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Smart town

Con lo del 5G que viene la cosa puede ser más dura todavía
ZEN
lunes, 5 de agosto de 2019, 10:08 h (CET)

Hermanos: si hemos sido capaces de regalar nuestra intimidad a las grandes corporaciones de forma gratuita y, a través de nuestros teléfonos móviles y nuestras tarjetas de crédito, nos tienen absolutamente controlados. Si saben perfectamente dónde estamos en cada momento por el geolocalizador que llevamos en el bolsillo. Si saben nuestros gustos de todo tipo. Que dónde vamos a pasar las próximas vacaciones, que qué tipo de ropa es la que nos gusta, incluso a quien es posible que votemos en las próximas elecciones generales (lo de “próximas” lo digo con ironía, no es que sepa nada de lo que pasará en septiembre)

Si con la aplicación faceapp, esa que a los jóvenes los hace viejos y a los mayores nos hace niños, les hemos regalado los datos biométricos de nuestras caras vaya usted a saber a quién. ¡Qué más da ya todo!

Con lo del 5G que viene la cosa puede ser más dura todavía. Porque es una cuestión de velocidad. Tendrán nuestra información casi al momento. Y los algoritmos lo ordenarán todo.

Llegados a este extremo la cuestión es si la administración podría acceder a esa información y crear otros algoritmos que nos hicieran la vida más fácil. Ya puestos.

Por ejemplo, si puede saberse dónde estamos en cada momento, puede regularse mejor el tráfico, y con ello los tiempos de parada en los semáforos y las emisiones contaminantes reducirlas. Para la movilidad urbana este instrumento es oro.

Es lo que se llama para las grandes ciudades smartcity, en cristiano “ciudad inteligente”, pero que también puede aplicarse hoy a los pueblos pequeños, barrios y aldeas. Es el concepto “Smart town” (pueblo inteligente).

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En un mundo que presume de avances sociales, tecnológicos y morales, hay un virus antiguo que sigue latiendo bajo la superficie, “el egoísmo”. No se trata de una simple preferencia por uno mismo, sino de una actitud enquistada que se manifiesta, con demasiada frecuencia, en la avaricia y la indiferencia hacia quienes solo aspiran a algo tan básico como vivir con dignidad.

Muchos se interesan por mi opinión sobre el nuevo papa. Y yo que sé. Un montón de personas, alguno de mi familia, hablan de Robert Frances Prevost como si le conocieran de toda la vida. Ciertamente, estuvo en Málaga durante unos días en mi querido Colegio de los Olivos, lo hizo en función de su cargo dentro de la Orden agustiniana. Anecdóticamente, tengo un ahijado que comió con él en una ocasión. Pues muy bien.

Existen hoy periodistas, si se les puede llamar así, que buscan la conformidad fácil reivindicando un ateísmo moderno y un antitradicionalismo de manual progre, y perdonen, pero no estoy de acuerdo. Es triste que basándose en tópicos y estereotipos que son minoría en muchos sentidos, se pierda el respeto a las tradiciones y a la cultura religiosa, que es mucha.

 
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