La respuesta israelí a la renovada asociación entre la Autoridad Palestina y Hamás fue admirable y constructiva, literalmente: Sacar adelante los planes de construcción de 1.500 unidades habitacionales en los llamados "asentamientos" judíos — léase barrios emergentes de Jerusalén y comunidades surtidas próximas a Cisjordania. El titular israelí de vivienda, Uri Ariel, describía la decisión como "la respuesta sionista idónea a la institución de un gobierno terrorista palestino". Hamás y sus aliados pretenden desahuciar al estado judío; la respuesta israelí consiste en arraigarse un poco más. En cualquier otra parte del mundo, la nueva promoción inmobiliaria en la que dar cabida a una población en crecimiento no encontraría ningún reparo. Pero los raseros normales no tienen validez cuando hablamos de Oriente Próximo. Si bien la administración Obama decidió que podía apoyar a un régimen palestino respaldado por Hamás, organización terrorista reconocida, se declaraba "profundamente decepcionada" por los planes israelíes de construir los nuevos bloques. Por su parte, el presidente de la Autoridad Palestina Majmoud Abbás advertía que los palestinos responderían "a este paso de una forma sin precedentes". ¿Cuál vendrá a ser? Abbás no entró en detalles. Pero cuando el responsable de la OLP se asocia con los yihadistas de Hamás, es seguro dar por sentado que se preparan más actos de violencia. De hecho, Hamás difundía el lunes un nuevo llamamiento a matar soldados y colonos israelíes dirigido a "los varones de la resistencia en Cisjordania". Unas horas antes, dos proyectiles Qassam eran disparados desde Gaza contra Ashkelón, al sur de Israel. Por supuesto, de lo único que carecen las amenazas y el terrorismo palestino es de "precedentes". También el discurso engañoso que dice que la paz se ve minada de alguna forma por la construcción de casas y barrios judíos al otro lado de la Línea Verde. En los Estados Unidos, cualquiera que intente prohibir que los judíos — o los negros, o los asiáticos, o los musulmanes — se muden a un barrio porque los racistas locales no los quieren allí tiene bastantes números para acabar delante de un juez por vulnerar derechos y libertades fundamentales. "Pero en el caso de los palestinos", como escribe George Gilder, "damos naturalidad y validez a su reivindicación de que les enferma residir cerca de judíos". Tras una búsqueda vitalicia de una Palestina étnicamente limpia de judíos, Abbás sólo sabe decir no a un estado judío. Cuando promete "responder de una forma sin precedentes" a la construcción de manzanas adicionales en asentamientos israelíes creados hace tiempo, lo único que está diciendo realmente es lo que, de una forma u otra, ha venido diciendo todo el tiempo: Judíos no. Imagínese, no obstante, la que sería una respuesta palestina genuinamente sin precedentes: Imagínese que el presidente de la Autoridad Palestina llega a admitir que los judíos tienen el mismo derecho a vivir en Judean Hills o Jerusalén Este que los palestinos. Imagínese que Abbás reconoce no solamente el hecho histórico de que los fundadores sionistas de Israel instaron a los árabes a quedarse en el nuevo estado judío en 1948, sino que pretendiera emular su ejemplo dentro del nuevo estado palestino. Imagine que considerara cuestión de honor y autoestima árabes el que los judíos no estuvieran menos seguros o incómodos yendo a trabajar o al colegio en Yenín o Gaza que los palestinos de Tel Aviv o Haifa. A excepción de una marginalidad de judíos israelíes, la noción de que los árabes deberían ser excluidos por la fuerza del Israel pre-1967 resulta impensable y repugnante. El desahucio forzoso de los judíos de un futuro estado palestino, por otra parte, es algo en lo que insisten Abbás y sus subalternos. "Dentro de una resolución definitiva, no veremos la presencia de un solo israelí – soldado o civil – en nuestro suelo", decía Abbás el pasado año. Saeb Erekat, el responsable palestino de las negociaciones, insistía en enero: "Ningún colono tendrá permiso para quedarse dentro de un estado palestino, ni uno solo, porque los asentamientos son ilegales". Tras promover esa clase de rechazo tajante ciego durante tantos años, un cambio de opinión sincero por parte de la Autoridad Palestina carecería de algo más que de precedentes: Supondría un gesto radical a favor de la paz. Porque lo que exige la paz, más que cualquier otra cosa, es la aceptación por parte de los palestinos de que los judíos no son un engorro pasajero sino vecinos permanentes, y que las aspiraciones palestinas pueden satisfacerse sin la destrucción de las aspiraciones judías. Majmoud Abbás — al igual que su mentor Yasser Arafat, al igual que los racistas fanáticos de Hamás — ha pasado una vida pretendiendo "liberar" el territorio de la Palestina histórica de cualquier traza de soberanía judía. De tener un objetivo distinto los palestinos — compartir ese territorio con un estado judío en lugar de oponerse a ultranza al derecho de los judíos a estar allí — qué paraíso podrían levantar juntos. Con el tiempo ese día llegará. Cuando lo haga, la construcción de viviendas será motivo de celebración mutua, entre vecinos israelíes y palestinos por igual.
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