Inexplicable o un fenómeno de la naturaleza. “No sé cómo ha recuperado la forma y su juego tan rápidamente y después de una inactividad tan larga”, se preguntó todo un ilustre de la raqueta como Manolo Santana. Está en lo cierto. Rafa Nadal o es un caso a estudiar por científicos o es un fenómeno de la naturaleza, cuyo talento está por encima de todos los problemas. El balear, después de siete meses de convalecencia, conquistó su quinto trofeo de este curso (más que cualquier otro tenista), el segundo de los tres Masters 1.000 de esta temporada (en el otro, fue subcampeón). No sólo eso. Lo hizo con un juego colosal, y tras deshacerse, en una hora y once minutos de juego, del suizo Wawrinka (2-6 y 4-6). De esta manera, tras morder otro trofeo, su tercer Mutua Madrid Open ( ganó en 2005 y 2010), alcanza a Thomas Muster con 40 títulos sobre arcilla y prosigue con su récord de victorias absolutas en Masters 1.000. Ya lleva 23 y sólo cuenta con 26 primaveras.
Rafa Nadal celebra un punto durante su partido contra Wawrinka. |
La semana de Rafa Nadal en Madrid ha sido más que fantástica. Podría decirse que es inolvidable. “Quizás esta victoria es especial, después de una temporada complicada", señaló Rafa Nadal tras recoger su tercer Mutua Madrid Open. “He conseguido jugar a un nivel muy alto, y ayudado por este público se hace más fácil", reconoció mientras recibió su enésima ovación de la tarde. Era un botón más de la comunión entre Madrid y Rafa Nadal durante todos estos días. Ésta vez, la pista central de la Caja Mágica, la Manolo Santana, sí puso el cartel de no hay entradas.
Wawrinka, sin molestar
Sucedió así porque se esperaba un final apoteósico a una semana de tenis de verdad, y máxime cuando hace doce meses, el ídolo Rafa Nadal se marchó a las primeras de cambio. Había ganas de ver a Nadal y de presenciar su triunfo. Quizá no se esperaba tan abrumador, pero Nadal, como reconoció en la previa, cuando sale a una pista sale a ganar y a competir. A jugar de forma intensa sus partidos. A mostrarse agreviso y preciso. A desplegar todos sus recursos. Y lo hizo. No se guardó nada en su raqueta. En treinta y tres minutos de juego, el balear hizo entender a Wawrinka (0 de 9 en sus duelos con Nadal) que nada o poco tenía que hacer en esta final. Lo pasó por encima. Sólo le permitió entablar un discurso durante el primer juego, el cual terminó con el primer break de Rafa Nadal. Entonces, el suizo (11 errores no forzados por sólo 5 de Nadal) se fue desentiendo del encuentro, como si no quisiera molestar en la fiesta entre el público madrileño (coreó cualquier acción de Rafa Nadal) y el número cinco del mundo (si ganara en Roma, superaría a Ferrer, actual número cuatro de la ATP).
Bien es cierto, y en descarga de Wawrinka, que Rafa Nadal no sólo estaba sacando seguro y contudente, sino que su derecha estaba borrando todas las líneas. Lógicamente, cuando enfrente está una máquina de hacer tenis tan perfecto es complicado estar a la altura. Y eso que Wawrinka buscó soluciones, pero ni siquiera encontró dar con el antídoto, ni con su revés, mostrado a cuentagotas; quizá atenazado por el respeto al ambiente y cansado tras sus remontadas agónicas ante Tsonga y Berdych. Durante el segundo set, el suizo se mantuvo a flote hasta el séptimo juego, cuando Rafa Nadal firmó el break, ese tanto que cerraba, por si no estaba ya cerrado desde el primer juego, una final, que daba el cuadragésimo trofeo sobre tierra al mejor tenista de la historia sobre esta superficie. Nadal ya era Nadal III de Madrid.
|