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Etiquetas | Franquismo

“Los franquistas maquinaron una sociedad sometida, sumisa y callada”

Entrevista con Miquel Izard, profesor de historia y experto en el periodo de la España franquista
Johari Gautier Carmona
miércoles, 29 de mayo de 2013, 08:24 h (CET)
Tras la publicación del ensayo “Entre la ira, la inquietud y el pánico” (Plataforma Editorial, 2013), uno de los estudios más extensos sobre el éxodo que marcó el fin de la guerra civil española, entrevistamos a su autor, Miquel Izard, profesor de historia y experto en el periodo de la España franquista.

Con él (re)descubrimos uno de los momentos más críticos y deplorables de un conflicto que evidenció la debilidad de las democracias europeas y abrió las puertas a la guerra más repudiable de todos los tiempos.

En el actual periodo de crisis que atraviesa España, y frente a esos fantasmas y divisiones que resurgen con un redoblado ánimo, investigaciones como éstas invitan a repensar el futuro y recurrir a la memoria como un guía natural.

La retirada o el éxodo masivo que usted describe en su obra sigue siendo un aspecto muy desconocido de la Guerra Civil española. ¿Por qué motivo?
La que llamo Historia Oficial o Sagrada sólo se ocupa de figurones y de sus grandiosos y gloriosos aconteceres, mientras ningunean o menosprecian lo que ocurre a la inmensa mayoría y más todavía a mujeres, ancianos o niños. De principios de 1939, la Historia oficial pormenoriza el avance del ejército franquista, el retroceso del republicano y concluye con la ocupación de Barcelona, el 26 de enero. Por cierto, la Historia Sagrada de cualquier país es casi exclusivamente la de su capital. Y esta Historia Sagrada no menciona al medio millón de personas que huyeron, la mayoría a pie y en muy adversas condiciones climáticas hacia la frontera, aterrorizadas porque sabían lo que les esperaba de caer en manos de los militares alzados y de su avanzadilla de asesinos y violadores marroquíes o fascistas (los sicarios de Falange tuvieron un rol muy destacado provocando el pánico con sus desmanes). Buena prueba de la insania de los agresores es que bombardearon y ametrallaron, desde el aire y sin piedad alguna a los fugitivos causando cientos de muertos y miles de heridos.

¿Cómo surgió la idea de esta investigación?
Empezando una nueva pesquisa sobre las canalladas que padecieron mujeres y chiquillos en las primeras décadas de la dictadura hallé referencias indirectas a dicha retirada y caí en la cuenta de que no había una obra de conjunto sobre un tema tan relevante y estremecedor. Enhebrada la aguja tuve la suerte de que, como de costumbre, se cumpliera la fábula del cesto de cerezas, unas memorias aludían a un congreso, sus actas a una monografía y así sin parar.

Para iniciar su obra, se apoya en sus investigaciones anteriores que presentan una España necesitada de reformas sociales pero plagadas de divisiones en su bando izquierdo (que no cesaron de incrementarse durante la guerra civil). ¿Existió realmente un frente popular y cuáles fueron las causas que precipitaron su desestructuración?
Debo enfatizar en primer lugar que mi versión de los acontecimientos, basada en considerable cantidad de fuentes y bibliografía, es personal y discutible, no existe jamás de ningún episodio una interpretación cerrada y definitiva.

Frente al dictamen de quienes sostienen que España, en lo económico o social, era similar a la Europa central coetánea, diría que aquélla, iniciando el siglo XX, se parecía al México del Porfiriato por citar un estado latinoamericano: peso abrumador de la agricultura, pero buena parte de la población hambreando; campesinos andaluces sometidos a condiciones serviles parejas a las de Morelos; yacimiento de Río Tinto similar a El Boleo, Baja California, ambos propiedad de la misma multinacional e igual explotación de los mineros; así como imperio y potestad eclesiástico, policial, judicial y militar. España era un anacronismo político-socio-cultural cuando el mundo era zarandeado por la crisis económica y sus secuelas, el recurso al fascismo quizás la peor. Porfío, la burguesía catalana para enfrentar los reclamos de sus obreros recurrió a bandas de pistoleros asesinos, los terratenientes andaluces o extremeños trataban a los jornaleros como esclavos, sin derecho alguno.


