A menudo suelen creer los gobernados que los que mandan son quienes llevan la corona sobre sus cabezas o disponen de la fuerza expedita necesaria para hacer cumplir las leyes; pero esto es una apreciación equivocada. Estas personas tienen el poder aparente y hasta son los que legislan, si bien siempre lo hacen sirviendo —sabiéndolo o ignorándolo—a quienes en verdad son poderosos, y estos, los que de verdad gobiernan el mundo, jamás aparecen en ránquines de ricos, listados de pudientes o revistas financieras o del corazón. Sus objetivos y fines, son muy distintos a los que gobernados y gobernantes pueden siquiera colegir.
En los años de vida que tengo, aunque no sea prácticamente nadie en mi propio país, en su momento llegué a lo más alto. Bueno, no a lo más alto. Digamos que a la suficiente altura como emborracharme “de poder” por la desoxigenación de la atmósfera que había, convertirme en un imbécil profundo…, y renunciar. La criatura en la que me transforme, banal, prepotente y superficial, me desagradó tanto que renuncié a cambio de nada, excepto a querer ser lo que en verdad era. Como digo, no era lo más alto, pero sí lo suficiente como para dirigir sin límite de responsabilidades la vida laboral de un buen número de personas en la microsociedad de algunas empresas. Aquel poder, por cuyo desempeño recibía coches, dinero en abundancia y casas, me pareció que tenía un costo demasiado elevado como para renunciar a mi libertad, mi independencia de conciencia y mis principios. A otros no les parece excesivo este precio, y lo pagan gustoso, vendiendo su alma por un plato de lentejas para sí y los suyos. Cada quien, es cada cual.
No es fácil renunciar a la propiedad ni al dinero, pero puede hacerse. Es nada más que cuestión de prioridades, y cada cual tiene las suyas. Una vez que renuncié a las direcciones de empresas y a codearme con ese orden de personas que me parecían esclavos sujetos a sus amos con cadenas de oro, me reinventé el mundo, me fabriqué mi actividad laboral —la que me da de comer, porque siempre, desde que tengo memoria, he sido escritor, de cual no se come si no es es una criatura del sistema con amos y servidumbres—, y me liberé lo bastante del orden como para tener ocasión de conocer el planeta en el que trasitoriamente habito. Nadie es profeta en su tierra, y, aunque conocía el poder en mi país limitadamente y ya me sobraba con ello, tuve ocasión de conocer el poder en grande en otros países. Lo hice no solamente a niveles de empresas estatales o multinacionales, sino también a nivel político y miliar. He conocido a algunos presidentes y a muchos altos mandos militares de distintos países, y sé cómo funciona de primera mano, porque en esos encuentros se come, se bebe —a veces demasiado—, y es inevitable que en determinadas circunstancias los corazones se abran y surjan las confidencias, o que se sinceren las almas más atormentadas. Las servidumbres que tienen, sus obligaciones, son tan tremendas que algunos, cuando entran en ese círculo del que ya no podrán escapar de ninguna manera, porque al hacerlo han suscrito un pacto de venta de su alma, saben que son esclavos… para siempre.
Desde hace ya bastante tiempo vengo informando —o advirtiendo— a mis lectores que incluso la corrupción está programada y que la crisis es más falsa que una monja meretriz. Nada sucede porque sí, y la casualidad ya sabemos que no existe. Algunos dicen de ella que la casualidad obedece a una ley que no conocemos cómo funciona, y otros creen que es cuestión de azar. A todos estos les invito a reflexionar sobre los propios avances científicos, los cuales aseguran que en todo hay su porqué, incluso sabemos ahora que hasta en nuestro propio ADN hay insertados códigos… inteligentes. El universo mismo es una maquinaria de precisión sublime. Lo que sucede en este caso de las casualidades, es que el verdadero poder mueve los hilos del poder aparente como si fueran títeres, coloca a los demás actores dónde y cómo desea, despierta sus instintos primarios y… ¡voilà!, ya tienen su resultado. Dos titulares de los últimos días: “Suecia cerca de prohibir el dinero en efectivo” y “Francia prohíbe las transacciones en metálico superiores a los 1000 euros”. Quien tenga cerebro para comprender, que lo haga, porque le va mucho en ello.
Lo he dicho hasta la saciedad: No importa que ahora se crean a salvo los que tienen haberes, porque en realidad son tan esclavos como los demás y tan pobres como los que no lo tienen. El dinero en efectivo desaparecerá en breve porque el poder verdadero ha decretado ya que no quiere hombres libres, y para lograrlo ha utilizado hasta la extenuación las herramientas de la corrupción y la economía. Si usted, lector, no tiene propiedades o dineros a causa de estar desempleado o algo de eso, para lograr algún dinero electrónico —que es el único que habrá en poco tiempo—, va a tener que integrarse en el sistema, ser buen chico y pagar sus impuestos como un buen esclavo, si es quiere comer; si usted, lector, tiene haberes obtenidos legalmente, le van a poner enseguida una cadena tal, que ni un céntimo va a escapare al control del poder; y si usted, lector, tiene muchas propiedades y dineros, sean obtenidos legal o ilegalmente, le van a servir de bien poco, porque le queda muy poquito no solamente para ser absolutamente controlado, sino para igualarse a los demás, con la única diferencia que como les trató a patadas a sus semejantes, a lo mejor no es tan bien recibido en la masa de esclavos. Alea jacta est.
