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He vuelto a florecer como un viejo olivo

Casi dos años después escribo sentimientos antes no experimentados, no recordaba el tocar la piel de una criatura tan pequeña
José Enrique Centén
domingo, 9 de marzo de 2014, 10:47 h (CET)
El nacimiento de una hija a la edad de 60 años, ha sido mi primavera, al principio estaba asustado no sabía si sería capaz de afrontarlo, las anteriores no las disfruté, era cosa de su madre y abuelos, yo estaba casi de incógnito, distante, alejado, lo achacaba a que los varones no tenemos desarrollado el instinto materno.

Casi dos años después escribo sentimientos antes no experimentados, no recordaba el tocar la piel de una criatura tan pequeña, anteriormente las cogía un breve momento, con miedo y precaución no fuese que se fueran a caer o romper, se movían, y cuando su manita agarraba mi mano con fuerza, la observaba, esta vez la he sentido, no ha sido como aquellas veces, fue un estremecimiento, he jugueteado unas semanas hasta que sus manos ya buscaron otras cosas, pero me gustaba.

O la sensación de tener mejilla con mejilla, al principio se apartaba, por mi barba, pero seguía abrazándola para que expulse los gases después de comer o para dormirla, era la excusa; que sensación cuando te abraza con sus bracitos, y tú meciéndote hasta conseguir que calle o se duerma, percibes su olor, fresco, dulzón a veces agrio por su comida, ese cuerpecito te transforma, te entran ganas de estrujarla, y lo haces levemente.

El primer gateo, sus primeros pasos, lo disfruté a solas con ella, fueron para mí emocionante, no puedes explicar lo que sientes, esta criatura me transforma, estás deseando llegar a casa y estrecharla, besarla, mordisquearla. También la gratificante sensación al juguetear con ella, pero cuando me obliga a jugar, quiero, pero la temo, es incansable, otra añoranza porque nunca lo hice antes con mis otras hijas. Me sorprendo a mi mismo haciendo tonterías que ni imaginaba podría realizar, era cosa de su madre o abuela, yo era como un jarrón encima de un aparador, nadie lo ve, está ahí, pero nada más. Ya empieza a ser independiente, no quiere que te acerques en determinados momentos, y la observas un pelín apartado, sonriendo tontamente.

Me vienen recuerdos bastantes confusos con aquellas primeras hijas no vividos, con esta algunos día cuando se despierta y la estoy observando, me regala una sonrisa, a veces un beso, y se reincorpora de inmediato pidiéndome que la coja, no puedo negárselo y la abrazo, se agarra a mi cuello y me obliga a tenerla un rato rodeado por sus bracitos, a veces termina quedándose dormida de nuevo, la hablo o la canturreo no sé qué melodía, y de nuevo sueño, cuánto tiempo perdido.

Ahora temo no poder transmitirle todos mis conocimientos, acabaré sin que se de cuenta, porque estará en esa etapa que hemos pasado todos, cuando somos más listos, suficientes y avanzados, cuando consideramos a los mayores desfasados. No tendré tiempo de poder darle a entender la frase del mejicano Doménico Cieri, “los años son como peldaños desde donde podemos ver mejor”.

La nueva savia y el florecer me ha renovado las ganas de seguir luchando, por ella por su futuro y el de tantos otros, no puedo hacerlo como antaño, sino recapacitando, no como cuando era joven por el anhelo un mundo nuevo, pues la juventud se mueve románticamente con la seguridad de poseer la razón, y ese espíritu a veces les pierden, por imprudentes. Pero como juventud ya no poseo, y deseando preparar el camino a muchos, escribo, aunque a veces brota en mí un radicalismo juvenil propio de esta nueva y hermosa primavera.

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