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En 1931 grupos de intelectuales y burgueses buscando acabar con un sistema inoperante, decrépito y vetusto, lograron convertir unas elecciones municipales en referendo y el rey tuvo que abandonar el trono. Si los dirigentes republicanos sólo sugerían modernizar un país tan atrasado, persistieron las viejas estructuras coercitivas y productivas, mientras las clases populares de muchas regiones buscaban lograr su anhelo de construir una sociedad equitativa, libre y solidaria, basada en unos valores antagónicos a los capitalistas que habían evidenciado su obsolescencia desde el crac de 1929. Entre 1931 y 1936 no cesaron los enfrentamientos entre estos tres grupos, pero las elecciones de febrero del 36 dieron la victoria a una alianza entre liberales y socialistas y, ante el riesgo de perder el viejo control sobre tantos mecanismos despóticos, los retrógradas empujaron al ejército a otro pronunciamiento que, al fracasar en buena parte del país, trajo el estallido revolucionario que pretendían evitar.

De 1936 a 1939 España fue escenario de una muy compleja contienda en la que se enfrentaron los alzados –insisto militares, clérigos y oligarcas, con la ayuda decisiva de nazis alemanes y fascistas italianos- con los leales, grupo variopinto que abarcaba desde meros parlamentarios hasta libertarios. Bien pronto Stalin participó en la refriega cebando un antes inoperante Partido Comunista que en realidad defendía los intereses de la URSS en un debate a escala mundial. Al principio dirigió un proyecto conservador, al parecer para no alarmar a los países capitalistas, mucho más tarde, cuando Moscú urdía su contubernio con Berlín, abandonó a la República a su suerte; habiendo eliminado durante la etapa a los que, abundo, proponían alternativas drásticas y profundas, atropello del que Orwell fue testigo de excepción.

Lamento que en la mayoría de ámbitos académicos sigan vigentes dos variantes de la Historia oficial, franquista y comunista, similares a muchos niveles.

Su investigación describe las últimas semanas de un conflicto aterrador, donde los ánimos han desaparecido en el bando republicano y donde en el otro se afirma la necesidad de marcar un fin triunfal. ¿Qué le suscita esta imagen?
Desde hace meses estoy enhebrando una nueva pesquisa enfatizando que la vesania franquista (asesinatos sin razón alguna para sembrar el pánico, violaciones para quebrar el elemento crucial de la transmisión cultural, robos y saqueos, torturas y vejaciones) fue mera reiteración de la perpetrada por los castellanos en Canarias, en América desde 1492 o España contra patriotas cubanos o magrebís.

Hubo también violencia en la España republicana, mucho menor, durante menos tiempo, consecuencia la mayoría de viejas rencillas familiares, de antiguos excesos de patronos o capataces –recordemos, persevero en ello, la vieja y despiadada saña patronal- o de atropellos y desmanes de tanto prepotente. Ahora que se están destapando casos de curas pederastas, me pregunto –y nunca lo sabré- cuantos párrocos extrañamente asesinados lo fueron por monaguillos víctimas de abusos.

La guerra que la Historia sagrada insiste en llamar de la independencia, empezando el siglo XIX, fue también encarnizada y sanguinaria, basta recordar grabados de Goya, pero las crónicas la describen como gesta popular y olvidan describir tantas atrocidades.

Su libro recoge numerosos y valiosos testimonios de personas que vivieron el éxodo de 1939 en primera persona. ¿Cómo y de dónde logró obtener tanta información?
Como dije al principio, como con las cerezas, unas obras llevaban a otras. He tenido la inmensa suerte de pasar todas las mañanas, desde mi jubilación, en la biblioteca del Pavelló de la República, tener a mano la inmensa mayoría de publicaciones referidas me facilitó mucho la tarea.