Sin embargo, ese no es el final de la aventura, ni mucho menos. Como decía, he tratado con personas supuestamente muy poderosas de algunos países, y sus grados de colaboración con las maniobras del poder verdadero tenían muy distintos grados de implicación. Los hay que no se enteran de qué va la cosa, y solamente trapichean con el poder, sirviendo sin saberlo a ese interés de los poderes verdaderos. La técnica habitual de negociación con los poderes de cualquier parte del mundo, es el comercio… de voluntades. Se arreglan leyes, se ajustan intereses, se abonan comisiones, se pagan fortunas en paraísos fiscales, se asignan con trampas los contratos…, etcétera. Nada es limpio en los ámbitos de poder aparente, nada es inocuo y, mucho menos, nada es honrado. La diferencia entre un gobierno y otro de nuestro sistema, es que unos saben que sirven a quienes sirven y obedecen, y los otros ignoran que lo están haciendo. Incluso el mismo hecho de que los de derechas favorezcan a sus empresas de derechas e intereses personales o generales de derechas, y los de izquierdas a los suyos, también forma parte del programa. Polarización, lo llaman. Ni siquiera entre potencias aparentemente contrarias hay tal enfrentamiento, porque son las “analogías de los contrarios”, o, dicho de otra forma, los dos brazos de la bestia. Fíjense en sus anagramas y símbolos, y apreciarán mucho más que coincidencias, aunque parezca que pertenecen a culturas radicalmente distintas o incluso enfrentadas. En cualquier caso, aunque llegaran a la guerra, quienes morirían en ella, serían las manadas de esclavos, pero jamás los lobos… o los perros pastores.
En fin, que el dinero se acaba, y con él la libertad. Para comprar o vender, para comer siquiera, tendrá que tener un número electrónico, una marca de la bestia. Esto ya es un hecho que está por consolidarse, y como dije en mi artículo anterior, no tardará mucho. A partir de ahí, el empobrecimiento de los que tienen, será cuestión de tiempo nada más. Cierto que ahora con un simple porque sí pueden los poderes aparentes hacer una “quita” a lo bruto como en Argentina con el corralito, o a lo dulce, como con el corralito chipriota; pero eso, como digo es el principio. Quien no pertenezca al sistema con grado de… sacerdote, por decirlo de alguna manera, está listo.
No se deje engañar con la corrupción, porque es una herramienta ideada para producir la alarma y el revuelo social necesarios que justifiquen la implantación del sistema. Ni se deje engañar por esa crisis que, a día de hoy, nadie ha sabido explicar, por más que se hayan dado millones de explicaciones para justificarla. Haga números, no es difícil, y verá cómo no cuadran: sume el endeudamiento de los países y dígase cuántas hipotecas impagadas representa eso y si ha sido posible que tal cosa descabellada sucediera. Mejor haría por preocuparse por lo importante, que son esas leyes que están cortando las intendencias de cada persona y cada familia, la eliminación y control del dinero. No les funcionó con las bandas magnéticas de los billetes —aunque funcionan—, ni con los perros entrenados para detectar dinero —aunque les sirven—, ni parece que vaya tener posibilidades su ensayo con el bit-coin —que como experiencia les es muy útil—, sino que al final tirarán por el chip insertado, ya sea con medidas antropométricas o ya sea con toda la información que, hoy por hoy, tienen de cada persona del planeta.
Su vida, lector, después de todo, está hoy en unos cuantos bits, desde el uso de su tarjeta de crédito a su asistencia médica o sus contribuciones a la Hacienda, pasando por sus gustos culturales cuando usa Internet. Todo queda registrado en su carpetita. Cuando se imponga esa medida que según los expertos más independientes está ya al caer, no solamente habrá muerto la libertad oficialmente, sino que abjurará ya en vano de todo esto llamado progreso. Tenga mucho cuidado con lo que aplaude, porque puede ser que ese atentado brutal tenga el objetivo que arrebatarle sus libertades ciudadanas con la excusa de la seguridad, y que esas medidas anticorrupción o anticrisis combatidas con la eliminación del dinero, pretendan controlarle hasta en que come… o siquiera come o no. Usted mismo. La política, créamelo, no es ni mucho menos lo que parece. La naturaleza del poder no es mandar, sino servir. La cuestión final es a quién sirve. Una cuestión nada difícil de responder para quien está atento y trata de comprender el problema con perspectiva.
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