porque no hay nada igual. Todo cambio es complejo y difícil y el proyecto que el papa Francisco tiene en mente, que es lo mismo que buscaba el concilio Vaticano II, no se puede llevar a cabo durante un papado. Requiere siglos, como mínimo treinta papados con todos los papas caminando en una misma dirección, porque nada menos que se pretende devolver a la Iglesia a sus inicios.


A propósito de devolver a la Iglesia a sus inicios como ya pretendía San Francisco de Asís, resulta curioso pensar que, hasta la llegada de Jorge Bergoglio, no haya habido ningún papa que adoptase el nombre de Francisco para pontificar.

Sí, es el primer papa en muchas cosas: el primer papa latinoamericano, el primer papa jesuita y también el primer papa que se llama Francisco. De ahí lo de el loco de Dios, porque Francisco de Asís se llamaba a sí mismo el loco de Dios, il folle di Dio. Y sí, la cuestión del nombre a mí también me sorprende. Francisco de Asís quería volver a la Iglesia primitiva, a la Iglesia de la pobreza y de los humildes. Sin embargo, ningún papa se llamó así hasta 2013. Asombroso. Eso da una idea del grado de revolución que quiere llevar a cabo este hombre y que, obviamente, no ha tenido ni la capacidad, ni el tiempo, ni la posibilidad de hacerlo… Hubiera podido ordenar una serie de cambios radicales por las buenas, porque lo digo yo, porque no podemos olvidar que hablamos de una monarquía absoluta: lo que manda el papa, se hace. Pero las resistencias y el caos hubieran sido enormes. Si eso hubiera ocurrido hoy, con toda seguridad se habría producido un cisma.


Comentábamos antes que el papa Francisco presenta algunas fisuras en su personalidad, algún ramalazo autoritario que aflora en ocasiones. ¿Quizá es por eso por lo que pide a los fieles algo muy poco habitual entre los pontífices: que recen por él? ¿Tiene cierto miedo a lo que podríamos denominar su «cara B»?

¡Qué interesante interpretación!… Sí, en parte, sí. Él sabe que es un hombre débil, como lo somos todos, y lucha para que eso que tú llamas «la cara B» ─ nadie lo ha llamado así y está muy bien ─, no aflore, no exista. Para ser el mejor que puede ser… Entonces, sí, tienes razón.


Hablemos un poco de los misioneros. De joven tú jugaste al balonmano y los que nos movemos en ese mundo, decimos que para ser portero hay que «estar como una cabra». El papa Francisco opina lo mismo sobre los misioneros: «hay que estar como una cabra para ser misionero». Qué clase de locura es esa que les lleva a consagrar su vida al servicio de los más necesitados en los lugares más apartados del mundo?

Sí, el balonmano fue muy importante para mí. Y tienes toda la razón en lo que dices, porque los misioneros son como los porteros de balonmano, pero a lo bestia. Hay que ver lo que es esta gente. El cristiano ideal de Bergoglio es el misionero, por eso él habla de una «Iglesia de misioneros», porque hay que poseer un grado de locura considerable para serlo. Dejar la familia, tu casa y tu país, abandonar todo tipo de ambiciones sobre el dinero y estas cosas, irte al quinto pino para estar con los pobres, los borrachos, los viejos… Ni siquiera vas a hacer cristianos, porque el proselitismo está prohibido. Sí, la comparación con el portero de balonmano me parece realmente buena, pero, insisto, a lo bestia [risas]. Es como el escritor. O es un tipo que asume con radicalidad loca su vocación o no es un escritor.


Aunque no sabes por qué te eligieron a ti para escribir este libro, te sientes un privilegiado por ello, ¿no?

Absolutamente, sí. Y no sé por qué me eligieron a mí, aunque tengo mis hipótesis, como puedes tenerlas tú también.


¿Pero no las vas a contar?

No, bueno, si me obligan lo haré. No pasa nada. No son misteriosas tampoco. No es el Espíritu Santo quien me ha inspirado esta escritura.


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En ‘El loco de Dios en el fin del mundo» hablas de la música de Juan Sebastián Bach varias veces. Y citas a Emile Cioran que dijo sobre él: «Dios no tiene ni idea de cuántos creyentes le debe a Bach». «El maestro peluca», como lo llamaba el fallecido Fernando Argenta, ¿era un buen predicador?

Esa frase de Cioran es genial. A Bach le llaman «el quinto evangelista». Creo que hizo más cristianos que algunos evangelistas, pero lo dejamos aquí. Si tú escuchas su ‘Magníficat’ sales volando. Está muy bien puesto ese sobrenombre. Es el «quinto evangelista» y, en mi opinión, también el primer rockero. Ese hombre fue un músico total.


Desde que es papa, ¿Francisco ha visitado la consulta de algún psicólogo?

Antes de ser elegido papa, sí. Ahora no lo sé. Esos problemas los soluciona a través de la confesión, que es como el psicoanálisis. Y, además, es gratuita.


Terminamos por hoy. Dicen que «quien entra papa sale cardenal del cónclave». ¿Cómo entró Javier Cercas a ‘El loco de Dios en el fin del mundo’ y cómo ha salido?

No soy el mismo, soy distinto. Mi visión de las cosas ha cambiado totalmente, pero si te refieres a las cuestiones religiosas también he cambiado. Entré ateo anticlerical y he salido ateo y más anticlerical aún, entre otros motivos porque el papa, con toda la razón del mundo, también es anticlerical. Nuestro anticlericalismo español es el que comparte el papa, no es distinto. Eso sí, claro, sin matar curas. Porque yo no estoy a favor de eso. Lo digo porque aquí se nos va la olla y la liamos.


Javier Cercas pliega bártulos. Se despide y camina por la calle de la Corona hacia la presentación de su libro. Mientras le veo marchar, de nuevo pienso en Agatha Christie. Regresemos por un momento a la escritora inglesa. Desde hace más de setenta años, se escenifica por todos los teatros del mundo y de manera continua su obra ‘La ratonera’. Al final de cada representación, uno de los actores o, una voz en off en su caso, envía este mensaje a los espectadores: «Guarden el secreto de quién lo hizo bajo llave en su corazón». O sea, «no revelen el desenlace de la obra a nadie». Así que eso, mis improbables, lean la novela de Javier Cercas, pero no cuenten el final. Los futuros lectores de ‘El loco de Dios en el fin del mundo’ se lo agradecerán. 

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Ríos de plata que dan a un mar de oro, ríos de noche en Xucantervhil que cubren los días, ríos de sol rojo y naranja que dan frío y hambre si se tornan pálidos, blancos y se desvisten...

La atención internacional está centrada en la guerra arancelaria provocada por quienes gobiernan el vecino país del norte, desde donde se nos recuerda lo endebles que son los hilos que hacen posible la frágil paz mundial. En el ámbito nacional, las desapariciones forzadas, los inocultables fraudes a las arcas públicas y la violencia desenfrenada nos empujan a la amnesia, al olvido de que el sol existe más allá de los nubarrones.

 
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