Iba con resquemor, lo reconozco. Con la ceja inestable y el
ceño encogido. El arte “moderno”, aún cuando ya por longevidad casi ha
desgastado su nombre, no ha dejado nunca de provocarme una segregación
espontánea de bilis. Mala leche inevitable cuando ante las mejores obras de
arte se tiene la osadía de colocar un lienzo monocromo, mono-estúpido, como si
ambos compitieran en el mismo peldaño de la manifestación artística humana.
Pero si alguien podía escarbar en mi cerebro desconfiado era
la feria ARCO de Madrid, la más grande que se celebra por estos lares, y la
última oportunidad de reconciliarme con un movimiento a menudo prepotente y
oportunista. En el IFEMA se dieron cita más de doscientas galerías en una
gigantesca acumulación de ideas y trabajos, un auténtico mercadillo de colores
que peleaban por destacar ante la marea de gente que continuamente se acercaba
al recinto.
Me gustó. Sí, me gustó mucho. Por calidad, por variedad y
por lógica posicional. El arte contemporáneo, modernista o “esas cosas raras
que compran los dementes” se hace terriblemente fuerte en grupo. Como una
manada donde el individuo carece de fuerza pero el conjunto es inexpugnable. En
ARCO se disfruta, se descubre, se critica, se apasiona y se decepciona a un
ritmo elevadísimo.
¿Impacto o derroche? (RCH)
No puedo mencionar obras, autores o incluso galerías. No
merece la pena, pues si por algo puede caracterizarse este tipo de exposiciones
es por el derecho democrático a decidir qué te gusta y qué no. En Madrid, allí
todas juntas, el invento cobraba sentido. Cientos de demostraciones de
inspiraciones súbitas o trabajos enormemente elaborados. Bajo la premisa del
todo vale, el enfoque de arte compulsivo se transformaba en una bonita aula de
análisis humano, del disfrutar por disfrutar con ideas fantásticas y estúpidas.
En su espacio, ganan mucho. Es una pena que sigan
promocionándose bajo una capa pegajosa de trivialidad y elitismo. Si lo primero
que nos dicen es que el agujero de la fotografía de al lado se vendió por cien
mil euros (los planos de construcción) la indignación del ser humano medio
sobrepasa el límite sin acabar el titular.
¿Alguna vez lo habías pensado? (RCH)
Y no es menos cierto que muchas obras no son más que ideas
infantiles o adolescentes que personas con cierta capacidad económica pueden
mostrar en una feria. ¿Es arte? Sí. ¿Se pueden pagar cantidades carentes de
sentido y que ofenden socialmente? Sí. ¿Lo pongo al lado de un Bernini?
Apártate de mi lado.
Es brillante y reconfortante la capacidad humana de
asombrarse ante cualquier objeto. Lo veo como un claro paso adelante en nuestro
camino por comprender el mundo. Si sabemos qué es cada cosa, aprenderemos a
disfrutar de todas ellas. He invertido muchísimas más horas de placer
escuchando grupos
indie de cinco
acordes que a Mozart o Vivaldi. ¿Soy despreciable por ello? Es posible. Y no me
importa. Porque sé qué es cada uno.
El viaje al IFEMA es una experiencia más que recomendable.
Tanto si te quedas mirando con los ojos abiertos un filete sangrando en el
súper como si tu mente está bloqueada ante los cambios. Pero me disgusta
encontrarme ante un fenómeno de clara base popular que ha preferido apartarse
del pueblo. Si el arte contemporáneo consigue transmitir a todo el mundo su
lado desenfadado, su vitalidad aleatoria y no su verborrea onanista tendrá
mucho más recorrido y respeto entre aquellos que no bucean en su piscina
privada. Aunque visto lo visto, seguramente no necesite ni lo uno, ni lo otro.
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