“Quiénes hacen imposible una revolución pacífica, harán que una revolución violenta sea inevitable”, estas son las palabras que John F. Kennedy pronunció en 1962 y que se pueden aplicar a movimientos sociales que sacuden medio mundo estos días. Pacíficas es como comenzaron también las protestas en Hong Kong. De la primera ya van casi cuatro meses. El pasado 9 de junio, 1 millón de personas se echaban a las calles de la región autónoma para protestar por el proyecto de la ley de extradición. Una norma impulsada por la jefa del gobierno hongkonés Carrie Lam y que de haberse aprobado hubiese permitido el traslado de cualquier sospechoso en Hong Kong a China continental para someterse a su sistema judicial.
La primera protesta poco hacía presagiar lo que vendría después. Millones de personas marchaban entonces de manera pacífica: sin desperfectos, ni cócteles molotov ni enfrentamientos con la policía. Franckie, uno de los asistentes, decía entonces: “Los manifestantes han aprendido de la revolución de los paraguas. Ahora evitan cualquier gesto de violencia o situaciones que puedan llevar a detenciones”. Cuatro meses después su discurso ha dado un giro de 360 grados. “No hay salida a esta crisis. Hemos hecho todo lo posible para que el gobierno nos escuchase pacíficamente durante meses, pero no ha habido repuesta alguna. Carrie Lam no ha dado la cara en todo este tiempo y cuando finalmente lo ha hecho retirando el proyecto de ley ya era demasiado tarde”, dice Franckie después de semanas en las calles.
Más de 1500 arrestos, 2000 rondas de gas pimienta, incontables cargas policiales y dos jóvenes heridos por disparos de la policía hace que muchos ciudadanos se pregunten cómo se ha podido llegar hasta aquí. “Indiferencia y ausencia absoluta de diálogo. Los ciudadanos han salido a las calles para decirle claramente al gobierno que no estaban de acuerdo con lo que estaban haciendo. En lugar, de tomar cartas en el asunto no han hecho absolutamente nada. Ahora se quejan de que los jóvenes estén tirando cócteles molotov en las calles pero yo me pregunto qué han hecho los adultos para evitarlo”, dice Kellie una directora comercial de 40 años.
Los jóvenes manifestantes se están radicalizando y sus acciones se vuelven cada vez más violentas. Bajo el eslogan “Hong Kong se rebela” cada fin de semana salen a las calles para enfrentarse a la policía y destrozar lo que se ha convertido en sus principales objetivos: negocios vinculados a China o estaciones del metro al que acusan de ser cómplice de la redada de la policía el 31 de agosto. La fecha y las imágenes de violencia sin precedentes todavía siguen en la mente de muchos manifestantes. “Nunca olvidaremos esa noche. No daremos un paso atrás, aunque nos cueste la vida para lograr la democracia”, dice Rita una joven universitaria con una llave inglesa en la mano, el rostro tapado y unas gafas que cubren su rosto dejando un centímetro de piel visible. Como Rita hay cientos de jóvenes a su alrededor llevan ladrillos, barras de hierro y destrozan con ira todo lo que huele a gubernamental.
La falta de una salida política es lo que preocupa a muchos. Las protestas de Hong Kong carecen de un rostro visible. “No tenemos un líder, ni queremos tenerlo. Así es mucho más difícil desmontar este movimiento”, dice Alan al terminar de montar una barricada. Los manifestantes claman que se cumplan sus cinco peticiones, una de ellas ya la han logrado: la cancelación de la ley de extradición, pero todavía quedan cuatro. La dimisión de Carrie Lam, una comisión independiente que investigue la actuación policial, amnistía para los arrestados y el sufragio universal.
En lugar de satisfacer alguna de estas demandas el gobierno ha optado por todo lo contrario. Carrie Lam anunciaba este pasado viernes la prohibición de llevar máscaras en las manifestaciones, lo hacía apelando al acta de emergencia. Una norma de la época colonial que no se utilizaba desde hacía más de cincuenta años. Bajo esta ley el gobierno podría recortar, entre otras, la libertad de expresión y realizar arrestos y detenciones sin necesidad de tener que pasar por el Parlamento.
El viraje autoritario de la jefa del ejecutivo ha desatado de nuevo la ira en las calles de Hong Kong. ¨Esta ley es una provocación. Me da miedo que el gobierno use la ley para recortar nuestras libertades. Si eso ocurriese el modelo, un país dos sistemas habría muerto¨, dice una joven de 26 años que trabaja de investigadora en la universidad. Las próximas semanas serán decisivas para conocer el rumbo que tomarán las manifestaciones de Hong Kong. El 24 de noviembre, fecha de las elecciones locales, podrían desatar una vez más el caos si el gobierno finalmente opta por prohibir, como ha hecho en años anteriores, algunas de las candidaturas que abogan por la independencia de Hong Kong.
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