Estos últimos días se ha oído hablar más que nunca de Eduardo Madina. Su nombre empieza a sonar con fuerza para disputar la cabeza del PSOE a Rubalcaba, Chacón o quien se ponga por delante. Es un tipo desgarbado, con cara de empollón y adornado de una juventud que lo posiciona en un lugar de privilegio a la hora de emprender la carrera hacia el liderazgo socialista. Y todo ello sin que el interesado se haya colocado aún en la línea de salida. Al parecer, la discreción es otra de las virtudes que atesora.
El nombre de Madina salió por primera vez a la palestra hace ya una década. Fue a consecuencia de un penoso acontecimiento: el atentado del que fue objeto cuando todavía era un simple militante socialista sin cargo público. Una cobarde bomba lapa voló los bajos de su coche y, con ellos, la pierna izquierda del joven vizcaíno. Sus padres entraron en una profunda depresión, lo que desencadenó el fallecimiento de la madre cuando todavía no se había cumplido un año del feroz atentado. Es por ello que las recientes declaraciones de cierto periodista, afirmando que Madina "simpatiza más con ETA que con el PP", tienen el mismo valor que una moneda de cartón. No obstante, la mezquina y falaz afirmación del periodista tiene su origen, que no su justificación, en la actitud que el propio Madina ha venido manteniendo en relación con el terrorismo etarra y su entorno en los últimos años.
En efecto, Madina fue uno de los más conspicuos defenseros del "proceso de paz" emprendido por el infame Rodríguez Zapatero en su primera legislatura. Y también lo es de la reedición que de dicho proceso vivimos desde la tan famosa y cacareada declaración de "cese definitivo de la violencia" realizada por la organización terrorista en el otoño de 2011. Que una persona que ha sentido el zarpazo de la barbarie terrorista en sus propias carnes -y en este caso hablamos, lamentablemente, con total literalidad- mantenga una actitud constructiva, en las antípodas de la venganza, con respecto a los que intentaron darle muerte, parece resultar digno de elogio. Similar ha sido la postura adoptada por el periodista Gorka Landaburu, quien perdió varios dedos de las manos gracias al paquete bomba que los terroristas tuvieron el detalle de enviarle a su propio domicilio. Fue un año antes del atentado de Madina.
A ambos se les puede reconocer el que hayan puesto en práctica una de las más elevadas virtudes cristianas: el perdón. En cualquier caso, que ellos sean capaces de mantener tal actitud no les faculta para dar lecciones de ningún tipo al resto de víctimas del terrorismo, las cuales, en su inmensa mayoría, ni olvidan ni perdonan a aquellos que les amenazaron, persiguieron, acosaron, secuestraron, mutilaron o -en los peores casos- arrebataron a sus seres más queridos. Y es que estas víctimas lo que exigen no es venganza sino justicia. Por ello, en un estado democrático y de derecho como el que nos asiste, lo preceptivo es satisfacer la demanda de justicia de estos últimos y no dar pábulo al borrón y cuenta nueva que propugnan otros.
Además, siempre he pensado que la actitud mantenida por Madina y Landaburu ha estado especialmente condicionada por sus férreas convicciones ideológicas. Tanto el uno como el otro se reconocen profundamente socialistas, lo que me lleva a sospechar que su reacción no hubiese sido exactamente la misma si quienes les atacaron y mutilaron hubieran resultado ser salvajes de la extrema derecha española y no de la extrema izquierda independentista. ¿Hablarían entonces, con tanto entusiasmo como ahora, de "construir la paz entre todos" o exigirían, con total firmeza y determinación, que los culpables de sus desgracias cumpliesen íntegramente sus penas? ¿Abogarían por ceder en algunas de las reivindicaciones de sus agresores, como hoy hacen, o, por el contrario, se negarían en redondo al chantaje de los violentos? Me temo que en casos como éstos los prejuicios ideológicos terminan pesando más que la coherencia y el deseo de justicia.
|