¿Cómo es posible que desaparezcan más de media docena de novilladas y prácticamente las mismas corridas de toros en los últimos siete años en la temporada sevillana y nadie levante la voz? Si no fueran rentables el problema sería en todo caso de los empresarios que regentan la plaza y no de la afición que siempre suele pagar los platos rotos con una lenta agonía de reducción de festejos y unos precios virulentos en los tendidos. ¿De donde van a salir los futuros novilleros si Sevilla y Madrid si no les abren de par en par sus puertas? ¿De donde van a salir los toreros del mañana si dejamos de celebrar las corridas con toreros modestos que son en definitiva quienes revindicarán y se alzarán sobre la fiesta en el futuro?.
Adiós a corridas tan señeras como en su día lo fueron las del Corpus, Virgen de los Reyes o Hispanidad. Esto sería inadmisible e imposible de imaginar con otros nombres y apellidos en la misma plaza maestrante. Claro que también son otros tiempos me dirían de inmediato, pero la fiesta es prácticamente la misma y solo tiene una fuente que ahora parece estar al borde de la agonía. Después de más de veinte años dedicado en cuerpo y alma a la información taurina, máxime tras conocer al grueso del toreo y la profesión, llego a pensar que los mayores antitaurinos de los que padece la fiesta son precisamente los propios taurinos que se sirven de ella dejando a una lado su faceta de aficionados, si es que algún día lo fueron.
A ellos les culpo y a la maldita bendición otorgada por una institución que hace tiempo parece mirar a otro lado cuando por principios y mandamientos internos debería ser la primera en reclamarlo y exigirlo en pro de salvaguardar una afición que poco a poco se desangra en su ciudad de Sevilla.
Parece que de la fiesta ya solo cabe hablar de rentabilidades económicas y me atrevería a decir que también políticas en contra de todo lo que hace tiempo la hizo grande y dio sentido. Entonces se esmeraba en cuidar una promoción bien gestionada y una inversión tomada a tiempo, para lograr levantar maestros para la historia y catedrales del toreo en cada gran ciudad de España donde el aficionado se agolpaba en masa. Hoy los que tenemos el privilegio de viajar por las grandes ferias nos parecen ahora todas estas plazas víctimas de un escarnio empresarial. Aquellos teatros del toreo son ahora ínsulas a la deriva injustamente tratados por la “inevitable” reducción de festejos a favor de una mini feria que elimine el tratamiento de temporada, palabra tabú para el “buen” empresario de nuestro tiempo.
Este año Perera se revindica por San Miguel con dos faenas macizas. Un San Miguel por otro lado que empieza y termina en él, pues la cabaña brava ya se encargó de eliminar cualquier atisbo esperanza en el ruedo. Juan Pedro Domecq lidió el mejor toro y la peor corrida en Sevilla, así es la vida. El Juli ya lo hizo todo el Domingo de Resurrección con permiso de la verónica inconmensurable de Morante y la completísima corrida de Miura, la mejor lidiada hasta el momento en la Maestranza a lo largo de su extensa y basta historia.
Me reitero en mis propias convicciones aquí expresadas: si esto no cambia pronto llegará el día en el que ya todo le sea rentable a los organizadores. Lo trágico vendrá cuando éstos al siguiente amanecer se asomen a la fuente del toreo y ésta acabe por secarse por completo sin opción a regar la fiesta ni un día más. Habremos firmados entre todos el parte de defunción: muerte en la soledad, abandonada y traicionada por todos los que más se beneficiaron. No deseo maliterpretaciones la fiesta sigue y seguirá siempre pero el teatro y sus públicos serán distintos, miren a Ronda conservada y reducida a un par de festejos mayores, a eso vamos…
Si es cierto, que todos los que entramos por algún motivo en la fiesta, la amamos y la castigamos cuando procede, no deberíamos de confundir de quienes se sirven sin servir primero. Es éste el primer mandamiento del fin del arte, un arte que se puede camuflar de ventajista y ruin cuando se obra con esta conciencia despojándola de cualquier auxilio. Nunca me perdonaría abandonarla bajo el amparo oportunista empresarial, todo lo que hice no solo me costó el dinero, el tiempo y la incomprensión de los que me rodeaban, sino que lo hice con todo orgullo y sacrificio necesario para sentirme siempre aficionado antes que nada, una raza como ven en peligro de extinción aunque su veneno nunca se acabe de perderse del todo a pesar de los taurinos. Ahora y solo ahora empiezo a entender a los grandes aficionados que un día se vistieron de desertores.
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