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Es hora de un momento Anwar Sadat en Oriente Próximo

Hay mucho loco en Washington y las Naciones Unidas
Michael Rubin
lunes, 4 de agosto de 2014, 07:08 h (CET)
Mientras Israel lanza una incursión terrestre en la Franja de Gaza, diplomáticos de todo el mundo redoblan sus esfuerzos por recuperar la calma. Jordania convocaba una reunión de urgencia del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Egipto y Qatar buscan arbitrar una tregua. El 16 de julio, el Presidente Obama suscribía "los esfuerzos diplomáticos por recuperar el alto el fuego", y al día siguiente, el Secretario de Estado John Kerry cancelaba una comparecencia en una sinagoga de Washington para consultar con sus homólogos internacionales a tenor de la creciente crisis. Con la violencia campante y los diplomáticos rondando, vuelve de nuevo la sensación de déjà vu a Oriente Próximo. La Operación Margen Protector se ha convertido simplemente en la secuela de la Operación Plomo Fundido de 2008-2009, de la guerra entre Israel y Hezbolá a estos efectos.

Albert Einstein definía la locura como emprender reiteradamente la misma acción a la espera cada vez de un resultado diferente. En virtud de esa definición, hay mucho loco en Washington y las Naciones Unidas. Si el objetivo es la paz entre israelíes y palestinos, a lo mejor es hora de prescindir de la opinión generalizada y de las fórmulas del pasado, y ponerse a pensar en lo que puede funcionar realmente en su lugar.


La paz en Oriente Próximo es posible, pero a los compromisos ha de precederles la victoria. Han pasado casi 30 años desde que el Presidente egipcio Anwar Sadat rompiera con décadas de hostilidad y visitara Jerusalén. Su visita y su discurso a la Knesset, el parlamento israelí, inauguraron un proceso diplomático que culminó en la paz entre Israel y Egipto, país más poblado del mundo árabe, y convirtieron a Sadat y al premier israelí Menachem Begin en premios Nobel de la Paz. Lo que periodistas y diplomáticos olvidan a menudo, sin embargo, es que Sadat optó por la paz sólo después de haber intentado erradicar a Israel a través de la guerra. Sólo cuando Israel le derrotó de forma pasmosa, él reconoció que no podía alcanzar militarmente sus objetivos, y que la paz era su única opción real. Por desgracia, es una conclusión que la diplomacia internacional socava a menudo a base de repartir directrices entre escalafones que toman decisiones catastróficas. El camino a la paz implica pagar el precio de la guerra.

La tolerancia tampoco es siempre una virtud. La administración Obama se enorgullecía de su mente abierta cuando llevó hasta cotas sin precedentes el diálogo con la Hermandad Musulmana. A pesar de su retórica, sin embargo, Mohammed Mursi, primer presidente egipcio elegido democráticamente, no fue ningún demócrata, ni tampoco le interesó la paz. Más bien era un ideólogo que apoyaba inflexiblemente a Hamás. Muchos de los misiles de fabricación iraní más sofisticados que hoy integran el arsenal de Hamás son la herencia de su año de gobierno y de su disposición a hacerse el sueco ante el contrabando de armas en Gaza. Los diplomáticos nunca deben desviar la atención del partido cuando los ideólogos se marcan un farol, ocultando sus verdaderas intenciones tras un disfraz de moderación. El uso de armas químicas tanto por parte del régimen sirio como de los grupos de la oposición, así como el uso de sus misiles por parte de Hamás, nos indica que los regímenes disfuncionales hacen uso de las opciones que adquieren.

La lógica elemental de la diplomacia occidental también reviste defectos. No debe existir igualdad de condiciones entre las partes. La neutralidad simplemente alienta a todas las partes a adoptar posturas más radicales con la esperanza de que los diplomáticos diriman las diferencias en términos más favorables. Con demasiada frecuencia los diplomáticos también dan por sentado que los agravios motivan el terrorismo. Puede ser un consuelo para el Departamento de Estado creer que la ocupación, la pobreza o la falta de oportunidades ocupan el corazón de la violencia, porque entonces las concesiones o los incentivos pueden eliminar el terrorismo. La realidad, sin embargo, es que gran parte del terrorismo islamista — venga de Hamás, de Hezbolá, de Al Qaeda o del Estado Islámico de Irak y Siria — se origina más en la ideología que en los agravios. Los secuestradores del 11 de Septiembre eran ciudadanos de clase media y formación universitaria; de hecho, la mayor parte de los terroristas suicida lo son. Los estatutos de Hamás, en tanto, no solamente instan a acabar con Israel, sino al exterminio de todos los judíos. Hamás no puede ser más moderada que Al Qaeda. En lugar de cerrar compromisos con Hamás, la comunidad internacional tiene que humillar a la organización y deslegitimarla, de forma que pase al olvido de la historia, un sucedáneo del grupo terrorista Baader-Meinhof versión Oriente Próximo.

Si la ideología es el problema y los agravios no, entonces también es momento de reconsiderar la ayuda y la asistencia a la Franja de Gaza. Los palestinos han recibido más ayuda per cápita que nadie. Solucionar los problemas a base de dinero, sin embargo, pocas veces funciona y muchas veces los agrava. Los gobiernos deben rendir cuentas ante su ciudadanía. Si las organizaciones internacionales construyen casas, escuelas y hospitales, plantas eléctricas y reparten comida y ropa, entonces los gobiernos tienen libertad para invertir recaudaciones fiscales y beneficios aduaneros en milicias y misiles. La agencia de las Naciones Unidas para los refugiados palestinos (UNRWA) nunca se pensó para superar los años 50. Para la ayuda de urgencia, es hora de que se haga cargo el Alto Comisionado para los Refugiados de las Naciones Unidas (UNHCR), igual que se hace en todas las demás partes del mundo. Suspender las ayudas no tiene que ser algo totalmente parcial. El crecimiento económico israelí significa que no necesita gran parte de la ayuda económica a la que se ha acostumbrado.

Si al martillo le parece que todo son clavos, entonces todas las crisis son para el Departamento de Estado oportunidades de un mecanismo diplomático. A veces, sin embargo, la mejor estrategia es no hacer nada. Cuando los políticos palestinos y la opinión pública en general adviertan que el terrorismo mina sus sueños en lugar de permitirles ganar en la mesa de negociaciones lo que no pueden obtener en el campo de batalla, entonces podrá producirse un momento Anwar Sadat, haber compromisos y tener su estado.

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