Desde hace un par de décadas sostengo que son absolutamente anacrónicos los términos aparecidos en la Revolución Francesa para definir las tendencias sociales: izquierdas o derechas. Durante este tiempo, he defendido que ya no se trata de establecer sociedades socialistas o jerarquizadas, sino que las sociedades se estaban redefiniendo a sí mismas, pudiéndose considerar como progresistas a aquellos que creían tener derecho a todo y los demás también, y como reaccionarios a los que creían que tenían derecho a todo, pero los demás, no.
La constante evolución de la organización social, y aun de la especie, ha dejado incluso obsoleta esta división que proponía, pudiéndose verificar en nuestros días un rompimiento de la especie en dos bandos: SASs (individuos de Servicio A Sí mismos, es decir, ególatras, enfermos de codicia) y SAOs (individuos de Servicio A Otros, es decir, generosos, desprendidos, solidarios, cordiales).
Todos, cuando empezamos a crecer, tenemos en algún momento de nuestra vida la necesidad de reforzar nuestro ego con el respaldo de cierto éxito social, el cual se manifiesta mediante la posesión de bienes. Ser un ganador, ha sido siempre una consigna de un sistema como en el que hemos nacido, basado fundamentalmente en la jerarquía y la codicia. En él se valora a cada individuo por lo que tiene; es, en realidad, lo que tiene, y no importa si estos bienes o esta fortuna la ha conseguido matando, vendiendo armas para que se maten otros, destruyendo vidas, prestando con usura, beneficiándose de la desgracia de otros, creando infiernos o robando a manos llenas. Un sistema ilimitado, pues que no tiene límites, y en el que una mansión no es suficiente, ni lo es un automóvil de gran cilindrada, ni siquiera es lo bastante una cantidad tan exorbitante de millones que son inútiles, porque siempre se quiere más. No hay colmo, no hay techo, no hay cielo.
Algunos, cuando en nuestra juventud alcanzamos a visualizar estos ámbitos de potencia y prepotencia, tuvimos la posibilidad o la determinación de elegir, acaso porque comprendimos que eran horizontes inalcanzables, que jamás podríamos encontrar satisfacción en cualquier clase de alcanzadura que lográramos, y que, por más que fuera muy satisfactorio saber que teníamos cierta cobertura ante potenciales carencias en el futuro, otros males de mayor entidad nos embargarían, quizás restándonos incluso la posibilidad de escapar a esa codicia que se podría convertir en nuestro Dios. Tal es el caso de lo que a día de hoy estamos viendo por todas partes: familias reales que, no teniendo bastante con su superabundancia, no dudan en utilizar cualquier arte para tener más; banqueros que, a pesar de arruinar a millones, quieren más y más para sí; empresarios que para obtener mayores beneficios se aprovechan de la crisis para pagar menos y quedarse con lo de sus empleados; farmacéuticas que para aumentar sus beneficios inoculan males a la sociedad que se palían con sus productos; traficantes de armas que para incrementar sus rendimientos siembran muertes y guerras por doquier; mercenarios de carne, que por vivir bien someten a esclavismo sexual a cualesquiera inocencias…; etcétera.
¿Acaso viven mejor estas personas?... Si lo valoramos por lo que tienen, sí; pero si lo hacemos por lo que son en realidad, no. No importa el medio de vida, uno se acostumbra a lo que sea enseguida, y eso que producía placer o satisfacción en muy poco tiempo ya no lo hace, y entonces necesita una dosis mayor de lo mismo. Es la misma cadena de insatisfacción la que les conduce a incrementar su crimen porque necesitan más, llegándose exactamente adonde estamos, en el que unos pocos, poquísimos, están envenenando el planeta y la sociedad. Todo, hoy, es lucro para estos SASs.
Como contrapartida, los SAOs crecen día a día. No esperan recibir: dan; no esperan cambiar el orden, son el orden; no esperan que nadie los consuele: son el consuelo; visten al desnudo, dan de comer al hambriento, visitan al enfermo, respaldan al desahuciado, protestan por el que no tiene, se mueven, vibran, viven y reparten vida, sonríen y reparten sonrisa, comparten su pan y su espacio y su casa y su corazón: son la sal de la Tierra. Ellos, Juanes Nadie, Juanes Ninguno, son gentes sin nombres que no aspiran a ninguna notoriedad, son la empatía, son la bondad en estado puro, son el músculo cordial —cordialidad significa volver al corazón— de una sociedad que ha perdido el norte. Son el pañuelo para muchos ojos que lloran y los brazos que combaten la tristeza, son los que parten su pan y entregan parte de él, y los que comparten la capa para que su semejante comparta su calor y su frío. Son la esperanza.
La sociedad se ha partido y una mitad vive ajena a la otra como en capas de fluidos que se mueven en direcciones contrarias sin mezclarse. Arriba, está la capa de los intrigantes, los ladrones, los sin escrúpulos que sólo buscan su propio placer, su propio bienestar, la acumulación de riquezas y haberes que, sin embargo, no los proporcionan felicidad alguna, sino enemigos viscerales, porque entre ellos se cosen a puñaladas, no pueden confiar en nadie, no pueden considerar sincero ningún afecto, ya que incluso eso está en compraventa en su orden. Debajo, está la de quienes ni tienen nada que perder ni les importa perderlo, los que consideran a los demás parte propia, los que saben que su felicidad es la del prójimo, los que sienten el dolor de otros en su propio ser y los que consideran que no hay felicidad mientras los demás no sean felices. A estas personas que reparten sus fuerzas apoyando a los que les faltan, a estas personas que incluso se juegan lo que tienen y aun lo que son por los que les falta o sufren, no les es necesario tratar de ser como nadie porque ya son como hay que ser, ni que dirigirse a ningún futuro: son el futuro.
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