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La alardeada 'competencia' de Barack Obama

Las vejaciones en la Agencia del Veterano llevan años siendo un problema
Jeff Jacoby
miércoles, 25 de junio de 2014, 08:46 h (CET)
Siendo candidato a presidente en 1998, Michael Dukakis proclamaba célebremente: "Estos comicios no consisten en ideología; consisten en competencia".

No fue un motivo ganador. Dukakis se había postulado como el artífice del presunto "Milagro de Massachusetts", el ciclo de crecimiento económico protagonizado por el estado a mediados de los 80. Pero el milagro se estaba convirtiendo en una catástrofe fiscal, y por esa razón la ventaja otrora imponente de Dukakis se iba por el desagüe. El día de las elecciones, perdió frente a George H. W. Bush en una clamorosa victoria en 40 estados.

Dukakis restaba importancia a la ideología porque no quería ser tachado de progre, y se apuntaba a la competencia porque es lo que hacen todos los candidatos. Veinte años después, Barack Obama hizo lo propio, pero con mucho mayor éxito. Postulándose a sucesor del profundamente divisivo George W. Bush, Obama se desmarcaba no sólo como un líder que nunca "enfrentaría a la América conservadora con la América progresista", sino como líder nato cuya competencia y habilidades eran enseña.

Los electores — alentados por los apoyos de la prensa que veían en la campaña de Obama "un prodigio de sonora gestión" (The Boston Globe) y le respaldaban porque "ofrece más competencia que mamporrismo" (Los Angeles Times) — mordieron el anzuelo hasta la caña. La friolera del 76 por ciento de los encuestados en el sondeo realizado por CNN/ ORC poco después de los comicios de 2008 convienen en que Obama sabría "gestionar con eficacia el Estado".

Cinco años de presidencia Obama han hecho pedazos esa quimera claramente.

El escándalo que se cuece hoy en torno a la Agencia del Veterano, donde habrían fallecido 40 pacientes al menos mientras numerosos centros hospitalarios de la institución falsificaban al parecer los historiales para ocultar inconscientes esperas para recibir atención, es únicamente la última de una larga retahíla de chapuzas públicas bajo un presidente cuya capacidad de gestión ha resultado ser un espejismo.

Las vejaciones en la Agencia del Veterano llevan años siendo un problema. Como candidato allá por 2007, Obama reivindicaba que 400.000 veteranos estaban "atascados en lista de espera", y prometía "una nueva política de urgencias" para "cerciorarnos de que nuestros veteranos discapacitados reciben las prestaciones que merecen". Pero aquella urgencia nunca se materializó. En una misiva remitida a Obama hace un año, el secretario del Comité de Asuntos del Veterano de la Cámara detallaba algunos de "los graves y significativos problemas de la atención primaria" en la red de la Agencia, suplicándole que abordara los lesivos problemas antes de fallecer todavía más veteranos. Pero no sucedió nada. El presidente no manifiesta ningún interés en la cuestión, y no pareció que tuviera idea de la letal magnitud del escándalo hasta tener conocimiento de ello en las noticias.

Obama llegó a la Casa Blanca con una imagen escrupulosamente estudiada de competencia casi innata — una imagen que nadie tenía en estima más elevada que él. "Yo soy mejor redactor de discursos que mis redactores", habría informado al gabinete de campaña. "Soy mejor conocedor de la legislación de cualquier cuestión particular que mis responsables legislativos. Y le digo ya mismo que… Soy mejor director político que mi director político".

Él todavía puede que lo crea, pero la mayoría de los estadounidenses han dejado de hacerlo. Cuando a los encuestados del estudio CNN/ ORC se les volvió a preguntar esta primavera por la capacidad de la presidencia de "gestionar con eficacia el Estado", la mayoría solvente — el 57 por ciento — manifestó que esa descripción no era válida para Obama. Otros sondeos arrojan resultados comparables. En cuatro sondeos de la Universidad Quinnipiac llevados a cabo desde noviembre de 2013, a los encuestados se les ha preguntado: "¿Piensa usted que en general la administración Obama viene siendo competente en la gestión de lo público?" En cada una de las ocasiones, la mayoría ha dicho que no. Preguntados si el presidente "presta atención a lo que hace su administración" o no, sólo el 45 por ciento dice que sí. Ninguno de esos sondeos refleja la reciente cobertura de la Agencia del Veterano; presumiblemente las cifras serían todavía más crudas de recogerlo.

Toda presidencia tiene sus escándalos y catástrofes. La de George W. Bush incluyó las consecuencias del Huracán Katrina, la catastrófica administración del Irak post-Saddam y las descarriadas legislaciones que precipitarían la crisis de las hipotecas de riesgo. Pero Obama se empleó en desmarcarse del supuestamente torpe y desventurado Bush. Él llevaría la eficacia y la gestión inteligente al corazón de lo que los estadounidenses podíamos esperar si le elegíamos.

No se ha visto, ni siquiera se ha aproximado. La administración Obama no se ha distinguido por la profesionalidad fría, cerebral y cauta, sino por algo más próximo a la desbordada improvisación del aficionado. Desde la malograda implantación de la Ley de Atención Asequible a las sangrientas consecuencias de la intervención en Libia, desde el fomento de las campañas políticas de caza de brujas en la agencia tributaria a verse reiteradamente superada por el ruso Vladimir Putin, desde la desmesurada ampliación de la deuda que él iba a combatir al amargor de la política que él prometía descontaminar, la actuación de Obama viene siendo una errática sucesión de chapuzas y decepciones.

El cuadragésimo cuarto presidente — que en una ocasión dijo que sus logros saldrían favorablemente parados de la comparación con cualquiera de sus antecesores "con la probable excepción" de Lyndon Johnson, FDR y Abraham Lincoln — siempre ha tenido una elevada opinión de sus dotes ejecutivas. La opinión pública norteamericana ya no. Como criatura política, el talento de Obama es innegable. Cuando hablamos de gestión competente, ha resultado ser todo lo contrario.

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