No sé quién dijo, con destacable acierto, que el nacionalismo se cura viajando. Yo añadiría que no sólo viajando, sino permaneciendo en alguno de aquellos lugares a los que el azar o nuestra elección nos ha llevado, durante el tiempo que nos permita empaparnos de su esencia. Y para ello es preciso dedicarle tiempo y paciencia; dos virtudes –la dedicación y la paciencia- que si no se alían con el tiempo en su desarrollo, no generan fruto alguno.
¡Ah! El tiempo… En pocas lenguas -desde luego en ninguna de las que conozco- se confunde el paso inexorable de las horas con los vaivenes meteorológicos. Pero en la nuestra de alguna forma se amalgaman. Entre “no tener tiempo para algo” y “hacer buen o mal tiempo” existe un abismo difícil de explicar ¿Cómo es posible que no tengamos “tiempo” para dar un paseo por el bosque si hace tan buen “tiempo”? Incomprensible. Pero así es.
La pasada Semana Santa muchos españoles estuvieron pendientes del tiempo. Los más religiosos y amigos de lo folclórico desearon que la lluvia no les estropeara las procesiones; y quienes ya consideraban superado el invierno (de hecho, lo está) y oteaban un no tan distante verano, confiaban en encontrar un resquicio de sol para tumbarse a la bartola en una playa mediterránea e incluso darse el primer chapuzón del año.
Y ¿cómo enterarse de lo que nos deparan los cielos y los termómetros?.
Hoy cada día más gente acude a Internet: información concreta y fiable, dentro de lo que cabe. Sin embargo, los más clásicos tienen la paciencia de esperar a que se acabe un largísimo, interminable telediario, con los culebrones de Bárcenas, Urdangarín, las herencias de S.M., Chipre, la Merkel y el nuevo Reich, seguido por la secuela de los deportes (fútbol, fútbol sobre todo) para hallar la información meteorológica. Hace muchos años la aportaba un señor calvo de mediana edad, al que llamábamos “el hombre del tiempo”. Ahora, superado un cierto gremialismo de género, hay también muchas “mujeres del tiempo”, lo cual está fenomenal. Pero… (“¡Ah, diantres!”, exclamó el licenciado, “Siempre hay un “pero” ”) El que ha esperado e invertido largo tiempo para escuchar por fin la información sobre ídem, ve cómo la presentadora o presentador nos muestra primero una colección de fotos en las que aparecen bahías y montañas, plazuelas, iglesias y caminos con los más variados meteoros: lluvia, granizo, nieve, tormentas… ¿Es esto la primavera? ¿O es un incordiante epílogo de un invierno que no se quiere ir? Aprovechando el Pisuerga su paso por Valladolid, coge la lluvia y lo inunda. ¡Qué fastidio! Otra foto muestra los rayos que caen sobre el Pirineo y los Picos de Europa “No seré yo quien vaya de excursión montañera con semejante tiempo”, me digo. Y miro atento a la pantalla con la esperanza de que algo mejore. Nada. En Eivissa va a hacer un tiempo casi tan malo como en Girona, Lleida y Terrasa. No te cuento en la costa noroccidental, en las Rías Baixas y A Coruña, envueltas por la bruma. Y hablando de brumas, recuerdo la que envolvió a unos amigos alemanes que regresaban a su patria después de haber pasado unas vacaciones en nuestro país. Enfilaban la carretera hacia la frontera francesa y acabaron cerca de Pamplona. “Iruñea” les jugó una mala pasada porque no figuraba en su mapa. “Hacia Irún, no Iruñea es a donde tienen que ir”, les dijo un paisano en una gasolinera. ¡Qué falta de imaginación! ¡Qué gente tan cuadriculada, estos alemanes!.
Parece que una cierta puerilidad nacionalista invade las noticias del tiempo en televisión. Creo que Euskaltelevista ha creado un mapa meteorológico de un imaginario País Vasco donde figuran las tres provincias más Navarra (Nafarroa, claro) y la zona correspondiente del departamento francés donde esperan implantar la danza del zortzico como asignatura obligatoria. Hasta aquí todo se corresponde con la lógica nacionalista; es decir, a ninguna conocida.
Pero, señoras y señores del tiempo, ¿por qué llamar en España “Eivissa” a Ibiza, “Lleida” a Lérida, “Araba” a Álava…? No me sean paletos. ¿O es que acaso van a mandar a Eire a sus hijos este verano para que aprendan gaélico?.
Viajen un poco más, pero no como maletas. Comprobarán que los irlandeses, tan amantes de su tierra como vascos, gallegos y catalanes, llaman a su país Irlanda y a su capital Dublín, no Áta Cliath.
A este paso comprenderemos por qué Núñez Feijoo afirmó hace poco: “Non sei onde estaba, pero había moita neve”, cuando le preguntaron dónde habían tomado algunas de las fotografías en las que se dejaba ver con un conocido capo de los narcos gallegos.
Seguro que se dejó llevar por el parte meteorológico de Televisión Española.
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