De todos esos aspectos que permiten entender esa marea humana –la miseria de las familias, la resignación y el miedo de los soldados y trabajadores en plena huida–, ¿qué es lo que más le impacta?
Fue uno de los mayores y más impresionantes éxodos de la época contemporánea, lo que más me conmovió fue cuánto sufrieron los más vulnerables, y a la vez inocentes, niños, abuelos, hembras o heridos, huyendo en las peores condiciones imaginables mientras políticos, oficiales o dirigentes lo hacían cómodamente motorizados y documentados.

Pero me parece más desolador y deplorable que esta enorme catástrofe haya permanecido en el olvido durante tanto, demasiado, tiempo.

Desde el punto de vista europeo, ¿cómo ve la decisión del jefe de gobierno francés, Daladier, de cerrar la frontera en un momento de máximo peligro para la población civil española?

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El gobierno francés, prototipo del sistema capitalista, proclama fundarse en la defensa de la libertad, la igualdad y la fraternidad. Quedó en evidencia que era sólo un embeleco, pura propaganda. Se trató al pueblo español como se había tratado al de Argelia, para citar un sólo caso, en la agresión al norte de África cien años antes.

Nos presenta un éxodo estremecedor donde cunda el pánico y no todo el mundo tiene garantías de cruzar la frontera. ¿Qué sucedió con los que tuvieron que quedarse en España? ¿Cómo fueron los primeros meses de la España franquista?
Ya lo dije y lo repito, los franquistas, admiradores de los Reyes bien llamados Católicos, maquinaron una sociedad sometida, sumisa y callada, iglesia, policía y milicia, revivieron la Inquisición y la Santa Hermandad e impusieron su orden, sin piedad ni perdón, para implantar el terror. Y añado dos peculiaridades: la mayoría de quienes podían considerarse culpables de las normas que se inventaron los alzados huyeron y se hostigó a muchos sin motivo alguno y, vuelvo sobre ello, chiquillos y mujeres fueron de los grupos más vejados, los primeros mediante la escuela, las segundas, víctimas de un brutal retroceso, esencialmente, si recordamos cuantos logros se habían auto concedido ellas mismas durante la etapa revolucionaria.

La Nueva España fue asesina, carcelaria, esclavista, integrista, totalitaria, miserable, oscurantista, intolerante, cutre, misógina, hipócrita, mentirosa corrupta y corruptora.

Se dice muchas veces que la guerra civil española fue un ensayo para la Segunda Guerra Mundial iniciada en septiembre de 1939. Sin embargo, también hubo otros episodios claves como la anexión de los Sudetes de Checoslovaquia o Austria. ¿Qué opina al respecto?
Me malicio que la diferencia es cardinal: en la II Guerra Mundial se enfrentaron distintas opciones de capitalismo, liberal, facha y de estado, tanteando una salida a la crisis. La amalgama hispana, cavernícola, castrense, clerical, castrense, latifundista o financiera, recurrió a toda la parafernalia punitiva, empezando por una guerra, para mantener sus prerrogativas y seguir imponiendo sus dogmas.

En este momento en el que la democracia española padece una grave crisis sistémica, ¿Cree que los sucesos que describe en su libro pueden ayudar a evitar ciertos errores?
En primer lugar, tendría por incorrecto llamar democracia al modelo que rige en la actualidad en España, quizás es más justo hablar de parlamentarismo y, desde que gobierna de nuevo el PP, capaz podría calificarse de parlamentarismo neofranquista.

En segundo lugar, somos muchos los que pensamos que la crisis, sin duda no sólo española, afecta tanto a nivel económico, como en el social, cultural o político. Desastre ecológico, hambre y despilfarro, desigualdades en aumento, protagonismo creciente de actividades mafiosas y gansteriles o desmedido quebranto de principios éticos universales evidencian que el liberalismo ya entró en caída libre. Quizá la enmienda no esté en el futuro –el fiasco comunista ha sido total- sino en el ayer. Tal vez se podrían repensar las experiencias zapatistas de Morelos o el corto verano de la anarquía que dijo Enzensberger.

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