Madrid coronó al Liverpool como nuevo campeón de Europa. Después de 1.099 días de reinado del Real Madrid (con cuatro trofeos en cinco ediciones), el Viejo Continente ve reinar a otro club con solera. El Liverpool alzó al cielo del Metropolitano su sexta Copa de Europa. Antes lo hizo en Estambul (Champions League 2004-2005), Paris, Londres y Roma (2 ocasiones), éstas últimas bajo el formato de la antigua Copa de Europa (1976-1977, 1977-1978, 1980-1981, 1983-1984). Los goles de Salah (de penalti, al minuto y medio) y de Origi (en las postrimerías) decantaron una final de paupérrimo fútbol. Una fina de contadas ocasiones gol, de escasa emoción y de mucho respeto a cometer algún error de consecuencias trágicas. Porque en definitiva ya saben aquello de que las finales no se juegan, sino que se ganan. Y ganó el Liverpool.
El azar es un elemento travieso. Incontrolable. No tardó en exceso en cobrar su cuota de protagonismo, y cuando aparece influye. Y más si se trata de una final de Liga de Campeones. No había trascurrido ni cuarenta segundos cuando un centro, inofensivo, de Mané golpeó en la manó de Sissoko. Penalti. Hubo y habrá dudas; Skomina no necesitó de ver ninguna repetición (el balón golpea en la mano tras hacerlo en el pecho de Sissoko). Salah no tembló. El egipcio golpeó con fuerza el balón. Y entró en la historia como el segundo tanto más rápido: 1 minuto y 48 segundos, sólo superado por el tanto de Maldini (Milán) en la final de 2005, precisamente ante el Liverpool. En un suspiro, el azar había roto todas las tácticas y planificaciones de los entrenadores. Y no sólo eso. Las emociones de unos y otros se alteraron a la velocidad de la luz. Empezaba una final muy distinta.
Hasta el descanso, una final de un fútbol pobre, huérfano de emociones y buenas jugadas. Quizá haya que recuperar aquello de ‘las finales no se juegan, sino que se ganan’. Es normal, aunque el espectador neutral eche en falta alguna mayor dosis de espectáculo. Porque apenas hubo nada reseñable salvo un potente y centrado disparo de Robertson, después de una meteórica cabalgada por su banda. Es uno de los mejores laterales del momento. Fue lo único de un Liverpool que se sentía cómodo atrás y buscaba explotar sus habilidades a la contra. Desestimó tener más trato con el esférico. Sin crear más acciones de peligro sí mostraba sensaciones de optar a más beneficios; y también el ser consciente de no cometer ningún estropicio. Se notaba hasta en su afición, silenciosa por momentos.
Lo contrario que el Tottenham. Quedó noqueado. Como ausentes, como en un planeta extraño. El penalti les pareció riguroso (notable charla entre el árbitro y Pochettino a los veinte minutos de juego) y aunque asumieron el trato del balón apenas encontraron espacios. Sus movimientos eran tan sencillos como previsibles. Así, complicado ante un Liverpool bien parapetado en defensa. Eriksen estaba muy escorado y Dele Alli estaba desubicado en la zona central. Kane, que volvía tras una larga ausencia, apenas gozó de movimientos. Les faltaba confianza, velocidad y un último pase en condiciones, todos fueron muy imprecisos o fáciles para Matip y Van Dijk (jugador de la final, muy seguro en todo momento). El Liverpool alcanzó el descanso sin ni siquiera sufrir alguna cosquilla. El Tottenham estaba asimilando lentamente un duro comienzo.
No es un panorama nuevo. La presencia del Tottenham en esta final de la Liga de Campeones de Madrid esta cocinada a base de remontadas y acciones históricas, con tintes milagrosos. Les quedaban otros 45 minutos para demostrar que sabían situar en aprietos al Liverpool. Eso sí, la estadística no era favorable en su totalidad: el Liverpool siempre gana esta temporada cuando se marcha al descanso con ventaja (28 partidos este curso). Con el viento soplando en la misma dirección, entraron Origi (por Firmino, desaparecido) y Milner. Había que dar más consistencia al centro del campo y velocidad al ataque. Así lo interpretó Klopp en su política lógica de cero riesgos. Y no estaba equivocado. Una cabalgada de Mané acabó en un disparo de Milner que rozó el poste. Lloris hizo la estatura. El Tottenham quería, pero no encontraba el antídoto. Ni con la entrada de Lucas Moura se revitalizó el equipo.
El desanimo empezaba a convertirse en un compañero peligroso de viaje. El Tottenham veía trascurrir el paso del tiempo sin ningún argumento que alimentasen la remontada. A falta de diez minutos, un disparo sin fuerza de Moura, con todo a favor, u otro de Son tampoco sirvieron de salvavidas. Quedaba la heroica. Como otras tantas veces. El fútbol no bastaba. Y entró Llorente. Justo después, Allison evitó el tanto de Eriksen en un saque de falta. Y acto seguido, Son no acertó en boca de gol. Era complicado el escorzo. Y en pleno arranque de confianza, el batacazo. Origi, el héroe de las semifinales ante el Barcelona, sentenció, con un preciso remate cruzado, la final de Madrid, cerró así el sexto entorchado europeo de los ‘reds’. La revancha de Kiev, el fin a la maldición perdedora de Klopp (dos Champions League y una UEFA). Madrid coronó al Liverpool como nuevo campeón de Europa.
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